EL LIBRO
Tiene sed de
preguntas, las baraja con la esperanza de hallar, al menos, alguna clave, tal vez una pequeña pista que le
oriente, hacia dónde mirar.
Quería abrir
una nueva lectura que le revelara los secretos escondidos del surgimiento del
mundo, ahí encontrar las huellas de la iluminación definitiva, en algún escrito
estaría la claridad buscada, que pusiera punto final a su angustia existencial
y saciara su hambre de entendimiento.
Tantas cosas
en el camino que no tenían sentido, que iban apareciendo como racimos de
ponzoñosas dudas, que atormentaban su estar.
Ningún por
qué, ningún cómo, ningún cuándo, ningún dónde podrían haberlo librado de la
ignorancia que invadía su juicio.
Buscaba la
piedra filosofal en cada rincón de su inteligencia, confiado que esta vez sí
llegaría jubiloso a destapar el baúl repleto de perlas de sabiduría; pero
aquellos tesoros anhelados se desmoronaban al contacto de sus dedos.
La página
que sigue quizá esconda ese párrafo milagroso y escupa su verdad sin escatima,
una línea que contenga la frase resolutiva, que por fin complete las sombras,
con la figura incontrovertible, de la última realidad.
Se acaba el
libro, las hojas pasan de derecha a izquierda y no revelan más que nuevas
especulaciones y viejas conjeturas, nada que cimbre de verdad.
¿Qué lees? -
me dijo el anciano – Le enseñé el tomo que cargaba entre las manos, lo miró con
sorna y al cabo de un momento, me dijo: son palabras que se las lleva el
tiempo, letras que vuelan con el viento. Si no sabes lo que buscas, ¿cómo
esperas respuestas?-
-Ahora que
todavía estoy vivo- le dije - quiero
encontrar no sé qué, no sé cómo, no sé dónde ni sé cuándo y de muerto ¡ya ni
llorar es bueno!
-Vive cada
instante, gózalo, porque no sabes si sea el último de tu vida, come esta
manzana y siente su sabor, que no hay mejor conocimiento que saber alegrar el
espíritu con sencillez, sin depender de escrito alguno y el anciano se llevó mi
libro.