jueves, 25 de septiembre de 2014

SALUD MENTAL



SALUD  MENTAL

Creyó que por fin había logrado que ofensas, indirectas, desprecios, humillaciones e insultos se le resbalaran y no le volvieran a quitar el sueño.
Pensó que se había liberado de esa tremenda carga que él mismo hacía más pesada cuando recién había sufrido algún rechazo, reprimenda, o descalificación.
Las heridas emocionales recibidas le dejaban cicatrices que perduraban, podían transcurrir años y no alcanzaban a diluirse, le habían llegado a afectar meses enteros, sin haber podido escapar a esas depresiones causadas por su exagerada sensibilidad.
Semanas después de un desagradable acontecimiento, aún palpitaban en sus entrañas, las palabras ofensivas que él regodeaba con nudos en la garganta,  y rabia en los nervios.
Le era imposible no recordar aquellas pequeñas frustraciones, que le impedían relajarse y dormir plácidamente, esas insinuaciones que lo destruían  internamente, esas insignificantes derrotas que lo hacía perder el temple.
Le era imposible olvidar los desaires de los que había sido víctima, guardaba para sí esos testimonios repletos de rencor, que le hacían subir los niveles de bilis, cortisol y adrenalina, provocándole  profundo malestar general.
Había luchado con denuedo, había usado toda clase de argucias para vencer aquellos ingratos y recurrentes recuerdos, episodios en los que había experimentado malos tratos, que lo hacían sentirse una piltrafa, nunca había podido apaciguarlos siquiera.    
Una y otra vez de manera cíclica volvían a presentarse esas nefastas escenas,  en las que no había respondido a bofetadas,  como su naturaleza violenta le indicaba; cuántas veces se había tragado ofensas, cuántas había apechugado humillaciones, lo que luego se revertía en furia contenida, que lo atormentaba durante meses.
Ahora no era diferente, no encontraba la forma de olvidar, le hubiese gustado que instantáneamente se desvaneciera  todo insulto, desprecio, rechazo, ofensa o ataque padecido.
Reconocía que él mismo se encargaba de engrandecer los atropellos recibidos, hasta hacer el recuento insoportable.
El alivio de aquellas perjudiciales cargas no llegaba, maximizaba  esos agravios, no los arrojaba de inmediato al cesto de la basura, siempre eran reciclados, no había podido desprenderse de todo ese lastre que le atascaba en los sótanos del resentimiento y le imposibilitaban elevarse a las alturas donde hubiese querido estar. 

¿Cómo apagar aquello, cómo apaciguar su ira? Le urgía su amor propio saldar la cuenta, solo así recuperaría el equilibrio, no podían las cosas quedar así, la represalia tocaba a su puerta exigiendo acción.
Sus múltiples enemigos constituían casi un sindicato, había dado demasiadas concesiones y el abuso venía de inmediato, se apagaba, se apachurraba contra su intima voluntad de tomar la espada y decapitar al osado que se atrevió a violentar su territorio ¿Cómo dejar las cosas sueltas?
Dejarse iba en contra de su alma, agachar la cabeza le estaba prohibido por su dignidad, claudicar no iba con él, tampoco poner la otra mejilla después de ser cacheteado, exculpar no era lo suyo, se había convencido que el tiempo no borraba nada, ahí seguían las marcas como mudos testigos de su rendición.
El olvido y el perdón estaban más allá de sus fuerzas, su sangre hervía de coraje, arrastraba odios y rencores comiendo, caminando, trabajando, durmiendo, él enfermaba, mientras sus enemigos reían a mandíbula batiente de su silencio.  
La guerra estaba en sus genes, los impulsos contenidos palpitaban alterando su estar, no podía ser ligero, era un hombre con las puertas abiertas y hasta lo más profundo de su espíritu habían penetrado infecciones soeces que le electrizaban.
Había extendido la mano y se la habían mordido, se había sacrificado y lo escupieron, se esforzó en ayudar y se lo reprocharon, se esmeró en auxiliar y lo expulsaron, explicó y lo ignoraron, permitió y lo denostaron.
Por eso huyó, se ausentó al desierto, a vivir como anacoreta. Allá descubrió que todo estancamiento genera enfermedad, que guardar viejas ofensas  y choques emocionales hacen crecer remordimientos, que sentirse profundamente ofendido corroe, que saldar las cuentas con sus atacantes acarrearía mayores conflictos ¿Qué era mejor? ¿Tomar distancia o ahondar en aquellas heridas que no dejaba cicatrizar?
Escuchó en el silencio de su más profundo interior:
-Déjalas fluir, que nada en tu cuerpo se estanque, que nada se detenga, que todo corra libremente como la sangre, como el oxígeno, como el alimento, como los líquidos, como la materia, así los pensamientos deben liberarse, jamás estancarse. ¡Toda retención bloquea la salud!

  

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