CORRUPTOCRACIA
Este
sistema de gobierno es el más extendido hoy en día por el mundo y nuestro país
no es la excepción, al contrario, es un claro ejemplo de esta forma de ejercer
el poder político.
La
corruptocracia es llamada en nuestro medio, democracia mexicana, esta se dirime
entre las cúpulas financieras, diplomáticas, patronales, partidarias y gremiales; no entre la ciudadanía que, expectante, se consuela especulando: - ¿Quién
crees que será el candidato? - ¿A quién irán a nombrar en el partido para la
próxima contienda electoral? ¿Q quién apoya el Gobernador? ¿A quién señalará
como su sucesor? ¿A quién irán a imponer?
-Desde
el centro creo que van a poyar a éste, pero la campaña de éste otro la está financiando este grupo, creo que la
garantía de impunidad para el presidente
la puede otorgar este otro, etc. – Son diálogos que se escuchan en el
café, entre periodistas, burócratas, jubilados, profesionistas y desempleados, enterados
del teje y maneje de la grilla local.
Todos
tratan de despejar dudas, quieren adelantar, casi adivinar, quién quedará en la
silla, quién el candidato triunfador ¿a quién apunta el dedo que mece la cuna
regional? A ver si pueden arrimarse y pueda tocarles algo de su resplandor.
Lo
patético es que, de estos análisis, a veces críticos, también se desprende la
conformidad de que así son las cosas y se acepta tácitamente que si fuesen
invitados a participar en la corruptocracia, con enorme gusto participarían en
ella, pues hay que llevar el gasto al hogar.
Las
relaciones nepóticas y amatorias pesan en la selección que se hace de las
figuras políticas que contendrán en la próxima elección, los negocios amarrados
desde los vértices del poder determinan la conveniencia o no, de los
candidatos. Los sucesores no nacen del
pueblo, no de las bases ciudadanas, todos lo sabemos y lo constatamos; los
candidatos son iluminados por el
reflector de la cúspide y la masa lo acata como algo natural, fatal; ante lo
cual ¡nada en absoluto se puede hacer!
Nombres
reconocidos, conocidos y desconocidos son barajeados, apellidos populares
suenan entre los balcones y salones de los palacios municipal, estatal y del
congreso; todos los actores políticos se empiezan a formar en cuadro a modo, para que el dedo cupular apunte a su
posibilidad.
La
parafernalia cuesta demasiado dinero y tiempo, es una inversión para legitimar: la burla, el saqueo, el
abuso, la traición, el sometimiento de nuestra patria a la usura extranjera y
la docilidad ante la extracción infame que se hace de la riqueza nacional.
Los
ciudadanos comunes no tenemos acceso a las decisiones del estado, vivimos
perfectamente alejados del poder, los supuestos representantes nos son
absolutamente ajenos, no hay ni el mínimo contacto con ellos; permanecemos como
simples espectadores de los sucesos públicos, el hecho de tener acceso a las
urnas cada período electoral no es garantía de nada, tan solo es un protocolo
político para legitimar y legalizar el poder.
El
pueblo sabe que todo está amarrado y comprometido desde la cúpula, allá donde
se reparten privilegios, se negocian candidaturas, se intercambian prebendas y se manejan arreglos verticales.
Los
políticos se reúnen, platican, se traicionan, se atacan, hacen alianzas y
pactos, se movilizan entre el lodo y la corrupción y luego llegan a acuerdos
dictados por fuerzas que no dan la cara, pero sí emolumentos.
Pero
muchos locutorzuelos y comentaristas, conductores y periodistas insisten en
llamar a nuestro régimen: democracia.
En los
medios todo es consigna, la censura debe cumplir con los lineamientos
generales, el ritmo del país tiene que seguir el paso marcado por las
instituciones bursátiles y financieras trasnacionales que mecen la cuna.
El
pueblo no confiere nada, no deposita su soberanía en nadie, no otorga su
voluntad, no nombra, no elige, no discute, no dialoga, no debate, no cuenta.
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