AMOR PROPIO
¿Amor
propio, auto estima, qué es, dónde
está?... Así pasaban los días, sintiéndose como un renacuajo salido de las
alcantarillas, como un gusano emergiendo de las cloacas, aplastado como una
cucaracha cualquiera.
Se escurría
entre los rincones, se ocultaba detrás de los barandales, se agachaba entre los
pilares para que ninguna vista lo enfocara, buscaba con vehemencia la realidad,
pero ésta escapaba, se resbalaba mientras él más se confundía; a veces creía
asirla con su pensamiento y ahí sujetarla para desmenuzarla y comprenderla,
pero se desvanecía como humo.
Descubrió
que la realidad no existe el día que se miró en el espejo de su alma, había
querido complacer a los demás, satisfacer sus expectativas, obedecer sus
críticas, y se preguntaba: ¿Cómo conquistar su aprobación? ¿Qué pensarían los
otros de su presencia? ¿Cómo hacer para que lo aceptaran? Haría todos los
esfuerzos necesarios para su beneplácito, porque ellos eran sus jueces, su
felicidad dependía de su veredicto, siempre había estado pendiente de sus
gestos de reprobación, de su descalificación y así había actuado, tratando de
cosechar sonrisas y lo que había conseguido era su desprecio.
¿Les gustará
mi estilo? ¿La manera como hablo, como me desenvuelvo, la forma como me desempeño
en la vida, qué opinarán de mi cara y de mi cuerpo, de mis humores y defectos?
¿Cómo quieren que me vista, cómo deberé caminar, moverme, dormir, despertar?
¿Qué dirán de mi forma de ser?
Descubrió
una noche que nadie había, que aquel jurado era solo un puñado de fantasma que
habitaban bailando dentro de su cabeza, que eran solo el reflejo de sus
miserias.
Caminaba
taciturno y cabizbajo entre aquellos viejos callejones llenos de basura y
soledad, su derrotada figura se transparentaba en aquellos aparadores raspados
por el tiempo, la suciedad era su escudo, la mugre lo opacaba, algunas moscas
revoloteaban entre sus barbas, caían de su cabeza greñas repletas de tristeza.
Así
apachurrado deambulaba, siempre mirando al suelo, de vez en cuando algún roedor
cruzaba entre sus guaraches, pero él con su típica indiferencia los ignoraba,
en otras ocasiones algún perro callejero lo orinaba sin recato, pero él ni se
inmutaba, seguía arrastrando su sombra por esos arrabales donde acostumbraba
echarse a ver pasar el tiempo.
Ya no rezaba
ni imploraba ayuda, sabía que era en vano, tampoco pedía limosnas, era inútil,
además no se merecía caridad alguna, ni lástima de nadie, su dignidad había
quedado sepultada entre los desperdicios de un hotel de mala muerte, no quería
ni perdón ni bendiciones, era un perdedor perenne, el último de la lista, no
valía nada!
-No soy
nadie- se repetía mil veces durante el día, no soy nadie, se lo decía constantemente, así iba
destruyendo lo que de él quedaba, soy un miserable, hijo de la pobreza, amante
de la mala suerte, socio de la pereza y discípulo de la desvergüenza. Se solazaba en
la depresión más profunda, se azotaba con lánguida melancolía y ahí se
estacionaba para solo permitirse emitir unos lamentos de aburrida nostalgia.
No, no
merecía vivir, hubiese querido morir desnudo o envuelto en una sábana sanguinolenta
húmeda de pena, pero le trajeron y le abandonaron a merced de su desdicha, a los
cuatro vientos huracanados le aventaron, sin propósito, sin destino, sin
explicación alguna.
Se seguía
diciendo: Heme aquí desvalido como cuyo de laboratorio sin saber cómo ni cuándo
llegará mi turno, me destazarán poco a poco (?) o me mantendrán enjaulado en
este valle de inmisericordia por una eternidad (?).
Por qué le
trajeron (?) de quién fue la absurda idea (?) Se lo ha preguntado al sol, a la
luna y a las estrellas y se han quedado calladas de vergüenza, porque tampoco lo
saben en su sabia ignorancia.
Permanece
así aplastado como una mala replica de humano, como un ser caduco, extemporáneo,
hueco como un viejo árbol caído. Cada vez su ignorancia se agranda, de él nada
quedará, sus restos no son algo, eran simplemente una insólita vibración
apagándose.
No quiere recuperar la cordura, prefiere
mantenerse loco, desquiciado, es más cómodo ser irresponsable y no reaccionar
ante los embates de la muerte que le asalta a cada momento.
No, ya no
quiere pensar con lógica aristotélica, quiere despedazar la razón, destrozarla
a patadas, desintegrarla con atropellos de locura. Avanza en reversa, viendo
cómo se estrello con un racimo de planetas que pertenecen a otra galaxia, la
Vía Láctea es aburrida, tediosa, cansado está de sobrevivir en ella, la ha
recorrido de esquina a esquina, siempre entra por el mismo rincón, humeando,
apestando, rumiando ponzoña y mentiras que no llegan a nada.
Los espantos
dan la mano, invitan al pardo olor de sus humores, rosan como fantasmas los
esqueletos lívidos de abandono y soledad, nada resta por seguir, paró las
cuerdas, estrujó la vida, maldijo el pudor de las vírgenes que adoloridas se
arrastraban en los umbrales del perdón.
Allí
quedaron las huellas de sus garras, a lo desconocido aferradas, ladrando
eufóricas, solas, pudriéndose en su fértil esplendor, porque no hay quien las
escupa de frente, todo lo que necesitan es para siempre morir.
Cansado de
vivir camina al final de su exultante aventura que ya agota su repertorio de
gracias y desgracias ¿Quién interpretará la sinfonía perecedera?
Los músicos
han abandonado la orquesta, los instrumentos yacen vacíos, ahí quedaron las
trompetas de los ángeles que han elevado su vuelo para alcanzar otras estrellas
donde escuchen sus agrios cantos, allá quedaron los tambores tirados sin
alguien que los repercuta al ritmo del nuevo nacimiento, guitarras que semejan
tumbas silenciosas, porque no hay quien tense y toque sus acordes, los violines
esconden su llanto entre las maderas, el piano ya no se queja con sus
teclas como dientes anglicanos, el
órgano está apagado, no sopla su estruendo melancólico por falta de aliento, la
tristeza cubre los altares, bancas y púlpitos; los confesionarios vacíos de
secretos, los pecados se han apolillado, la fe quedó enterrada en los sepulcros
del pasado.
Fue un
prófugo del demonio, se escapó escondido en esos harapos, pasó desapercibido
ante su fulminante mirada. Dios con su sequito de guardianes no le dio la
espalda, lo encontró allí desvanecido, le pidió perdón en nombre de sus hijos,
hoy cantamos todos a capela la gloria del cielo, Dios ríe a carcajada batiente
y él atónito se da dos o tres golpes en
el pecho.