SALUD MENTAL
Creyó
que por fin había logrado que ofensas, indirectas, desprecios, humillaciones e
insultos se le resbalaran y no le volvieran a quitar el sueño.
Pensó
que se había liberado de esa tremenda carga que él mismo hacía más pesada
cuando recién había sufrido algún rechazo, reprimenda, o descalificación.
Las
heridas emocionales recibidas le dejaban cicatrices que perduraban, podían
transcurrir años y no alcanzaban a diluirse, le habían llegado a afectar meses
enteros, sin haber podido escapar a esas depresiones causadas por su exagerada
sensibilidad.
Semanas
después de un desagradable acontecimiento, aún palpitaban en sus entrañas, las
palabras ofensivas que él regodeaba con nudos en la garganta, y rabia en los nervios.
Le era
imposible no recordar aquellas pequeñas frustraciones, que le impedían
relajarse y dormir plácidamente, esas insinuaciones que lo destruían internamente, esas insignificantes derrotas
que lo hacía perder el temple.
Le era
imposible olvidar los desaires de los que había sido víctima, guardaba para sí
esos testimonios repletos de rencor, que le hacían subir los niveles de bilis,
cortisol y adrenalina, provocándole profundo malestar general.
Había
luchado con denuedo, había usado toda clase de argucias para vencer aquellos ingratos
y recurrentes recuerdos, episodios en los que había experimentado malos tratos,
que lo hacían sentirse una piltrafa, nunca había podido apaciguarlos siquiera.
Una y
otra vez de manera cíclica volvían a presentarse esas nefastas escenas, en las que no había respondido a bofetadas, como su naturaleza violenta le indicaba; cuántas
veces se había tragado ofensas, cuántas había apechugado humillaciones, lo que
luego se revertía en furia contenida, que lo atormentaba durante meses.
Ahora no
era diferente, no encontraba la forma de olvidar, le hubiese gustado que
instantáneamente se desvaneciera todo
insulto, desprecio, rechazo, ofensa o ataque padecido.
Reconocía
que él mismo se encargaba de engrandecer los atropellos recibidos, hasta hacer el
recuento insoportable.
El
alivio de aquellas perjudiciales cargas no llegaba, maximizaba esos agravios, no los arrojaba de inmediato
al cesto de la basura, siempre eran reciclados, no había podido desprenderse de
todo ese lastre que le atascaba en los sótanos del resentimiento y le
imposibilitaban elevarse a las alturas donde hubiese querido estar.
¿Cómo
apagar aquello, cómo apaciguar su ira? Le urgía su amor propio saldar la
cuenta, solo así recuperaría el equilibrio, no podían las cosas quedar así, la
represalia tocaba a su puerta exigiendo acción.
Sus
múltiples enemigos constituían casi un sindicato, había dado demasiadas
concesiones y el abuso venía de inmediato, se apagaba, se apachurraba contra su
intima voluntad de tomar la espada y decapitar al osado que se atrevió a
violentar su territorio ¿Cómo dejar las cosas sueltas?
Dejarse
iba en contra de su alma, agachar la cabeza le estaba prohibido por su dignidad,
claudicar no iba con él, tampoco poner la otra mejilla después de ser cacheteado,
exculpar no era lo suyo, se había convencido que el tiempo no borraba nada, ahí
seguían las marcas como mudos testigos de su rendición.
El
olvido y el perdón estaban más allá de sus fuerzas, su sangre hervía de coraje,
arrastraba odios y rencores comiendo, caminando, trabajando, durmiendo, él
enfermaba, mientras sus enemigos reían a mandíbula batiente de su silencio.
La
guerra estaba en sus genes, los impulsos contenidos palpitaban alterando su
estar, no podía ser ligero, era un hombre con las puertas abiertas y hasta lo
más profundo de su espíritu habían penetrado infecciones soeces que le
electrizaban.
Había
extendido la mano y se la habían mordido, se había sacrificado y lo escupieron,
se esforzó en ayudar y se lo reprocharon, se esmeró en auxiliar y lo
expulsaron, explicó y lo ignoraron, permitió y lo denostaron.
Por eso
huyó, se ausentó al desierto, a vivir como anacoreta. Allá descubrió que todo
estancamiento genera enfermedad, que guardar viejas ofensas y choques emocionales hacen crecer
remordimientos, que sentirse profundamente ofendido corroe, que saldar las
cuentas con sus atacantes acarrearía mayores conflictos ¿Qué era mejor? ¿Tomar
distancia o ahondar en aquellas heridas que no dejaba cicatrizar?
Escuchó
en el silencio de su más profundo interior:
-Déjalas
fluir, que nada en tu cuerpo se estanque, que nada se detenga, que todo corra
libremente como la sangre, como el oxígeno, como el alimento, como los
líquidos, como la materia, así los pensamientos deben liberarse, jamás
estancarse. ¡Toda retención bloquea la salud!
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