lunes, 15 de septiembre de 2014

FRUSTRACION DE UN SUICIDA



FRUSTRACION  DE  UN  SUICIDA

La adversidad había minado su resistencia, no podía más, le había dado vueltas y más vueltas al asunto, todas las salidas estaban vedadas, por más que se afanó en encontrar las soluciones a sus innumerables problemas, no veía claro.
El mundo se le había venido encima, lo económico, lo familiar, todo se había vuelto intolerable, las cosas empeoraban día con día. Una enorme depresión lo ahogaba, las deudas bancarias lo acechaban, los amigos lo defraudaban, la familia lo abandonaba, la ley lo cercaba, la policía lo perseguía, la mala suerte le mostraba los dientes, todo le salía mal, cada vez era peor.
Un día la salud enterró sus colmillos, los dolores se hicieron insoportables, sangraba por boca y nariz, fuertes retortijones sacudían su vientre, la cabeza le reventaba, sudaba a cántaros y la diarrea escurría entre sus piernas.
Decidido tomó el revolver, se incrustó el cañón entre los labios, cerró los ojos llorosos y jaló el gatillo; pero nada sucedió, el cilindro se había trabado, las muescas de los engranes atoradas impedían que el martillo golpeara el fulminante de la bala 45 de la Colt, toda la madrugada estuvo aceitándola  e intentando con infinita paciencia reparar la falla.
-Ya podría estar muerto a estas horas y sigo con esta vida- pensó
Furioso lanzó el arma al suelo, saltando frenéticamente sobre ella, le dio varios taconazos con rabia inusitada, pero lo único que consiguió fue lastimarse un pie.
Recapacitando, se puso su chamarra negra y salió rumbo al taller de Don Arnulfo.
-Fíjese que traigo un problema muy grande con esta triste pistola, no funciona, me estafaron, cuando barata la compré sí disparaba, ahora mire está atascada, quiero que me la arregle Don Arnulfo.-
-Con gusto- respondió el anciano,- pero ahora no dispongo de tiempo, parece estar pegado el cilindro, déjamela y date una vuelta mañana, vente como a las cuatro.-
Regresó cabizbajo a través de aquel lúgubre callejón, pasó por el aparador donde exhibían flamantes rifles y espléndidas pistolas de todos los calibres; pero sus bolsas - para no variar - estaban vacías; una salada lágrima escurrió por su mejilla, atrapándola con la punta de la lengua,  deglutiéndola como desayuno.
Por el camino, saludó al boticario, comentándole que tenía una plaga de ratas en su casa y cantidad de cucarachas la habían invadido, pidiendo que le sugiriera una solución.
Don Torcuato le recomendó algunos venenos como opción, -aquí tienes este frasco de cantarella, lo usaban en la edad media, cuentan que con el asesinaron al papa Alejandro VI, también tengo este que es puro arsénico o aquí dentro hay cianuro suficiente para matar un toro.
-Fíeme la cantarella Don Torquis –le dijo
-¡No! Ya te conozco, págame lo que me debes hace meses y entonces hablamos, acuérdate que me debes el agua oxigenada, las vendas,  las aspirinas y otras medicinas, aquí tengo las notas-.
Con la moral por los suelos salió de la botica y arrastrando la cobija subió hasta su buhardilla,  para reposar sus desgracias.
Ahí tendido se acordó del hara kirie que le había recomendado hacerse su suegra, abrió la caja de herramientas, pero su contenido estaba en el empeño, solo una espátula chata pudo distinguir en su interior. Corrió a ver a Don Viviano el herrero a fin de sacarle filo a la vieja hoja de metal.
El viejo estaba en cama, tosía escandalosamente, los bigotes se le erizaban y los ojos se le volteaban, parecía grave, los estertores se oían desde la entrada – présteme su afiladora - le suplicó a Doña Ricarda, su mujer- No porque no estoy autorizada para hacer uso del equipo, además a lo mejor te clavas el esmeril – le respondió la vieja.
Resignado y con los ojos lánguidos se retiró casi a gatas, trastabillando por la banqueta, de pronto una brillante idea le brincó, la cuerda que había dejado encima de la alacena podría ser el vehículo para el escape eterno, aquel mecate con el que había amarrado las cajas de los libros que había empeñado, algo había sobrado.
Ató una punta a la viga y la otra la anudó en su pescuezo, se paró arriba de la bamboleante mesita y se lanzó con una sonrisa al vacío, esperando despertar en el infierno.-Solo falta que se rompa esta porquería –pensó, cuando acalambrado rodaba por la cocina.
Se dio de bofetadas, se ahorcó con ambas manos, se estranguló con los brazos, se puso varios candados de lucha libre, solo le faltó aplicarse la quebradora; de poco le valió rendirse.
Soñó que empezaban a llegar los licenciados con los cobradores a embargarlo, a llevarlo al ministerio público, a la penitenciaría, al pabellón de los orates y desquiciados o quien sabe a donde; los reclamos estremecían los cimientos de aquel cantón, las protestas de sus acreedores se oían a leguas, las sirenas de las patrullas se hacían insoportables, no sabía si eran los bomberos o las ambulancias que venían por él, los aleteos de buitres y zopilotes alzaban ventarrones por todo el vecindario, los demás inquilinos del barrio salieron azorados a observar lo que ocurría.
Escogió entonces acabar con todo de una buena vez y para siempre ¿qué caso tenía continuar sufriendo todos esos acosos? Vivir era un martirio constante, un solo momento de serenidad no tenía, le hubiese bastado alguna sincera sonrisa, un abrazo, un apretón de manos, el guiño de un ojo, el saludo más humilde del más prieto de los pordioseros hubiese sido suficiente, pero ¡nada!    
Alguna vez oyó que el mundo es un espejo donde se refleja lo que uno es, pero él había roto el vidrio donde cada mañana se regañaba, había intentado borrar su sombra con un pañuelo bañado en llanto; ahora se lanzaría de lo alto de un rascacielos, del más alto de su pueblo y escapando como pudo de sus perseguidores imaginarios, llegó a la puerta donde los vigilantes detuvieron su carrera.
-Identificación joven y motivo de su visita - le exigieron, se hizo bolas, entró en contradicciones, el uniformado lo tomó por el cogote sacudiéndolo para después soltarlo y propinarle fuerte puntapié en la cola.
¿Cómo deshacerme de mí? – se preguntaba, sentado en una tumba del cementerio, cuando se acercó un perro a ladrar y gruñir escandalosamente, luego se dio media vuelta y le orinó los tenis.
Lo había intentado todo, varias veces trató de aguantar la respiración a fin de lograr la asfixia, pero su natural instinto de conservación lo traicionaba cada vez.
Muchas veces acudió al hospital donde los laboratorios de análisis clínicos hervían de virus y mortales bacterias, había ingerido toda clase de microbios, se provocó infecciones letales, bebió en probetas y matraces, confiando en desastrosas consecuencias, lo más que consiguió fueron mareos horripilantes, náuseas indescifrables, ascos insoportables y profundos dolores; al finalizar aquellos tormentos, ya recobrado de sus propias torturas se daba estruendosos topes en árboles, bardas, columnas y postes a fin de sangrar, pero únicamente chipotes le brotaban como volcanes en el cráneo.
Varias veces se había arrojado al río, amarrando sus pies a un yunque con cadenas, pero los eslabones se abrían para dejarlo flotar como sardina de hule espuma.
Con qué no ¿eh? Está bien... ¡me adaptaré! Haré de cuenta que soy feliz, un triunfador, un hombre querido, aceptado, exitoso, sonreiré, seré optimista, rechazaré todo pensamiento fatal, cultivaré mi ánimo, aprenderé a querer, recuperaré mi salud, amaré a mi prójimo como a mí mismo, perdonaré a todos, seré paciente y agradecido, extendió los brazos al cielo, cuando un rayo lo fulminó, dejándolo carbonizado, miren ¡allí está!         
 
            
  
          

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