jueves, 18 de noviembre de 2021

EL TEMEROSO

 

EL TEMEROSO

Todo le daba miedo: el sueño, el despertar, levantarse de la cama, la gente, los coches, los narcos, la radio, la televisión, los programas, las noticias, su familia, sus amistades, sus enemigos, los recuerdos, sus pensamientos, sus presentimientos, la pandemia, los soldados, la policía, las enfermeras, los doctores, los bomberos, los albañiles, hasta los días de campo le daban miedo.

Respirar le daba cierto temor, el miedo no lo dejaba ni de noche ni de día, temblaba, sentía escalofríos frecuentes, tartamudeaba, se agitaba desconsolado, la ansiedad lo invadía.

Mucho miedo le daba la mañana, sentía miedo por el después, el ruido lo espantaba, el silencio lo aterrorizaba, las sombras lo ponían tenso, la noche lo horrorizaba.

La propia vida le daba mucho miedo, lo mismo ocurría con las enfermedades y los dolores, algo de lo que más temor le provocaba era dios, a quien relacionaba con la muerte, entonces daba alaridos de desesperación.

Le daban miedo los perros, las ratas, las arañas, las serpientes, el diablo, los vampiros y en general las bestias, especialmente las hienas y los mandriles.

Le daba miedo perder sus posesiones, empezó a preocuparse por su ropa, sus cosas, su casa, sus vehículos, sus dispositivos electrónicos, sus herramientas, sus armas y especialmente su dinero.

Sentía pavor al no encontrar su cartera, sus llaves, sus tarjetas, su honor, su prestigio, sus relaciones. Temía extraviar sus documentos, sus identificaciones, sus títulos académicos. Estaba muy apegado a sus pertenencias, en ellas depositaba su confianza.

Cuando adquiría algún bien, lo escondía con celo exagerado en el rincón más protegido de la casa, constantemente acariciaba a sus fetiches, los observaba con amor, gratitud, lágrimas y un enfermizo deleite.

Él era sus cosas, éstas existían para él y él para sus cosas, el destino suyo era custodiarlas con vehemencia permanente.

Todo estaba en orden, bien resguardado, el día que perdió la vida.

 

FRONTERAS

 

FRONTERAS

Estamos entre la naturaleza y el artificio, entre el cuerpo físico sujeto a las leyes de la materia, de la física, la química, la biología y el constructo civilizatorio de la historia humana.

Somos animales, una especie derivada de los vertebrados, vivíparos, mamíferos, de sangre caliente y células eucariotas.

Habitamos un mundo sometido a las condiciones evolutivas que la naturaleza impone; pero también somos el producto de la cultura que imperó en el espacio y en el tiempo que nos tocó vivir.

Nos determina nuestra lengua, nuestra historia local, nacional y continental, las costumbres y los hábitos de la comunidad a la que pertenecemos, nos afectan las tradiciones, la educación recibida, el arte, la política, la ciencia, la técnica, las leyes vigentes, la religión, la economía, los medios, etc.

La raíz es el cuerpo anatómico material, ahí está anclado todo; por otro lado está la influencia inmaterial de las construcciones netamente humanas, el complejo social y sicológico, ambas inciden en complicadas proporciones en el temperamento, la personalidad, el carácter y la actitud de cada uno.

Existimos en los dos campos simultáneamente, somos el cuerpo anatómico y somos el ente energético emanado que: ve, oye, siente, saborea, toca, piensa, habla, canta, baila, juega, sufre y goza, vive.

Nos vemos así entre dos fuentes: la influencia biológica y la influencia intangible de lo social. Nos movemos de un lado a otro, como un péndulo, entre lo natural y lo artificial.