RUBÉN PERDIÑEZ
Normalmente
estaba decaído, la vida le jugaba malas pasadas con inusitada frecuencia, el
las provocaba; la frustración era su estado natural, fuertes depresiones
cotidianamente lo atormentaban, se había habituado a sobrevivir abatido por los
embates de la adversidad.
Lo
castigaban las pesadillas en esas interminables noches de insomnio, en las que
durante los escasos tramos de sueño, rebotaba a la conciencia, empapado en sudor.
Sufrir
parecía ser su destino, padecer su costumbre, dolerse su modo, angustiarse su
distinción, llorar era lo suyo; esperaba con ansia las escalonadas torturas que
llegarían, apenas escapara de la que lo acosaba en el momento.
Cuando
efímeramente el destino lo perdonaba y le permitía ratos de sosiego, se
inquietaba, algo toral le faltaba, extrañaba las enfermedades, los dolores, las
amenazas, los martirios; así vivía, con la certeza que pronto llegarían los
males, las nefastas noticias; si no venían, iba por ellas, estas llenaban su
vida: las penas, las tristezas, los corajes.
Estaba
convencido que no merecía felicidad, cualquier gota de placer le desconcertaba,
perdía el control cuando la adversidad cedía, las buenas noticias lo alertaban,
los éxitos lo asustaban, cualquier mejora la sentía como preámbulo para otra
catástrofe.
La
pasaba encogido, su cuerpo era un reflejo de su enconchado espíritu, en espera
de un garrotazo, se cubría el alma con escudos que le blindaran contra
rechazos, desprecios y ofensas; cubierto se exponía ante los golpes que no
siempre llegaban a tiempo, pero el aguardaba con paciencia infinita los
castigos y las cachetadas de la fortuna.
No se
creía acreedor de ni un momento de armonía, de ni un instante de concordia, se
arrepentía de ser feliz, le remordía la conciencia disfrutar, por sus venas
corría una alarma, un grito desesperado brotaba de sus entrañas.
Piensa
mal y acertarás, así le habían enseñado, el estoicismo es la mejor virtud del
hombre: tolera, resiste, aguanta y cuando la vida te sonría significará que
pronto vendrá la mueca de dolor, hasta que llegara la nefasta noticia, ya no se
persignaba, de nada le habían servido sus rezos ni su fe, parecía que aquellos
dioses en que alguna vez creyó, se burlaban de su suerte, ahora los ignoraba,
no quería provocar su ira, las famosas parcas estarían asechando sus
movimientos para asestarle el siguiente golpe.
Por eso
ahora hincado se precipitaba hacia la fatalidad, aceleraba el paso de los
nefastos acontecimientos, suspiraba por el fin del mundo, se alegraba cuando se
anunciaban nuevas plagas, novedosas epidemias, amenazas de guerra, erupciones
volcánicas, tsunamis, actos terroristas, accidentes y tormentas, solo así se
sentía a gusto.
Todavía
espera confiado en que un rayo lo parta en tres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario