lunes, 28 de septiembre de 2015

MASOK



MASOK

Toda su vida había estado acostumbrado a malos tratos, siempre había sido menospreciado, humillado, golpeado y humillado; lo habían sacado a empujones de la Iglesia, a patadas lo expulsaron de la escuela donde era víctima de mofas y gargajos; a cachetada limpia lo habían educado, a garrotazos lo habían enseñado a callar, a bofetadas corregían la mínima de sus faltas, a fuetazos enmendaban sus errores, los insultos y las ofensas eran su pan de cada día.
Por divertirse las pandillas del barrio donde creció, lo arrastraban atado con alambre de púas, lo aventaban a pozos y desde arriba le arrojaban piedras, petróleo y cerillos encendidos.
Cuando niño, su abuela le jalaba las orejas a tal grado que le arrancaba pedazos del pabellón, sus tíos lo zarandeaban cada vez que se acercaba a saludarlos, el padre le escupía el rostro cuando pedía su bendición, estaba chimuelo de tanto trancazo que le propinaban  “sus amigos”, era sujeto de las bromas más pesadas imaginables, lo obligaban a comer basura, hormigas, alacranes, vidrio, orines y excremento.
A puñetazos le apagaban los ojos, tenía por todos lados cicatrices, producto de los martirios y torturas, mil veces le apagaron cigarros encendidos en los parpados.
Cuando fue salvado de aquellas paupérrimas  condiciones, escapó para volver  a ofrecer su sufrido rostro a manos de sus verdugos, ya no toleraba el buen trato.
      

LOS PROFETAS



LOS  PROFETAS

En la tierra de los profetas, todos nos sentíamos adivinos, cada uno pronosticaba los acontecimientos que se irían a verificar sobre nuestro mundo.
Las diversas premoniciones con frecuencia se contradecían, los optimistas resaltaban el valor de las conquistas sociales aparentes hechas sobre el retraso secular de los grupos marginados de la espectacular prosperidad industrial.
Otros vaticinaban catástrofes insólitas que amenazaban la continuidad de la civilización, había quien pregonaba un salto cualitativo del hombre hacia estadios superiores jamás imaginados.
Los brujos auguraban desde fatales cataclismos, hasta el arribo de naves extraterrestres,  algunos  médiums revelaban que en sus sueños se manifestaban los dioses creadores del universo y al despertar anunciaban con certeza lo que iba a suceder.
Versiones iban y venían, divergencias y coincidencias dibujaban un complejo escenario, desde los profetas bíblicos hasta los lectores del tarot  y de las líneas de la mano o del café y de otros fetiches; pero todos habían fallado.
Verás esto, serás testigo de esto otro, vendrán los tiempos en que…, más vale que te cuides porque ya se anuncia la llegada del mesías, del redentor, la caída de un aerolito de enormes dimensiones, la sequía, inundaciones sin precedente, terremotos de gran envergadura, pestes y hambrunas, el derrumbe de los imperios, los jinetes del apocalipsis derrapando en el firmamento.
Los profetas sabíamos que íbamos a morir, tarde o temprano rendiríamos, nos  evaporaríamos entre la bruma del olvido; pero dejaríamos constancia de nuestro genio premonitor, estábamos convencidos de la certeza de nuestros  augurios.
Pero la inercia con que transita la historia es como una avalancha que desciende de la montaña, la ruta marcada por el destino, no se desvía ni un ápice, nadie puede hacerse a un lado ni escapar, como un alud en una carrera imparable dirigida por  leyes condicionadas por voluntades indescifrables.
Los profetas se tropezamos, nos fundimos en el abismo de las profundidades ocultas, dentro de nuestro estéril esfuerzo por prevenir al género humano acerca de su infinita fragilidad.              
  

JAVIER



JAVIER

Estaba absolutamente seguro que alguien lo vigilaba permanentemente, que era enfocado por la visión de un ente superior todo el tiempo, pero ahora le llegaba la impresión de que era un equipo completo el que estudiaba su vida, su comportamiento, su pensamiento, su imaginación.
Empezó por hablar directamente con aquel equipo silencioso que no solo le interceptaba en cualquier lugar y en cualquier momento sino que lo seguía, lo perseguía, lo juzgaba, lo castigaba y no le daba tregua.
Le producía intensos dolores, nada más porque sí, le hacía decir y hacer cosas inauditas, innecesarias y hasta perjudiciales, sin su consentimiento, sin su aprobación.
Lo torturaban durante el día, por la noche le producían horrendas pesadillas o insomnio, una de dos invariablemente.
Sabía que aunque nadie había aparentemente a la vista, ahí estaban esos  silenciosos e invisibles seres sin quitarle un solo instante el ojo de encima a través de tele-espectroscopios satelitales, puestos en órbita ex-profeso.
Trató de seducirlos, de cautivarlos, intentaba constantemente estar de su lado, hacer exactamente lo que le ordenaran; pero callaban y no porque fueran mudos, sino para hacerle enojar, para molestarlo, hacían como ignorarlo para luego atormentarlo por no haberlos interpretado fiel y correctamente.
Buscó ayuda en la policía, les explicó su historia, lo mandaron al Psiquiatra, le amenazaron con pastillas contra la esquizofrenia, le recetaron electrochoques, pero se negó a cooperar.
Una madrugada salió como escapando de un calabozo, dejó en su cama una almohada que cubrió con la colcha y en el silencio del alba se perdió entre bruma.
No lo habían visto sus verdugos, allá quedaron los sicarios que probablemente confundidos aguardaban perforando un sueño inexistente.
Se sintió libre de los ganchos con que lo habían atrapado los dioses, llegó caminando al remanso donde las aguas del arroyo le dan de beber a los sapos, a los peces, a los alces, al jabalí y al unicornio.
Se hincó para beber con la cuenca de sus manos y en el espejo del agua vio reflejada la imagen caricaturesca de mariposas, conejos y hadas. Se apartó al ver que todos asintieron con la mirada.
Así pasaron los minutos y las horas, el sol prendió de esplendor la mañana y su color se esparció por el bosque cruzando las sombras con su luz.
Él escapó de sus perseguidores enemigos, quienes hoy todavía esperan en silencio que mi amigo Javier se levante para sorprenderlo con su presencia.
Pero Javier ya no está, se fue para siempre

 

    







EL ORIGEN DE LA RELIGIÓN



EL ORIGEN DE LA RELIGION

 El hombre primitivo, allá en los albores de su diferenciación, allá cuando su pensamiento le  empezaba  a  aconsejar la reflexión sobre los problemas de la subsistencia, mismos que se hacían cada vez más apremiantes; en su intento por descifrar los secretos que le ocultaba la naturaleza madre, buscó la forma de granjearse la simpatía de las fuerzas que no comprendía.
Así el hombre indujo a los dioses, conceptuándolos dentro de un esquema religioso que le permitiera intercambiar favores por sacrificios, oraciones por protección, plegarias por seguridad, promesas por fe, salvación por fidelidad, sabiduría por entrega, sumisión a los sacerdotes por recompensas después de la muerte.
Los eventos meteorológicos combinados con los astros celestiales formaban un menú cosmogónico, la alegoría deífica, la idolatría hacia lo fenomenal.
El dios de la lluvia, el de la guerra, el del mar, el de los infiernos;  la diosa de la fertilidad, la del amor, la de las artes.
El sol, Júpiter, Neptuno, Urano, la luna; no fueron acaso dioses (?), pero se esfumaron entre los tiempos, se alejaron de la tierra, las aguas los ahogaron.
Allá vienen las tribus nómadeando sobre nuevos territorios llenos de promesas, tierras de esperanza, suelos fértiles como los vientres de las hembras en celo.
Desde entonces los chamanes ejercen una prepotente influencia en el carácter de los pueblos, los hacen medrosos y timoratos a la hora de enfrentar el absoluto desamparo en el que nos encontramos.
El poder emana y desciende directamente de los dioses, así la autoridad imperial es endosada en contubernio con los magos. Los brujos son los amos de la conciencia, han sepultado a la razón bajo su puño y bota.
Las religiones van de la mano con la superchería, el dogmatismo, la sinrazón, lo absurdo, la superstición y el fanatismo. He ahí el cóctel que envenena al hombre, lo disminuye a tal grado que le impide pensar por sí mismo, ser él mismo.
El hombre debe y tiene que pensar lo aceptado oficialmente, lo que cree y supone que aceptarán sus congéneres. Es casi títere, un guiñol, una auténtica marioneta manipulada desde dentro por una siniestra mano externa que se remonta milenariamente; el hombre ya no piensa, no decide, si no que dice lo que tiene que pensar de acuerdo a un esquema autorizado, que ve con beneplácito el sometimiento de la conciencia a una ciega fe en los dogmas.
Gente que ruega a dios que le de fe, es como si la presa pugnara por darle parque al cazador. Orar, entonces, si no es más que una simple alabanza, se convierte en una negociación de estira y afloja, en una escaramuza de lamentaciones, en una labor de convencimiento cuando no en una de conmiseraciones, en un toma y daca, en un grito de auxilio cuando la angustia ha rebasado los límites de la resistencia.
No pudo el hombre primitivo prescindir de la protección sublime, solo el hombre se preguntaba acerca de su existencia, de su origen, de su pasado, de su futuro; el hombre desamparado, la criatura más frágil, más inteligente, más valiente y dotada del planeta.
Ahí quedaba totalmente abandonado a su suerte mortal conforme se ensanchaba su incipiente conciencia, cómo quedar expuesto a ese gran vacío que implica lo absoluto, a esa inmensa nada que se abre en su mente cuando no encuentra respuestas válidas a su interrogante existencial (?).
Debe haber algo que explique esta vacuidad y ahí están esos relámpagos venidos de ultramar, ese temblor de tierra, ese obscurecerse el día para dar paso a la luna, ese enorme disco que calienta al día.
Ellos hacen llover, del cielo cae el agua que bebemos, la que hace madurar las frutas dulces de la arboleda, ellos hacen que la montaña truene y vomite lodo de fuego, que escupa rocas de aquel tamaño.
Los dioses se enojan y se vengan en nosotros, por ello debemos tenerlos contentos, los brujos dicen que hagamos holocausto, que celebremos sacrificio en su honor para obtener el perdón.
Cuántos dioses ha habido desde lo que la humanidad  habita este planeta (?), antes de que arribara el hombre no había ni fantasmas ni espantos. Los dinosaurios no fueron religiosos, tampoco sabemos nada acerca de los reptiles con respecto a ceremonias o cosas por el estilo. Somos así los únicos de esta creación con este tipo de inquietudes teológicas, porque tenemos la legítima curiosidad de respuestas.
Cada grupo étnico de nuestra especie desarrolló por su parte esta ansiedad, esta premura que indaga sobre lo absurdo de la vida y nos preguntamos: ¿Qué caso tendrán las estrellas del firmamento si no hubiese testigos que las vieran? ¿Qué razón de los santos, de los arcángeles, de los demonios y de toda esa clase seres virtuales, si no hubiera habido seres pensantes que les imaginaran?
Estamos aquí hace millones de años, rompiéndonos el cráneo para adivinar nuestro origen y destino, picando piedra, rascando aquí y allá para desentrañar pedacitos de verdad.      

ROMPIENDO EL EQUILIBRIO



ROMPIENDO  EL  EQUILIBRIO

Cuando se eroga más de lo que ingresa, surge el déficit; cuando el ingreso es mayor que lo que se gasta, aparece el superávit; esto sucede en cualquier sistema. 

Si los gastos y los ingresos son iguales, hay equilibrio en la balanza; establecida esta ecuación, podemos deducir que, desde los micro hasta los macro sistemas obedecen los mismos principios homeostáticos.

La economía también se inserta en esta dinámica: Cuando consumes más de lo que produces y viceversa, es decir almacenas, gurdas reservas, acumulas ahorros, generas capital para emergencias e inversiones.

Los sistemas guardan cierto saludable desequilibrio natural para funcionar, hay un determinado desgaste compensatorio que a la larga hará evolucionar al propio sistema.  Aquí es donde aparece la primera alarma para el hombre, como eje fundamental del rendimiento, funcionamiento y desempeño ecológico del planeta, con nosotros como una infección, como una plaga parasita.

Los recursos limitados de la tierra se abaten en similar proporción al crecimiento de la actividad humana y a la expansión demográfica, viene luego claramente, el déficit ecológico.  Nos acabamos los inventarios, consumimos más de lo que hay, nuestra producción se reduce a transformar materias primas en energía y artículos para los diferentes mercados.

No conocemos con exactitud cuando llegará el punto de quiebre en el que el déficit ecológico será irreversible al acelerar sus indicadores, a tal grado que la sobrevivencia de nuestra especie será insostenible; una cuestión que resolverá el tiempo, si antes no actuamos con la debida anticipación, si no tomamos las riendas de la economía dentro de un marco colectivo de consciencia, que nos permita disminuir ese déficit significativamente.

De lo contrario, estaremos condenados a la extinción o a emigrar a otro sistema solar.