FRUSTRACION DE UN
SUICIDA
La adversidad había minado su resistencia, no podía
más, le había dado vueltas y más vueltas al asunto, todas las salidas estaban
vedadas, por más que se afanó en encontrar las soluciones a sus innumerables
problemas, no veía claro.
El mundo se le había venido encima, lo económico,
lo familiar, todo se había vuelto intolerable, las cosas empeoraban día con
día. Una enorme depresión lo ahogaba, las deudas bancarias lo acechaban, los
amigos lo defraudaban, la familia lo abandonaba, la ley lo cercaba, la policía
lo perseguía, la mala suerte le mostraba los dientes, todo le salía mal, cada
vez era peor.
Un día la salud enterró sus colmillos, los dolores
se hicieron insoportables, sangraba por boca y nariz, fuertes retortijones sacudían
su vientre, la cabeza le reventaba, sudaba a cántaros y la diarrea escurría
entre sus piernas.
Decidido tomó el revolver, se incrustó el cañón
entre los labios, cerró los ojos llorosos y jaló el gatillo; pero nada sucedió,
el cilindro se había trabado, las muescas de los engranes atoradas impedían que
el martillo golpeara el fulminante de la bala 45 de la Colt, toda la madrugada
estuvo aceitándola e intentando con
infinita paciencia reparar la falla.
-Ya podría estar muerto a estas horas y sigo con esta
vida- pensó
Furioso lanzó el arma al suelo, saltando
frenéticamente sobre ella, le dio varios taconazos con rabia inusitada, pero lo
único que consiguió fue lastimarse un pie.
Recapacitando, se puso su chamarra negra y salió
rumbo al taller de Don Arnulfo.
-Fíjese que traigo un problema muy grande con esta
triste pistola, no funciona, me estafaron, cuando barata la compré sí
disparaba, ahora mire está atascada, quiero que me la arregle Don Arnulfo.-
-Con gusto- respondió el anciano,- pero ahora no dispongo
de tiempo, parece estar pegado el cilindro, déjamela y date una vuelta mañana,
vente como a las cuatro.-
Regresó cabizbajo a través de aquel lúgubre
callejón, pasó por el aparador donde exhibían flamantes rifles y espléndidas
pistolas de todos los calibres; pero sus bolsas - para no variar - estaban
vacías; una salada lágrima escurrió por su mejilla, atrapándola con la punta de
la lengua, deglutiéndola como desayuno.
Por el camino, saludó al boticario, comentándole
que tenía una plaga de ratas en su casa y cantidad de cucarachas la habían
invadido, pidiendo que le sugiriera una solución.
Don Torcuato le recomendó algunos venenos como
opción, -aquí tienes este frasco de cantarella,
lo usaban en la edad media, cuentan que con el asesinaron al papa Alejandro
VI, también tengo este que es puro arsénico o aquí dentro hay cianuro
suficiente para matar un toro.
-Fíeme la cantarella
Don Torquis –le dijo
-¡No! Ya te conozco, págame lo que me debes hace
meses y entonces hablamos, acuérdate que me debes el agua oxigenada, las
vendas, las aspirinas y otras medicinas,
aquí tengo las notas-.
Con la moral por los suelos salió de la botica y
arrastrando la cobija subió hasta su buhardilla, para reposar sus desgracias.
Ahí tendido se acordó del hara kirie que le había
recomendado hacerse su suegra, abrió la caja de herramientas, pero su contenido
estaba en el empeño, solo una espátula chata pudo distinguir en su interior. Corrió
a ver a Don Viviano el herrero a fin de sacarle filo a la vieja hoja de metal.
El viejo estaba en cama, tosía escandalosamente,
los bigotes se le erizaban y los ojos se le volteaban, parecía grave, los
estertores se oían desde la entrada – présteme su afiladora - le suplicó a Doña
Ricarda, su mujer- No porque no estoy autorizada para hacer uso del equipo,
además a lo mejor te clavas el esmeril – le respondió la vieja.
Resignado y con los ojos lánguidos se retiró casi a
gatas, trastabillando por la banqueta, de pronto una brillante idea le brincó,
la cuerda que había dejado encima de la alacena podría ser el vehículo para el
escape eterno, aquel mecate con el que había amarrado las cajas de los libros
que había empeñado, algo había sobrado.
Ató una punta a la viga y la otra la anudó en su
pescuezo, se paró arriba de la bamboleante mesita y se lanzó con una sonrisa al
vacío, esperando despertar en el infierno.-Solo falta que se rompa esta
porquería –pensó, cuando acalambrado rodaba por la cocina.
Se dio de bofetadas, se ahorcó con ambas manos, se
estranguló con los brazos, se puso varios candados de lucha libre, solo le
faltó aplicarse la quebradora; de poco le valió rendirse.
Soñó que empezaban a llegar los licenciados con los
cobradores a embargarlo, a llevarlo al ministerio público, a la penitenciaría,
al pabellón de los orates y desquiciados o quien sabe a donde; los reclamos
estremecían los cimientos de aquel cantón, las protestas de sus acreedores se oían
a leguas, las sirenas de las patrullas se hacían insoportables, no sabía si
eran los bomberos o las ambulancias que venían por él, los aleteos de buitres y
zopilotes alzaban ventarrones por todo el vecindario, los demás inquilinos del
barrio salieron azorados a observar lo que ocurría.
Escogió entonces acabar con todo de una buena vez y
para siempre ¿qué caso tenía continuar sufriendo todos esos acosos? Vivir era
un martirio constante, un solo momento de serenidad no tenía, le hubiese
bastado alguna sincera sonrisa, un abrazo, un apretón de manos, el guiño de un
ojo, el saludo más humilde del más prieto de los pordioseros hubiese sido
suficiente, pero ¡nada!
Alguna vez oyó que el mundo es un espejo donde se
refleja lo que uno es, pero él había roto el vidrio donde cada mañana se
regañaba, había intentado borrar su sombra con un pañuelo bañado en llanto;
ahora se lanzaría de lo alto de un rascacielos, del más alto de su pueblo y
escapando como pudo de sus perseguidores imaginarios, llegó a la puerta donde los
vigilantes detuvieron su carrera.
-Identificación joven y motivo de su visita - le
exigieron, se hizo bolas, entró en contradicciones, el uniformado lo tomó por
el cogote sacudiéndolo para después soltarlo y propinarle fuerte puntapié en la
cola.
¿Cómo deshacerme de mí? – se preguntaba, sentado en
una tumba del cementerio, cuando se acercó un perro a ladrar y gruñir
escandalosamente, luego se dio media vuelta y le orinó los tenis.
Lo había intentado todo, varias veces trató de
aguantar la respiración a fin de lograr la asfixia, pero su natural instinto de
conservación lo traicionaba cada vez.
Muchas veces acudió al hospital donde los
laboratorios de análisis clínicos hervían de virus y mortales bacterias, había
ingerido toda clase de microbios, se provocó infecciones letales, bebió en
probetas y matraces, confiando en desastrosas consecuencias, lo más que
consiguió fueron mareos horripilantes, náuseas indescifrables, ascos
insoportables y profundos dolores; al finalizar aquellos tormentos, ya
recobrado de sus propias torturas se daba estruendosos topes en árboles,
bardas, columnas y postes a fin de sangrar, pero únicamente chipotes le
brotaban como volcanes en el cráneo.
Varias veces se había arrojado al río, amarrando
sus pies a un yunque con cadenas, pero los eslabones se abrían para dejarlo
flotar como sardina de hule espuma.
Con qué no ¿eh? Está bien... ¡me adaptaré! Haré de
cuenta que soy feliz, un triunfador, un hombre querido, aceptado, exitoso,
sonreiré, seré optimista, rechazaré todo pensamiento fatal, cultivaré mi ánimo,
aprenderé a querer, recuperaré mi salud, amaré a mi prójimo como a mí mismo,
perdonaré a todos, seré paciente y agradecido, extendió los brazos al cielo,
cuando un rayo lo fulminó, dejándolo carbonizado, miren ¡allí está!