lunes, 15 de septiembre de 2014

EL PORFIADO



EL  PORFIADO

¿Qué hacer frente al necio?
¿Cómo conversar con el terco?
¿Para qué intentar con el fundamentalista?
¿Qué actitud tomar ante el demente?

¿Escuchar sus prejuicios, oír sus sentencias, aplaudir a sus condenas?

Es una especie de sordo, incapaz de atender, de ser gentil, de serenarse en la quietud, de mecerse en la cuna de la razón, incapaz de quedarse sin escudos, sin membretes, sin armadura.

No acepta teoremas ni demostraciones lógicas, solo su pobre opinión cuenta, objeta todo sin discernir, se resiste al diálogo, discute vociferando necedades, se cierra a los debates.

Con él no se logra nada, incapaz de construir ni conceptos, ni abstracciones, ni nada.

Es como hablar con un muro, por eso déjalo terquear, que escupa su rancio sonsonete, que vomite sus absurdas necedades, que se aferre a sus anclas para que no tiemble.

Le horroriza la felicidad, está amarrado al sufrimiento, hundido en un pozo sin fondo y no quiere emerger, la fijación de sus cadenas le aprietan más cada vez, es deficiente, es limitado, es porfiado.

Es como un tuerto que se cubre el ojo bueno para indicar el rumbo del camino, así trastabilla, así va tropezando con los fantasmas inventados por su miedo, no oye, no escucha más que la voz amenazante de los infiernos que imagina.

Inútil es tratar de convencerlo, en vano intentar persuadirlo con ejemplos y razonamientos, déjalo revolcarse allí en el fango de miseria, rechaza todo gesto de cordura, es el rey de los porfiados.

No está dispuesto siquiera dudar de sus mentiras, dale por su lado y pon distancia de por medio.        

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