martes, 16 de septiembre de 2014

EL PORDIOSERO



EL PORDIOSERO

Se encomendaba a dios por las mañanas igual que por las noches y las tardes, durante todas las horas del día rezaba, se hincaba, suplicaba clemencia, se daba estruendosos golpes de pecho, vestía un hábito deshilachado; colgadas,  además de un gran escapulario,  traía varias medallas y en la siniestra, una veladora encendida.

A las doce en punto se metía al templo casi a puro llorar, lo combinaba con un piadoso viacrucis, de memoria recitaba en silencio la letanía, varios rosarios dolorosos formaban su repertorio, los desgranaba lentamente con la esperanza de hacerlos interminables, los gozosos los eludía.

Purgaba penitencias ya concluidas, lo hacía con la convicción de un santo, ayunaba, hacía sacrificios insolentes, sus guaraches llenos de clavos le recordaban la pasión, le gustaba usar una corona de espinas sobre su sangrante cráneo, participaba en peregrinaciones a la Basílica, Talpa,  San Juan y Chalma, recorría los barrios en busca de capillas donde cantar Salmos, se sacudía en éxtasis frente al Sagrario.

Constantemente se persignaba, alzaba los ojos al cielo pronunciando fervientes oraciones, pedía su salvación, suplicaba piedad, imploraba clemencia y consuelo a su alma pura y adolorida, el pecho le brincaba de fe, vivía en el asueto, en ascetismo ejemplar.

Cumplía votos de humildad, pobreza, castidad y obediencia, se estremecía con apariciones angelicales, renunciaba a los milagros, huía del pecado y de los pecadores, abnegado demandaba redención, limpiaba su alma con confesiones innecesarias, comulgaba cada vez que podía, los actos de contrición eran su deleite, aves marías, credos y padres nuestros, su recreo.

Era un elegido, dios lo había señalado, lo sentía en los bautizos, lo confirmaba en las primeras comuniones,  los miércoles de ceniza eran un júbilo, la pascua sublime, la cuaresma lo anonadaba,  la semana santa un sueño, la misa el edén, a rastras lo sacaban de la iglesia, se aferraba a las bancas, corría hasta los altares y ahí se desvanecía de pura devoción.

Se solazaba leyendo los retablos, donde no dejaba de santiguarse,  se dedicó a las limosnas, vivía prendido de un crucifijo con una mano y con la otra pedía limosnas, se volvió pordiosero, era su vocación.     



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