EL DISEÑO EQUIVOCADO
Acorralado, arrinconado en la
esquina, orillado por la inercia, por una marea espesa y aplastante; ahí me
mecía impávido, indefenso, impotente.
Por el momento las
alternativas más plausibles estaban fuera del alcance de la mano, todos los
recursos se habían empleado, todos los ensayos se habían hecho. Las salidas
estaban cooptadas, las entradas obstruidas, el plantel a reventar ocupado.
Creo que había sido diseñado
para otra clase de proyecto, uno mucho más alado, uno que remontara las
alturas, que desde ellas vislumbrara las praderas, las montañas, las costas, la
mar.
Era yo un ser hecho más para
gozar, para disfrutar, para comer, para reír, para cantar, para bailar, para
dormir, para soñar, para jugar, para platicar, para amar; que para todo lo
contrario.
No estaba yo preparado para
el sufrimiento, tampoco para el sacrificio; no estaba programado para obedecer,
ni para hincarme ni para rezar, ni para juntarme con el rebaño o con la manada
y seguir una rutina, una marcha cotidiana.
Me costaba mucho adherirme a
una organización jerárquica cualquiera, no sabía agachar la cabeza, me costaba
demasiado aplaudir al unísono con el público o el grupo a la indicación o a la
iniciativa del líder, era yo excesivamente independiente, amaba con pasión mi
libertad, no me gustaba rendir cuentas a nadie, ni dar explicaciones, ni
informes, ni excusas.
Me repugnaba pedir, me
fastidiaba cobrar, me enfermaba exigir, no fui nunca solícito, ni embaucador,
me enfermaba promover, me asqueaba vender.
No estaba yo diseñado para
asimilarme a este sistema de vida, no sabía trabajar, no podía cumplir con
horarios, me desgastaban las esperas, me dañaba hacer fila, me asqueaban las
antesalas, me mortificaban las entrevistas.
Una de las peores cosas que
me podían pasar era solicitar empleo, me enfermaba pedir trabajo; esto era lo
más denigrante de cuanto había y tuve que hacer innumerables veces; tampoco me
agradaba convencer a nadie para que me diera dinero a cambio de algo o de nada.
Me molestaba mucho el que la
relación con la gente estuviera estigmatizada en algún momento por alguna
medida monetaria, lo hacía cuando no quedaba otro remedio; pero me daba
perfecta cuenta que me repugnaba.
Tenía un diseño para
trapecista, para gimnasta, para marinero, para buzo, para pescador, para piloto
sideral; mi alma estaba hecha para disfrutar de la libertad del halcón, del
vuelo del águila, del planeo del ave que remonta las alturas y desde allá se
desplaza a gran velocidad dominando los campos con su vista.
Yo era un hombre bastante
solitario, gozaba del silencio, del sonido del viento dulce rozar mis orejas,
me gustaba ver el azul del cielo y el del mar confundirse, saludarse; me
complacía ver las olas reventar con estruendo en los acantilados de la costa
brava, me fascinaba la sonrisa mustia de las mujeres pudorosas, me encantaban
las jóvenes de hermosas piernas, los muslos carnosos y sólidos de las féminas
que desfilaban en el puerto, me deleitaban los bustos alzados y los cuellos
suaves de las doncellas, sus caricias, sus voces, sus bailes discretos.
Me gustaba aprender, me
enriquecía con los conocimientos de los
sabios, me extasiaba oyendo los hechos heroicos de la historia, imaginando el
pasado de los siglos, me complacía resolver las ecuaciones, despejar las incógnitas,
entender los problemas, desmenuzar las tesis, desglosar las ideas, trepanar los
pensamientos, explorar las teorías, auscultar las religiones, examinar las
políticas, criticar los sistemas, rebatir las doctrinas, juzgar al poder.
Yo no fui un hombre sencillo,
me sabía complejo, no me contentaba con las explicaciones pueriles, tenía que
llegar al fondo de las cosas aunque no encontrara nada. Exigía mucho, pero era tolerante conmigo, me
juzgaba con parcial benevolencia; con los demás era estricto; conmigo fui
placable.
Era un hombre inadaptado, no
podía aceptar lo que otros admitían con pasmosa naturalidad.
Me exigía congruencia,
concordancia entre mis principios generales y mis acciones; procuraba que
hubiese consecuencia entre mis convicciones profundas y mis actos externos.
Era muy orgulloso, no perdonaba los agravios
cometidos en mi contra; podían pasar meses o años, yo guardaba aquel rencor amargo en mi
memoria, consciente que era un veneno que me intoxicaba y no dañaba a mi
trasgresor, almacenaba aquel deseo de venganza en mis recuerdos y cuando se
presentaba la ocasión, aún sin desearlo deliberadamente, podía desencadenar el
acto compensatorio fuera de la índole que fuera.
No soportaba presenciar
abusos del fuerte contra el débil sin sacudirme, cuando esto sucedía inmediatamente
intentaba nivelar la balanza. No
aguantaba abusos, a veces mi silencio era el castigo, a veces mi indiferencia
la venganza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario