jueves, 18 de octubre de 2018

INGRATA.


 INGRATA.
Así te debieron haber puesto por nombre, ingrata, si todavía no dejas de hacerme sufrir con tus desprecios, como un mártir irredento del amor…. Me escatimas hasta el saludo, a duras penas te das cuenta de mi existencia; en cambio con cualquier barbaján te empinas y a morder almohada se ha dicho…
Te sigo todas las tardes hasta ver cómo te metes en hoteluchos de mala muerte, bajas de los automóviles trastabillando no sé si ebria de amor o de alcohol, otras veces te tropiezas de la prisa que traes por caer rendida en algún colchón, donde te esclavizas de placer con cualquier gañán; prefieres leñadores, gente ruda, ahí te revuelcas en piruetas descomunales, casi indescriptibles,  tus gritos y tus gemidos se oyen hasta la esquina; mientras yo rebuzno de celos, no me engaño.
Sales sudorosa y embarrada de placer, con los labios torcidos y la mirada perdida, para luego regresar a regodearte con el primero que se te  ponga enfrente, ¡menos conmigo! Tu indiferencia es mi tormento, yo también existo, merezco aunque sea una mirada, pero me la niegas ¡Ingrata!
Cada vez que cierras la puerta del cuarto donde te entregas completa, yo aúllo en silencio de dolor, los celos cubren todos los rincones de mi alma, lo peor es cuando oigo o no sé si solo imagino, tus eróticos lamentos cuando se te saltan los ojos boca abajo y con todas tus fuerzas muerdes la almohada.    ¡Duro y duro, no paras…..ya es mucho!  Hasta rezo un ave María cuando ya vienes de regreso, ¡de bajada…chata!
A veces a empujones, tus galanes, te sacan de los antros, otras te veo tirada en algún callejón, llena de moretones, con las arracadas desplumadas, despeinada, corrido el rímel, llorosa la vista y todavía emitiendo quejidos de lujuria.
Habías mordido almohada todo el santo día, ¡ninfómana! mientras que a mí, ni una mirada me dispensabas, ¡ingrata!
Pero me gusta latiguearme, me convencí que soy inmensamente masoquista; en lugar de mandarte al diablo en un olvido programado, me entretengo imaginándote cometiendo los más desgarradores actos de perversión como los que me platican esos lenones, que no solo te zarandean de las greñas y patean tus costados, sino que además te llenan de sus inmundas excresencias.
Luego tengo que ir a rescatarte de esos nauseabundos tugurios donde amaneces echada de bruces, todavía con las plumas de la almohada entre  los dientes, ¡Perra! Así te saco, unas veces a rastras, otras en vilo, para llevarte donde restauro tus heridas y curo tus chipotes, lo hago con el mayor de los cuidados, para no provocarte dolor ni molestias de ninguna especie.
Finalmente despiertas cuando lamo tus yagas con un algodón mojado en agua oxigenada y entonces ruges improperios contra mí,.. ¡Déjame! – me gritas, dándome de bofetadas, a veces me escupes, de tus labios no salen más que lebras que yo cacho, insultos que yo capturo, maldiciones que interpreto para adjudicarme como blanco de tu rabia; pero luego desvías tu atención y dices: - a ti no te digo, ¡pedazo de excremento! Yo callo y tú sales vistiéndote en el camino, con el bolso en el hombro, las pantaletas mojadas a media asta y los tacones de tus zapatos inclinándose a tu paso. – ¡Hazte a un lado! – me gritas y te veo salir, lista para emprender una nueva batalla en tu cadena de aventuras cariñosas. 
Me gusta recogerte después de una refriega de las que acostumbras dosificarte los fines de semana, a veces son orgías tumultuarias, ocho o nueve sementales en una noche  ¡qué te duran! Ingrata y aun así no te sacias ¡Culebra!-
Hay veces que me traigo una camilla, en ella te deposito desvanecida  con el mayor de los cariños, por tus piernas todavía escurren ríos de semen de negros, mulatos, latinos, chinos y europeos. Te llevo con dulzura vasos de astringosol para que hagas  gárgaras, pero me lo vomitas en la cara diciendo: - ¡Largo de aquí! –
Cuando me aproximo para besarte, me das la espalda; entonces te ofrezco un garrote, un azote o un alambre, esperando descargues en mí una buena andanada de golpes para que desquites tu coraje y tristemente, solo recibo de ti un gesto de desprecio que me deja zarandeado, desconcertado e indeciso.
Me he disfrazado de todo lo imaginable, pero me descubres, siempre te das cuenta quien soy por mis temblores, pues cuando estás cerca de mí, el corazón me traiciona y empieza a repiquetear incesante, me sube la bilirrubina, cambia el color de mi rostro, mis ojos no dejan de llorar de emoción, se me traba la lengua y me siento desmayar; entonces me das con lo que traigas en la mano y allí quedo, como sapo embarrado en el suelo.
¿Qué me diste? ¿Qué embrujo se posesionó de mí? ¿Qué brebaje bebí, qué pócima me envenenó para seguir amándote...…? Tus desaires me están matando, no me muero ahora porque de seguro ni una sola vez te acordarás de mí, antes de dibujarme ya me has borrado ¡Ingrata!
  

No hay comentarios:

Publicar un comentario