JAQUE MATE COVID 19
Nos asustaba
lo gigantesco, lo monstruoso, lo enorme, lo poderoso como un terremoto, lo brutal como un tsunami,
lo estruendoso como la erupción de un volcán, lo catastrófico de un diluvio, lo
fatal de un gran aerolito; pero ninguna de esas contingencias nos obligó a
ocultarnos en nuestras casas.
Fue una
insignificancia casi imperceptible, un diminuto ser que es poco más que nada,
invisible y ligero; pero letal como la mordedura de una cobra, mortal como los
colmillos del león, peligroso como el coletazo de un lagarto, venenoso como la
picadura de un escorpión rojo.
Las ciudades
y los pueblos suspenden su cotidiano bullicio, las tiendas bajan sus cortinas
de acero, los carros permanecen estacionados, las escuelas cierran sus puertas,
los niños ya no alborotan los barrios con sus gritos y juegos del recreo, la
poca gente que deambula enmascarada y triste por las solitarias calles, lo hace
como escondiendo un misterio.
La urbe se
ha vaciado, parece dormir un sueño apabullante, lleno de melancolía,
esporádicamente escapan rumores confusos de los aposentos en los que se guardan
temerosas las mujeres, reclamando por las condiciones en las que deben padecer
el hacinamiento forzoso, dentro del hogar se tienen que soportar las tensiones
familiares de la estrecha convivencia obligatoria que nos ha impuesto este
minúsculo ser, salido del infierno y que nos tiene en jaque mate.