“UN
BUENO PARA NADA”
-¡Eres
un bueno para nada!- eso le habían asegurado cuando intentaba servir para algo,
casi siempre era el mismo comentario, la misma acusación. -¿Qué sabes hacer?-
¡Nada! ¡Absolutamente nada! No, no era un haragán, solo que ¡todo lo que
emprendía lo echaba a perder!
En
realidad sabía hacer todo lo que un animal acostumbra y era todo, salvo algunas
otras cosas relacionadas con el prurito de consumir.
No
sabía comunicarse muy bien y menos en público- Es verdaderamente un inútil, que
no sirve para nada- les había oído decir y de eso lo habían convencido desde
niño, sus padres, sus maestros, sus tías y muchos otros que intervinieron en su
formación.
-Es
rete ¡bueno para nada!- decían al referirse a él- además sin iniciativa, sin
agallas, sin empuje. ¿Qué futuro te espera a su lado?- era la voz que oían las
muchachas a las que pretendió de adolescente, cuando estaba convenciéndose que
era un inútil que no servía ¡absolutamente para nada!
-¡Bueno!
– Se decía a veces y para levantarse el ánimo- debe haber algo bueno oculto en
mí- entonces se afanaba en hallarlo, probaba estudiar con ahínco, se esforzaba
en aprender con vehemencia alguna destreza, pero pronto notaba que en aquello
¡tampoco servía para nada!
-Trata
de ser útil, de ¡hacer algo! – le decían y él se esmeraba en hacer bien las
cosas, pero el resultado de lo que hacía bien, nadie se lo reconocía ya que no
implicaba dificultad de importancia alguna.
Cuando
creció y pasó su juventud, encontró una novia con la que contrajo matrimonio,
la amó mucho, ella un buen día se lo confesó cuando él la sorprendió en brazos
de un extraño y le reclamó su infidelidad - ¡Es que ni para esto sirves! - le
gritó, enroscada con el amante, en la cara.
Creo
que ahí empezó su caída libre, hizo un recuento de todos sus fracasos y no le
ajustó el espacio para reunirlos todos, había iniciado un sinfín de negocios,
mismos que terminaron en fiascos, todo lo que emprendía acababa en la ruina, en
la basura, nunca pudo sortear los obstáculos, mismos que finalizaban
aplastándolo.
No,
no podía contra la adversidad, después del primer error, venía el otro y así
encadenados se dejaban venir como en catarata los demás, era un ¡Bueno para
nada! Todos lo sabían.
¿Tendría
desventajas congénitas? ¿Por qué otros eran buenos para algo? Realizaban sus
oficios con habilidad, con una destreza mantenida con la práctica y la
experiencia que el tiempo da. Pero él ¡no! No sabía de algo en concreto, no era
experto en nada, era como se lo había confirmado su mujer ¡Un bueno para nada!
Veía
al zapatero ¡Ah! ¡Qué bueno era para reparar el calzado! Veía al joyero
arreglando las sortijas y cortando los diamantes, pensaba en el hombre del
rastro que como verdugo de las reses sabía matar marranas y chivas, veía a los
campesinos labrando la tierra, encorbados horas enteras en la milpa, en la
siembra, bajo el ardiente sol cayendo como plomada sobre sus espaldas y
pensaba:- ¡Ni para eso sirvo, porque me canso!-
-¿Qué
sé hacer?- se preguntaba- puras cosas fáciles y fruslerías, sé manejar un coche,
pero no una grúa ni una motoconformadora ni aplanadoras ni montacargas, no
tengo oficio ni beneficio, tal como le decía su abuela desde niño: - ¡El que
nace para maceta, no pasa del corredor!
Ahora
ya era viejo, era tarde para hacerse diestro en un oficio ¡Ah, cómo le hubiera
gustado ser bueno para algo! Para tocar algún instrumento musical, eso le
hubiese encantado, ¡pero no! ¿Qué tal si
hubiese sido campeón en algún deporte? ¡Magnífico! O un ¡gran actor de cine, de
teatro o de televisión! ¡Pero no! ¡Qué satisfacción haber sido un triunfador!
¡Un experto jinete! ¡Un gran jefe de cocina! ¡Un político famoso! ¡Un excelente
piloto de carreras! ¡Alguien en la vida!
Pero
no, él era solamente ¡Un buey, muy bueno para nada!
Para
casi todo era muy malo, excepto para una que otra cosilla pero en la que no
destacaba tampoco, en la que simplemente era mediocre, bueno eso ya era algo,
se consolaba con saber que había otros peores.
Recordaba
cuando intentó hacerse vendedor, en pocas semanas se dieron cuenta sus
superiores que ¡No servía ni para vender quesos!
Había
cosas para las que no era tan malo, por ejemplo: caminaba más o menos bien,
dormía regular, comía medianamente cuando había, se vestía con sencillez y modestia.
Recientemente
se quiso suicidar, pero ¡le falló la puntería! Cuando le trasladaban en camilla
de la ambulancia al hospital, todavía escuchó decir a su hermana:- ¡Este
infeliz no sirve ni para eso, no sirve para nada!- un lagrimón intentó saltarle
del ojo izquierdo de tanta impotencia.
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