EL PORFIADO
¿Qué
hacer frente al necio?
¿Cómo
conversar con el terco?
¿Para
qué intentar con el fundamentalista?
¿Qué
actitud tomar ante el demente?
¿Escuchar
sus prejuicios, oír sus sentencias, aplaudir a sus condenas?
Es una
especie de sordo, incapaz de atender, de ser gentil, de serenarse en la
quietud, de mecerse en la cuna de la razón, incapaz de quedarse sin escudos,
sin membretes, sin armadura.
No
acepta teoremas ni demostraciones lógicas, solo su pobre opinión cuenta, objeta
todo sin discernir, se resiste al diálogo, discute vociferando necedades, se
cierra a los debates.
Con él
no se logra nada, incapaz de construir ni conceptos, ni abstracciones, ni nada.
Es como
hablar con un muro, por eso déjalo terquear, que escupa su rancio sonsonete,
que vomite sus absurdas necedades, que se aferre a sus anclas para que no
tiemble.
Le
horroriza la felicidad, está amarrado al sufrimiento, hundido en un pozo sin
fondo y no quiere emerger, la fijación de sus cadenas le aprietan más cada vez,
es deficiente, es limitado, es porfiado.
Es como
un tuerto que se cubre el ojo bueno para indicar el rumbo del camino, así
trastabilla, así va tropezando con los fantasmas inventados por su miedo, no
oye, no escucha más que la voz amenazante de los infiernos que imagina.
Inútil
es tratar de convencerlo, en vano intentar persuadirlo con ejemplos y
razonamientos, déjalo revolcarse allí en el fango de miseria, rechaza todo
gesto de cordura, es el rey de los porfiados.
No está
dispuesto siquiera dudar de sus mentiras, dale por su lado y pon distancia de
por medio.
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