TINNITUS
Todos guardan un silencio sepulcral, un acúfeno había
invadido todo, se metía por los quicios, en las chapas, entre las bisagras, debajo
de los puentes, dentro de los túneles, detrás de las puertas, encima de las
bardas.
Ellos habían callado para siempre, con los ojos cerrados
deambulaban trastabillando en medio de las calles, luego los abrían solo para
llorar en silencio, no se reflejaban en los vidrios rotos de los aparadores,
donde la fiesta de los maniquís siempre estaba por empezar.
Flotaban como sostenidos por una bruma, se cruzaban
indiferentes, no se volteaban a ver, el prójimo dejó de existir, era una
ignorancia reciproca que les mantenía alejados, cada uno en su propio mundo. Rehiletes
de polvo eran levantados por el soplo de Eol, así se iba silbando el viento de
la tarde, dejando al tinnitus vibrando, empujando al tiempo, arrastrando al
sonido del silencio.
El Siglo había dejado su impronta en edificios y monumentos;
la historia tenía bajo su espada las ruinas de lo que había sido imperial. Todo
parecía desmoronarse, las cúpulas se tambaleaban, amenazando caer sobre los
escasos transeúntes que aún se atrevían a deambular por aquellos muladares
otrora calzadas repletas de tugurios, donde se rentaba el amor por unos cuantos centenarios.
Había quedado un eco, el fondo inquebrantable de aquella afonía
que se extendía por las desoladas llanuras, en las que, el sonido hueco del
acúfeno, bramaba sin cesar, su infernal sonido.
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