VIVIR
No podía habituarme a los reveses que da
la vida, pero al paso de la cadena de vicisitudes que sin cesar se vienen
encima, logré sortear con templanza esa serie ininterrumpida de desgracias.
Al principio se cimbraba hasta la raíz de mi existencia, perdía la cordura con
cada drama, con cada golpe; se iban cicatrizando las heridas con el devenir del
tiempo, luego esperaba con angustia el siguiente cataclismo, a veces no
llegaba, pero mi impaciencia no tardaba en improvisar alguno.
Mientras más aprehensión inyectaba a mi
estrategia para sobreponerme con holgura y dignidad al infortunio, peor era el
sufrimiento que embargaba mi camino. Una
tras otra se enfilaban las frustraciones, la vida se burlaba, se ensañaba en mi
contra, no me daba tregua, perdí la cuenta, la mala fortuna me traía de
encargo, buscaba causas, proyectaba consecuencias de aquellos atropellos,
inútilmente.
Culpaba a dios, luego al diablo, después
a las parcas, a los hechizos, a las maldiciones de los brujos, a la suerte zodiacal,
al signo de mi horóscopo. Me hice
limpias, acudí a chamanes, consulté magos, profetas y adivinos, recurrí a los
más excéntricos sortilegios, compré brebajes, bebí pócimas, me coloqué parches,
hice peregrinaciones, sacrifiqué puercas, borregas, gallinas y chivos, de
rodillas imploré a todas las vírgenes, recé a los ángeles, reclamé a los santos
y todo siguió empeorando.
Fatigado de tanta derrota, me harté de
hacerle el juego al destino y opté por tomar un rumbo distinto para solventar
tan cruenta suerte.
Aprendí a renunciar a los favores
celestiales, me enseñé a prescindir, descubrí que abnegar no es malo, que la
resignación presenta una cara sonriente, que aceptar las pérdidas es un tesoro,
descubrí que extraviar las cosas no
tenía por qué obsesionarme ni hacerme perder el control.
Dejé de ser aprehensivo, pude aceptar
con fortaleza los desprendimientos materiales ocasionados por mi descuido,
ahora ya puedo cometer errores sin reprochármelo, puedo caer y reírme de mis
fallas, desaprovechar oportunidades sin temor, dilapidar mi tiempo sin
arrepentimiento, prescindir de posesiones que me hacían esclavo.
Hasta hoy he realmente empezado a vivir.
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