EL TEMEROSO
Todo le daba
miedo: el sueño, el despertar, levantarse de la cama, la gente, los coches, los
narcos, la radio, la televisión, los programas, las noticias, su familia, sus
amistades, sus enemigos, los recuerdos, sus pensamientos, sus presentimientos, la
pandemia, los soldados, la policía, las enfermeras, los doctores, los bomberos,
los albañiles, hasta los días de campo le daban miedo.
Respirar le
daba cierto temor, el miedo no lo dejaba ni de noche ni de día, temblaba,
sentía escalofríos frecuentes, tartamudeaba, se agitaba desconsolado, la
ansiedad lo invadía.
Mucho miedo
le daba la mañana, sentía miedo por el después, el ruido lo espantaba, el
silencio lo aterrorizaba, las sombras lo ponían tenso, la noche lo horrorizaba.
La propia
vida le daba mucho miedo, lo mismo ocurría con las enfermedades y los dolores,
algo de lo que más temor le provocaba era dios, a quien relacionaba con la
muerte, entonces daba alaridos de desesperación.
Le daban
miedo los perros, las ratas, las arañas, las serpientes, el diablo, los
vampiros y en general las bestias, especialmente las hienas y los mandriles.
Le daba
miedo perder sus posesiones, empezó a preocuparse por su ropa, sus cosas, su
casa, sus vehículos, sus dispositivos electrónicos, sus herramientas, sus armas
y especialmente su dinero.
Sentía pavor
al no encontrar su cartera, sus llaves, sus tarjetas, su honor, su prestigio,
sus relaciones. Temía extraviar sus documentos, sus identificaciones, sus
títulos académicos. Estaba muy apegado a sus pertenencias, en ellas depositaba
su confianza.
Cuando
adquiría algún bien, lo escondía con celo exagerado en el rincón más protegido
de la casa, constantemente acariciaba a sus fetiches, los observaba con amor,
gratitud, lágrimas y un enfermizo deleite.
Él era sus
cosas, éstas existían para él y él para sus cosas, el destino suyo era
custodiarlas con vehemencia permanente.
Todo estaba
en orden, bien resguardado, el día que perdió la vida.