martes, 16 de junio de 2015

MARGEN DE MANIOBRA



Cuando veo que todavía hay bosques tupidos, que tenemos manantiales de límpidas y tibias aguas, que corren arroyuelos entre las montañas, que por las vertientes bajan frescos, contentos y caudalosos ríos; cuando miro y escucho entonar cien aves sus melódicas cantatas y mecerse las matas de la selva, me salta la duda y en un arrebato, concluyo que no estamos del todo perdidos, que tenemos salvación, que aún hay tiempo de evitar el colapso. 

Veo la inmensidad de los mares, la plenitud del firmamento, la extensión del horizonte, el soplo del viento transportando el polen y miles de chicharras cantando a la noche, me surge la esperanza en la continuidad  de este paraíso.

Disfruto el desierto que sereno aguarda con sed las primeras gotas del verano, me solazo admirando el rocío que empapa las flores, me detengo observando como los capullos abren sus pétalos para dar la bienvenida a las abejas, trayendo entre sus patas el germen del futuro.

Miro los peces de impresionantes colores surcar las cristalinas aguas del océano, posarse en las alturas al águila real buscando su presa y veo la naturaleza en su sagrada inconsciencia mostrando su belleza y su indómita fuerza; entonces me digo, tenemos margen de maniobra, la salvación está al alcance, solo hay que quitar a la clase política de en medio.

La clase política internacional, la cupular, la que va contagiando en escala a las subordinadas, la aferrada al poder y al dinero, la que no le importan los pueblos ni la gente ni las personas y parece que ni el planeta.
    

VEJESTORIOS



VEJESTORIOS

Me pregunto ¿Qué tanto derecho tenemos los viejos de seguir viviendo en un mundo tan competido?  ¿Hasta dónde será justo que continuemos viviendo horas extras?  Con el puro vuelo que nos queda, planeando en detrimento de las nuevas generaciones, llenas de vigor e ilusiones. 

Ha pasado nuestro tiempo, pero seguimos gastando sin producir, ahora solo consumimos sin aportar, estamos de más, somos un estorbo, estamos obstruyendo el natural fluir de la sociedad, minando las posibilidades de los jóvenes, de los niños, de los recién nacidos.

Los ancianos decrépitos ocupamos espacios, devoramos alimentos, consumimos productos y demandamos servicios que muchas veces faltan a los que apenas empiezan en esta aventura; les robamos el agua y el aire limpio, ensuciamos su ambiente, gastamos su energía; ¿No estaríamos mejor enterrados en un panteón de mala muerte o sumergidos en alguna fosa común o hechos ceniza y esparcidos como fertilizante polvo, enriqueciendo el suelo para la siembra?    

¿Qué no es una pena pasar la senilidad en una horrenda silla de ruedas o apoyados en un bastón trastabillando nuestros últimos pasos, balbuceando incoherencias, moviendo trabajosamente nuestros desvencijados pellejos unos cuantos decímetros?

¿No es una vergüenza estar pudriéndonos paulatina e inexorablemente frente a la frescura de nuestros nietos y bisnietos?  Temblando, bamboleándonos, aullando lamentos y dejando escapar quejas atragantadas de dolor.   ¿No fuera más digno salir airosos antes que las condiciones de sobrevivencia sean lúgubres?

La fealdad se adueña de la ancianidad, los sistemas fallan, los aparatos anatómicos se traban, el corazón flaquea, la circulación se aletarga, los músculos se cuelgan, la piel se desprende, las ideas se desvanecen, el pelo se cae, los dientes se rompen, los huesos se quiebran, el cuerpo todo se seca.

¿Qué no estamos de más los vejestorios?


LAS HORAS APLASTADAS



Exprimiendo la vida hasta la última gota, aprovechando el tiempo que resta con toda intensidad, sin dejar un solo recoveco sin explorar, robándole los días al futuro, disfrutando los sueños de la madrugada, retorciendo los instantes dormidos, así paso mi placentera momentánea existencia.

Moliendo los segundos, licuándolos y bebiéndolos hasta embriagarme de tanto vivir, que las cosas idas se queden allá lejos, nosotros avanzamos por la senda prohibida, nos vamos por el sendero incorrecto, dudando, vociferando, blasfemando y agradeciendo.

Me gusta devorar los meses, mordisquear las semanas, arrastrar los años en mi joroba, esconder las memorias entre los pliegues, ocultar las lágrimas en los dobleces y las risas tras las arrugas.

Camino por las noches entre las estrellas, cuidando de no pisar los planetas ni salpicar los océanos con el sudor de mis dudas; al avanzar,  me estorban las nebulosas esparcidas por Zeus en el firmamento.

En medio de los dioses me regocijo, me meto entre sus patas, los oigo discutir, cantar y bailar con crepuscular escándalo en el Olimpo, luego se ocultan tras los montes para ayuntarse con las princesas.

El padre Cronos da cuerda a su reloj escondido, atrasa y adelanta el horario sin consultar a la distancia, los espacios se elongan y se encojen al ritmo de sus dedos, ahora es mañana, después vendrá el ayer, son los caprichos de las deidades que no obedecen leyes ni reglas, pero que imponen las condiciones en que habría de desarrollarse el mundo de los mortales.

Ha caído toda la arena, el sol se ha ido de fiesta con la luna, la miel escurre bajo sus piernas, sus mágicos susurros se dejan escuchar hasta la madriguera  donde me escondo de su mirada, quisiera que me inviten a sus misteriosos aquelarres, donde aparecen disfrazados en su carnaval celeste.

Ya estoy solo de nuevo, como suele estar el diablo, aislado en su negra y silenciosa cueva, donde ni su respiración se escucha; baja y dile que lo quiero un poco, por todo lo que le han quitado los siglos y le han oprimido las iglesias.

Ahí lo tienes aplanando el tiempo, esperando con paciencia infinita la llegada de los valientes.

REBOTES MENTALES



Estancado, como rebotando eternamente dentro de pensamientos tortuosos, ahí estoy atascado, resbalando una y otra vez en ese pantano de dolor, que no es otra cosa que una nimiedad sin importancia.

Pero me solazo revolcándome en esa miseria de recuerdos inicuos, ahí estoy contemplando mis miserias, regodeándome en el sufrimiento padecido, invocando a los fantasmas del ayer.

¿Qué no puedo reventar los lazos que me atan a esa bizarra estupidez que  a mi alma ofende? -  Deja eso que hiciste mal, sepulta el error, no permitas que la pena te pesque con el anzuelo del recuerdo, que la vergüenza te ancle y te impida vivir lo que eres ahora, no te dejes arrastrar por esas pequeñeces que te desvían de donde hoy estás. 

Esas molestias tocan mi puerta, insisten por la ventana, escandalizan en la azotea, gimen y lloran por mi arrepentimiento, reclaman mi amargura, son bestias infernales que me chupan la alegría, intentan con éxito que siga cargando mi cruz y vaya roncando mi calvario.

-No les abras la puerta, cancela su intromisión, prohíbeles irrumpir en tu ser, no dejes que esas aberraciones absorban tu atención ni te desvíen del foco de tu interés; esos remansos del pasado me esclavizan, me mutilan, me agrian la existencia.

-Ve a  los animales, ellos borran con asombrosa facilidad sus traumas, siguen de inmediato adelante con su vida, no se quedan rebotando una y otra vez en aquellas escenas bochornosas como las que pasaste, esos momentos desesperantes y molestos, esas ofensas tan hirientes, esos difíciles ratos que sigues alimentando con la ayuda de tu memoria, ocupándola en rabias y rencores.        

-Aprende a cortar por lo sano, no remaches con lo mismo, dale y dale con aquellos suplicios vergonzosos, suspende la recreación de las injurias a que fuiste sometido, borra esas ofensas que sentiste y que –quizá- te hicieron, deja en el polvo del olvido esos desprecios de los que te sentiste víctima.

-Destroza esos odios, pulveriza esos rencores, no te castigues, no te azotes; antes bien, prémiate con una enorme sonrisa interior, que las carcajadas resuenen en cada una de las células de tu cuerpo, tu salud será agradecida.   

LAS DERROTAS



Todavía no aprendemos a perder, a pesar de - durante la vida – haber perdido tanto,  tantas veces.  Hemos venido a perder y a ganar, nos disgusta perder y nos satisface ganar; sin embargo, aquel que no sabe perder,  la pasa muy mal.

Aquí en el mundo se pierde todo, abuelos, padres, parientes, hermanas, esposas, familias, hijos, amigos, conocidos; unos para siempre, otros por un tiempo, a otros en la distancia el tiempo los disuelve.

Se puede perder el tiempo, el trabajo, el dinero, el amor, la estabilidad, la cordura, la alegría, los dientes, el pelo, el brillo, la habilidad, las ilusiones, el patrimonio, la memoria, la agilidad, la calma, la templanza, la paciencia, la fortaleza y hasta la vergüenza.

La vida es una cadena ininterrumpida de pérdidas: la niñez, la adolescencia, la juventud, la madurez.  En  la segunda y la tercera edad llegan las resacas de los excesos y de los descuidos, entonces perdemos la salud.

Un constante perder todos, hasta del más ilustre ganador.  El más notable triunfador si no quiere sufrir, tendrá que enseñarse a perder. No buscamos perder, somos alérgicos a la pérdida de todo: de las llaves, de los anteojos, de la cartera, de la credencial, del documento, del cambio, del certificado, de la herencia, del celular.

Por ello, es recomendable aprender a desprenderse de los apegos, a dejar que las cosas se vayan alejando sin aprehensiones, sin intentar detenerlas, permitiendo que se alejen sin dolor; no es fácil asimilarlo, pero es muy útil y benéfico hacerlo, aceptar que todo es efímero, perecedero, momentáneo.

La obsesión por ganar obnubiliza la razón, ciega al hombre, lo condena y lo encadena al martirio de la derrota que siente como fardo que le lastima el alma.  Queremos encontrar, descubrir, inventar, crear, diseñar, componer, construir, es lo que nos impulsa en el ascenso juvenil.

El más notable triunfador, tendrá que enseñarse a perder sin sufrir,  la experiencia nos enseña que tarde o temprano perderemos la vida y con ello, todo; entonces entenderemos el valor que tiene saber perder.     

Al final estaremos repelando o agradeciendo a la vida.