INGRATA.
Así te debieron haber puesto por nombre, ingrata, si todavía
no dejas de hacerme sufrir con tus desprecios, como un mártir irredento del
amor…. Me escatimas hasta el saludo, a duras penas te das cuenta de mi
existencia; en cambio con cualquier barbaján te empinas y a morder almohada se
ha dicho…
Te sigo todas las tardes hasta ver cómo te metes en
hoteluchos de mala muerte, bajas de los automóviles trastabillando no sé si
ebria de amor o de alcohol, otras veces te tropiezas de la prisa que traes por
caer rendida en algún colchón, donde te esclavizas de placer con cualquier
gañán; prefieres leñadores, gente ruda, ahí te revuelcas en piruetas
descomunales, casi indescriptibles, tus
gritos y tus gemidos se oyen hasta la esquina; mientras yo rebuzno de celos, no
me engaño.
Sales sudorosa y embarrada de placer, con los labios
torcidos y la mirada perdida, para luego regresar a regodearte con el primero
que se te ponga enfrente, ¡menos
conmigo! Tu indiferencia es mi tormento, yo también existo, merezco aunque sea una
mirada, pero me la niegas ¡Ingrata!
Cada vez que cierras la puerta del cuarto donde te entregas
completa, yo aúllo en silencio de dolor, los celos cubren todos los rincones de
mi alma, lo peor es cuando oigo o no sé si solo imagino, tus eróticos lamentos
cuando se te saltan los ojos boca abajo y con todas tus fuerzas muerdes la
almohada. ¡Duro y duro, no paras…..ya
es mucho! Hasta rezo un ave María cuando
ya vienes de regreso, ¡de bajada…chata!
A veces a empujones, tus galanes, te sacan de los antros,
otras te veo tirada en algún callejón, llena de moretones, con las arracadas
desplumadas, despeinada, corrido el rímel, llorosa la vista y todavía emitiendo
quejidos de lujuria.
Habías mordido almohada todo el santo día, ¡ninfómana! mientras
que a mí, ni una mirada me dispensabas, ¡ingrata!
Pero me gusta latiguearme, me convencí que soy inmensamente
masoquista; en lugar de mandarte al diablo en un olvido programado, me
entretengo imaginándote cometiendo los más desgarradores actos de perversión como
los que me platican esos lenones, que no solo te zarandean de las greñas y patean
tus costados, sino que además te llenan de sus inmundas excresencias.
Luego tengo que ir a rescatarte de esos nauseabundos
tugurios donde amaneces echada de bruces, todavía con las plumas de la almohada
entre los dientes, ¡Perra! Así te saco,
unas veces a rastras, otras en vilo, para llevarte donde restauro tus heridas y
curo tus chipotes, lo hago con el mayor de los cuidados, para no provocarte
dolor ni molestias de ninguna especie.
Finalmente despiertas cuando lamo tus yagas con un algodón
mojado en agua oxigenada y entonces ruges improperios contra mí,.. ¡Déjame! –
me gritas, dándome de bofetadas, a veces me escupes, de tus labios no salen más
que lebras que yo cacho, insultos que yo capturo, maldiciones que interpreto
para adjudicarme como blanco de tu rabia; pero luego desvías tu atención y
dices: - a ti no te digo, ¡pedazo de excremento! Yo callo y tú sales
vistiéndote en el camino, con el bolso en el hombro, las pantaletas mojadas a
media asta y los tacones de tus zapatos inclinándose a tu paso. – ¡Hazte a un
lado! – me gritas y te veo salir, lista para emprender una nueva batalla en tu
cadena de aventuras cariñosas.
Me gusta recogerte después de una refriega de las que
acostumbras dosificarte los fines de semana, a veces son orgías tumultuarias,
ocho o nueve sementales en una noche
¡qué te duran! Ingrata y aun así no te sacias ¡Culebra!-
Hay veces que me traigo una camilla, en ella te deposito desvanecida con el mayor de los cariños, por tus piernas
todavía escurren ríos de semen de negros, mulatos, latinos, chinos y europeos.
Te llevo con dulzura vasos de astringosol para que hagas gárgaras, pero me lo vomitas en la cara
diciendo: - ¡Largo de aquí! –
Cuando me aproximo para besarte, me das la espalda; entonces
te ofrezco un garrote, un azote o un alambre, esperando descargues en mí una
buena andanada de golpes para que desquites tu coraje y tristemente, solo recibo
de ti un gesto de desprecio que me deja zarandeado, desconcertado e indeciso.
Me he disfrazado de todo lo imaginable, pero me descubres,
siempre te das cuenta quien soy por mis temblores, pues cuando estás cerca de
mí, el corazón me traiciona y empieza a repiquetear incesante, me sube la
bilirrubina, cambia el color de mi rostro, mis ojos no dejan de llorar de
emoción, se me traba la lengua y me siento desmayar; entonces me das con lo que
traigas en la mano y allí quedo, como sapo embarrado en el suelo.
¿Qué me diste? ¿Qué embrujo se posesionó de mí? ¿Qué brebaje
bebí, qué pócima me envenenó para seguir amándote...…? Tus desaires me están
matando, no me muero ahora porque de seguro ni una sola vez te acordarás de mí,
antes de dibujarme ya me has borrado ¡Ingrata!