lunes, 15 de septiembre de 2014

UN BUENO PARA NADA



UN  BUENO  PARA  NADA”

-¡Eres un bueno para nada!- eso le habían asegurado cuando intentaba servir para algo, casi siempre era el mismo comentario, la misma acusación. -¿Qué sabes hacer?- ¡Nada! ¡Absolutamente nada! No, no era un haragán, solo que ¡todo lo que emprendía lo echaba a perder!

En realidad sabía hacer todo lo que un animal acostumbra y era todo, salvo algunas otras cosas relacionadas con el prurito de consumir.

No sabía comunicarse muy bien y menos en público- Es verdaderamente un inútil, que no sirve para nada- les había oído decir y de eso lo habían convencido desde niño, sus padres, sus maestros, sus tías y muchos otros que intervinieron en su formación.

-Es rete ¡bueno para nada!- decían al referirse a él- además sin iniciativa, sin agallas, sin empuje. ¿Qué futuro te espera a su lado?- era la voz que oían las muchachas a las que pretendió de adolescente, cuando estaba convenciéndose que era un inútil que no servía ¡absolutamente para nada!

-¡Bueno! – Se decía a veces y para levantarse el ánimo- debe haber algo bueno oculto en mí- entonces se afanaba en hallarlo, probaba estudiar con ahínco, se esforzaba en aprender con vehemencia alguna destreza, pero pronto notaba que en aquello ¡tampoco servía para nada!

-Trata de ser útil, de ¡hacer algo! – le decían y él se esmeraba en hacer bien las cosas, pero el resultado de lo que hacía bien, nadie se lo reconocía ya que no implicaba dificultad de importancia alguna.

Cuando creció y pasó su juventud, encontró una novia con la que contrajo matrimonio, la amó mucho, ella un buen día se lo confesó cuando él la sorprendió en brazos de un extraño y le reclamó su infidelidad - ¡Es que ni para esto sirves! - le gritó, enroscada con el amante, en la cara.

Creo que ahí empezó su caída libre, hizo un recuento de todos sus fracasos y no le ajustó el espacio para reunirlos todos, había iniciado un sinfín de negocios, mismos que terminaron en fiascos, todo lo que emprendía acababa en la ruina, en la basura, nunca pudo sortear los obstáculos, mismos que finalizaban aplastándolo.

No, no podía contra la adversidad, después del primer error, venía el otro y así encadenados se dejaban venir como en catarata los demás, era un ¡Bueno para nada!  Todos lo sabían.
¿Tendría desventajas congénitas? ¿Por qué otros eran buenos para algo? Realizaban sus oficios con habilidad, con una destreza mantenida con la práctica y la experiencia que el tiempo da. Pero él ¡no! No sabía de algo en concreto, no era experto en nada, era como se lo había confirmado su mujer ¡Un bueno para nada!

Veía al zapatero ¡Ah! ¡Qué bueno era para reparar el calzado! Veía al joyero arreglando las sortijas y cortando los diamantes, pensaba en el hombre del rastro que como verdugo de las reses sabía matar marranas y chivas, veía a los campesinos labrando la tierra, encorbados horas enteras en la milpa, en la siembra, bajo el ardiente sol cayendo como plomada sobre sus espaldas y pensaba:- ¡Ni para eso sirvo, porque me canso!-

-¿Qué sé hacer?- se preguntaba- puras cosas fáciles y fruslerías, sé manejar un coche, pero no una grúa ni una motoconformadora ni aplanadoras ni montacargas, no tengo oficio ni beneficio, tal como le decía su abuela desde niño: - ¡El que nace para maceta, no pasa del corredor!

Ahora ya era viejo, era tarde para hacerse diestro en un oficio ¡Ah, cómo le hubiera gustado ser bueno para algo! Para tocar algún instrumento musical, eso le hubiese encantado, ¡pero no!  ¿Qué tal si hubiese sido campeón en algún deporte? ¡Magnífico! O un ¡gran actor de cine, de teatro o de televisión! ¡Pero no! ¡Qué satisfacción haber sido un triunfador! ¡Un experto jinete! ¡Un gran jefe de cocina! ¡Un político famoso! ¡Un excelente piloto de carreras! ¡Alguien en la vida!

Pero no, él era solamente ¡Un buey, muy bueno para nada!

Para casi todo era muy malo, excepto para una que otra cosilla pero en la que no destacaba tampoco, en la que simplemente era mediocre, bueno eso ya era algo, se consolaba con saber que había otros peores.

Recordaba cuando intentó hacerse vendedor, en pocas semanas se dieron cuenta sus superiores que ¡No servía ni para vender quesos!

Había cosas para las que no era tan malo, por ejemplo: caminaba más o menos bien, dormía regular, comía medianamente cuando había,  se vestía con sencillez y modestia.

Recientemente se quiso suicidar, pero ¡le falló la puntería! Cuando le trasladaban en camilla de la ambulancia al hospital, todavía escuchó decir a su hermana:- ¡Este infeliz no sirve ni para eso, no sirve para nada!- un lagrimón intentó saltarle del ojo izquierdo de tanta impotencia.

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