martes, 20 de agosto de 2019

PRIMIGENIO


PRIMIGENIO
Antes de empezar el tiempo, el que me consta y conozco; el éxtasis contemplativo absoluto, era lo único que había, el pasmo esencial, del que súbitamente fui traído al cerco de las dimensiones materiales, donde ahora me presento largo, ancho y grueso.
Soy el misterio mismo de la vida. Guardo en mis cromosomas los sublimes secretos que hacen el misterio del ser del universo. Por mi recorren millones de años luz de existencia fantasmagórica.
La vida se da, sale sola; de las entrañas de la Diosa. La muerte viene, se quita, aparece y nos lleva a donde nunca jamás.
Añoraremos, sí; extrañaremos la sensación superlativa de existir en vida.
Quien primero nos olvida es uno, después los demás.
Regresar al estado primigenio de inocencia absoluta.
Renunciando al exquisito deleite de estar concentrado, atento a lo que sucede en el espacio y en el tiempo.
Retando a la imaginación, con las dimensiones diminutas imposibles.
Moléculas apiñadas en el fractal que se multiplica, exponiéndose al infinito.
Las palabras no alcanzan a los significados que escapan sin rumbo conocido, allá quizá donde reposan los símbolos eternos.

sábado, 17 de agosto de 2019

TINNITUS


TINNITUS

Todos guardan un silencio sepulcral, un acúfeno había invadido todo, se metía por los quicios, en las chapas, entre las bisagras, debajo de los puentes, dentro de los túneles, detrás de las puertas, encima de las bardas.
Ellos habían callado para siempre, con los ojos cerrados deambulaban trastabillando en medio de las calles, luego los abrían solo para llorar en silencio, no se reflejaban en los vidrios rotos de los aparadores, donde la fiesta de los maniquís siempre estaba por empezar.
Flotaban como sostenidos por una bruma, se cruzaban indiferentes, no se volteaban a ver, el prójimo dejó de existir, era una ignorancia reciproca que les mantenía alejados, cada uno en su propio mundo. Rehiletes de polvo eran levantados por el soplo de Eol, así se iba silbando el viento de la tarde, dejando al tinnitus vibrando, empujando al tiempo, arrastrando al sonido del silencio.
El Siglo había dejado su impronta en edificios y monumentos; la historia tenía bajo su espada las ruinas de lo que había sido imperial. Todo parecía desmoronarse, las cúpulas se tambaleaban, amenazando caer sobre los escasos transeúntes que aún se atrevían a deambular por aquellos muladares otrora calzadas repletas de tugurios, donde se rentaba el amor por unos cuantos centenarios.
Había quedado un eco, el fondo inquebrantable de aquella afonía que se extendía por las desoladas llanuras, en las que, el sonido hueco del acúfeno, bramaba sin cesar, su infernal sonido.