LA FE
Ellos creen
en determinados dioses, se encomiendan a los santos, los más a las vírgenes;
traen escapularios, hábitos, veladoras encendidas, talismanes, rosarios,
cruces, medallas o la biblia bajo el brazo; se ven satisfechos, confiados en
que las tales deidades vendrán en su auxilio mediante plegarias, sacrificios y
los ritos que mande su liturgia.
Dejémoslos
en paz, que gocen y disfruten de ese espejismo amoroso que compensa los
sufrimientos; por qué decirles que se equivocan, que la fe es irracional cuando
tiene efectos positivos en su ánimo, en su vida, en su salud y en su mente.
Benditos
aquellos inocentes que creen a ciegas lo que pregonan desde el púlpito sus
pastores; no les quitemos sus candorosas ilusiones que los mantienen sonriendo,
en medio de este valle de lágrimas.
¿Quién se
siente con derecho a sacudir a un piadoso y fiel creyente que, con dulzura,
ofrece flores a María Santísima, o a ese que se hinca con una penca de nopal en
cada rodilla para ganar los favores del Sagrado Corazón de Jesús, o del que
quema incienso en honor de Jehová para calmar su ira, o del que acude a la Meca
a rendir pleitesía al profeta Mahoma, o del se inclina ante Belcebú?
La fe,
soporte para la adversidad cruzar con alegría, para aguantar estoicos el dolor,
para encarar con dulzura el malestar, para encontrar sentido a la existencia,
para aceptar los designios del destino.
¿Quién se
siente con el deber de arrancar la venda de los ojos de los piadosos, de
arrebatarles su candor?