miércoles, 21 de enero de 2015

QUIÉN ERES TU?



¿QUIÉN ERES TÚ?

No sé tu nombre, sólo sé que si algún deseo, me fuese concedido por los dioses, pediría ser el viento que rosa tus mejillas, el suelo que pisan tus plantas o la luz que acaricia tu pelo.

Saber que existes es mi premio mayor, reconozco que no te merezco, por eso guardo la distancia y silencio, no quiero perturbar tu serenidad.

Bendita seas en todas y cada una de las células que dan tan sublime hermosura.

Tal concentración de belleza en una sola mujer no se había visto, en ti se reúnen todos los atributos y las majestuosas cualidades de una diosa.

Avanzas entre los árboles con tal gracia, con tal ritmo, que las ramas de los árboles se vencen a tu paso.

Me deleito con verte,  con adivinar tu aroma, pisar tus huellas y respirar el hueco que dejas cuando sin saberlo, me dejas.

Perdona esta revelación secreta, esta confesión sincera repleta de admiración profunda, soy cautivo de tu encanto.

Despiertas en mí las más exuberantes pasiones, cuando apareces en el horizonte el mundo se hace mágico, los colores revientan, las plantas se mecen al ritmo de tus piernas.

¡Qué tienes que me enloquece? ¿Qué humor destila tu presencia que hace temblar mis hormonas?  ¿Qué destello fulgura de tu cuerpo que me embruja?    

Esa cadencia de tu cuerpo moviéndose entre la floresta altera el orden universal que rige en la existencia, te perderé sabiendo que nunca fuiste mía; pero quedaré preso de tu esplendorosa indiferencia,

Una secreta fascinación que ningún sueño puede contener, la realidad de tu ser, está más allá de la imaginación más atrevida, te guardaré en lo más sagrado de mis memorias, mujer de lindo andar.   

El Monstruo



EL  MONSTRUO

Ninguna humana se deja querer, todas me huyen, rehúsan mis besos, rechazan mis ruegos, se resisten a mis caricias, son sordas a mis  palabras de amor, a mis declaraciones de cariño. Repudian mi querer, desprecian mis sentimientos, son renuentes a mi compañía, desvían su mirada cuando aparezco, esquivan mi presencia, no me lo explican, simplemente me evaden.

Lo intenté todo, fui capaz hasta de trabajar para merecer su atención,  brindé por ellas, les llevé serenatas, les compuse versos que recité con mi mejor voz, me esmeré en ser un joven interesante, les compré regalos, les di flores, perfumes,  brazaletes, pulseras, collares y anillos, pero solo recibí desprecios.

Seguí a muchas, todas se escondían, las encontraba y se agachaban, las apuntaba con el índice y se escabullían entre la muchedumbre del mercado, les gritaba y se hacían las sordas, lo intenté todo inútilmente, lo único que conseguí, fue la más recalcitrante indiferencia.

Les daba asco mi lepra, no les agradaba mi aliento nauseabundo, lo visco de mis ojos les desagradaba, mi cojera les causaba prisa, mi labio leporino las enfriaba, mi calvicie las entristecía, mi mal humor las espantaba, mi joroba las aturdía, mi hedor las enloquecía, repudiaban mis encías, mi conversación les provocaba grima.

Para colmo, lo que más les repugnaba era la pobreza que siempre me había embargado, ninguna quería saber de mí, siempre ponían distancia cuando mi sombra se acercaba, aceleraban el paso, escapaban, preferían sumergirse en el primer pantano del camino, que voltearme a ver.

Por eso me vine aquí, a esta cueva inmunda, llena de murciélagos, ellos no me rechazan, revolotean por las noches golpeando suavemente mi cabeza, se acomodan en mis hombros, me lamen las manos y los ojos, se limpian los bigotes con mis pelos, muerden mi cuello dulcemente, sorben la pus que me drena, beben mis plaquetas adoloridas, soban con su trompa mis parpados, lloran conmigo mi suerte.

A veces me los como crudos, no me gustan guisados, los destripo a dentelladas, luego los beso y los abrazo, de las muchachas ¡no quiero saber ya nada!    ¿Por qué?  Sospecho que soy un monstruo como el de la metamorfosis   Kafkiana.  


Los Olvidados



LOS  OLVIDADOS

En esa miserable cueva se amontonan: pordioseros, limosneros, lumpen, andrajosos, menesterosos y vagos.

Trapos hediondos, moscas, pulgas, piojos y chinches saltan en medio y alrededor de trapos, cobijas, capas, gorras, sombreros y roídos cobertores.

Las ratas tienen sus madrigueras entre las colchas y los colchones, el grasoso  suelo es una cuna de cucarachas, lombrices y escarabajos; el apestoso drenaje abierto, pulula de burbujas de diferentes radios que, al reventar, salpican los rostros de los ahí hacinados.

Llegan de sus distintos distritos, con sus respectivos morrales, llenos de basura selecta, todo apesta a una suerte de mugre mezclada, proveniente de los barrios donde estos desgraciados, estos olvidados suplican ayuda monetaria a los transeúntes que circulan por las arterias citadinas.

Por la noche encienden veladoras, destapan  ánforas para beber sotol, inhalan solventes o se masturban entre desentonados cánticos de música tardía.

Chapotean beodos entre el fango de suciedad que cubre el suelo, ahí acurrucados entre mantas y costales, prenden sus colillas, encienden sus radios y celulares, para enterarse de las cotizaciones de la bolsa de Wall Street, del índice Nikey o del Navsdak.

Abren sus paliacates y sacan sus ganancias del día para recontarlas por enésima vez, clasifican sus monedas, hacen cuentas y miran desconfiados a su rededor.

Luego guardan en lo más profundo de sus camisones y abrigos su tesoro, duermen con un ojo abierto, siempre alertas para no ser sorprendidos por los ladrones de la noche, que siempre acechan a hurtadillas para aprovechar el menor descuido y extraer en silencio lo ajeno.  Son los olvidados, no exentos de discordia, se vigilan desconfiados unos a otros.

El hambre apremia, hay que aprovechar los cruces de las esquinas principales, respetando las reservadas por los líderes, hay que cargar los cachivaches y llenar las botellas de combustóleo, para lanzar las lenguas de fuego,  hay que pintarse la cara de contrastantes colores, hay que entrenar los malabares, hay que rezar y encomendarse a la virgen del zapote y a la santa muerte.
Ellos no cuentan, no son censados por las estadísticas del instituto de geografía, son los negados de la vida, nacieron en un tiradero, entre el humo de las llantas ardiendo, en medio de las infecciones microbianas más espeluznantes, llegaron a este mundo a padecer las inclemencias, están pagando el karma, según pretextan los jerarcas de la iglesia, son flojos, no quisieron ir a la escuela, no quieren trabajar, prefieren dar lástima y sobrevivir de ella y de los desperdicios de la urbe.

No tienen nombre ni apellido, solo apodo, no los atienden ni en el seguro ni en el iste ni el popular, no votan ni serán votados. No se les toma en cuenta, es más, no existen.                 

Derroche



DERROCHE

La vida es energía gastándose, es el despilfarro de los dones, es el derroche del talento, allá van las monedas, al aire los billetes, que ruede el oro y la plata, que vuelquen los diamantes y las perlas.

Aquí el dispendio de todo, a vaciar los contenidos, a malgastar los estúpidos ahorros, a quebrar alcancías y todo cuanto existe; mi vida la doy de limosna a los menesterosos, mi fama la tiro al charco de la ignominia para ser pisoteada por los cascos de mulas y bueyes.

Allá van mis amargas memorias, junto a los dulces recuerdos, para que se pierdan para siempre, entre la bruma donde nos tocó destruir la historia.

Guardar huele a muerte,  sabe a viejo, hiede a sepulcro, es quedar enterrado en pena, es trastabillar entre las rocas, es quedar perplejo.

Corre el fuego, se desencadena el viento, se levantan las aguas, el caos surge del fondo de la nada, un remolino nos envuelve, un ruido nos atolondra, la candela parpadea de miedo, luego se apaga y una cola de humo se desprende.

Derrocha todo, que ni un átomo de ti permanezca, bórrense las huellas, pero antes, dona todo lo que aún sirva: regala el corazón, obsequia los riñones, entrega tu sangre, premia con tus ojos, déjales la herencia ecuménica: los miembros, las garras, la garganta, la lengua, tu alma que ya quedó embarrada en estas líneas.   

Tira la casa por la ventana, date en ganga a la primera que pase por tu puerta abierta, despréndete de todo lastre, barre tu alma con los dedos, sacude tu memoria de polilla, limpia hasta el último rincón de tu cuerpo, estuche donde pernoctas.

Pierde cuidado, despreocúpate del tiempo, lo pasado quedó atrás, cada vez más lejos y el futuro regresará cuando ya no estés, cuando te hayas ido, se llenarán los vacíos con el eco, mismo que también desaparecerá al fin.

Antes de irte, ríe, juega, baila, canta, derrocha, despilfarra.
    

Miedo a la libertad



MIEDO A LA LIBERTAD

Buscaba un árbol donde atarse, traía un buen collar, aunque ya había pensado ir con el talabartero para un ajuste, no le apretaba lo suficiente, lo que él hubiera querido, quizá se fue aflojando con los años, tal vez había perdido peso, pues era la época de las vacas flacas.

-Ya cincharé bien esta correa- se decía- por ahora debo encontrar aunque sea un poste donde amarrar mi cadena, que ya de por sí es pesada, la traigo arrastrando desde aquel cerro, señalaba con su brazo.

Notó que su cadena tenía algunos eslabones flojos, esa era una de sus grandes preocupaciones, cómo le hubiera gustado estrenar unos flamantes grilletes, de esos que se hacían en los buenos tiempos; tímidamente se asomó a la herrería, el dueño con un ademán le invitó a entrar para revisar su equipo, la siento frágil - le dijo – en cualquier momento se puede romper, le ruego la repare para quedar asegurado a ella – le comentó.

No se apure, déjemela y venga por ella mañana, a primera hora se la tengo lista – pero Señor herrero no puedo andar libre, sin mi cadena no me hallo, -le presto esta correa mientras, - le dijo el artesano - está bastante firme, échele nudo ciego y verá que se sentirá seguro.

Esa noche otros clientes de la herrería llegaron con encargos múltiples y por error se confundió la cadena de aquel manso sujeto, al día siguiente cuando volvió por su cadena, se encontró con que no aparecía por más que el herrero la buscaba entre placas, alambres, cajas, herramientas y soldaduras.

Desesperado por su cadena echó a llorar de angustia, - es que es algo verdaderamente espantoso, esta correa puede romperse con un fuerte tirón que le dé mi amo, podría yo huir, escapar y entonces sería mi ruina, por favor señor herrero,  repóngamela, encuéntrela, sustitúyamela o haga algo para calmar mi angustia.

Los ojos le brillaron cuando vio unos barrotes que el herrero soldaba en una reja, luego se fijo en una enorme chapa, en los candados oxidados que colgaban del anaquel del fondo también en las ganzúas y aldabas, se encantaba viendo cerrojos y bisagras, pero no cambiaba sus ataduras por nada.
Aquí está su cadena- le dijo el herrero – abróchesela bien y encuentre un barandal donde atorarse, se llenó de júbilo y no se volvió a apartar de su puesto, desde entonces permanece ahí,  en calidad de jumento petrificado.