EL ORIGEN DE LA
RELIGION
El hombre primitivo, allá en
los albores de su diferenciación, allá cuando su pensamiento le empezaba
a aconsejar la reflexión sobre
los problemas de la subsistencia, mismos que se hacían cada vez más
apremiantes; en su intento por descifrar los secretos que le ocultaba la
naturaleza madre, buscó la forma de granjearse la simpatía de las fuerzas que
no comprendía.
Así el hombre indujo a los
dioses, conceptuándolos dentro de un esquema religioso que le permitiera
intercambiar favores por sacrificios, oraciones por protección, plegarias por
seguridad, promesas por fe, salvación por fidelidad, sabiduría por entrega,
sumisión a los sacerdotes por recompensas después de la muerte.
Los eventos meteorológicos
combinados con los astros celestiales formaban un menú cosmogónico, la alegoría
deífica, la idolatría hacia lo fenomenal.
El dios de la lluvia, el de
la guerra, el del mar, el de los infiernos;
la diosa de la fertilidad, la del amor, la de las artes.
El sol, Júpiter, Neptuno,
Urano, la luna; no fueron acaso dioses (?), pero se esfumaron entre los
tiempos, se alejaron de la tierra, las aguas los ahogaron.
Allá vienen las tribus
nómadeando sobre nuevos territorios llenos de promesas, tierras de esperanza,
suelos fértiles como los vientres de las hembras en celo.
Desde entonces los chamanes
ejercen una prepotente influencia en el carácter de los pueblos, los hacen
medrosos y timoratos a la hora de enfrentar el absoluto desamparo en el que nos
encontramos.
El poder emana y desciende
directamente de los dioses, así la autoridad imperial es endosada en
contubernio con los magos. Los brujos son los amos de la conciencia, han
sepultado a la razón bajo su puño y bota.
Las religiones van de la mano
con la superchería, el dogmatismo, la sinrazón, lo absurdo, la superstición y
el fanatismo. He ahí el cóctel que envenena al hombre, lo disminuye a tal grado
que le impide pensar por sí mismo, ser él mismo.
El hombre debe y tiene que
pensar lo aceptado oficialmente, lo que cree y supone que aceptarán sus
congéneres. Es casi títere, un guiñol, una auténtica marioneta manipulada desde
dentro por una siniestra mano externa que se remonta milenariamente; el hombre
ya no piensa, no decide, si no que dice lo que tiene que pensar de acuerdo a un
esquema autorizado, que ve con beneplácito el sometimiento de la conciencia a
una ciega fe en los dogmas.
Gente que ruega a dios que le
de fe, es como si la presa pugnara por darle parque al cazador. Orar, entonces,
si no es más que una simple alabanza, se convierte en una negociación de estira
y afloja, en una escaramuza de lamentaciones, en una labor de convencimiento
cuando no en una de conmiseraciones, en un toma y daca, en un grito de auxilio
cuando la angustia ha rebasado los límites de la resistencia.
No pudo el hombre primitivo
prescindir de la protección sublime, solo el hombre se preguntaba acerca de su
existencia, de su origen, de su pasado, de su futuro; el hombre desamparado, la
criatura más frágil, más inteligente, más valiente y dotada del planeta.
Ahí quedaba totalmente
abandonado a su suerte mortal conforme se ensanchaba su incipiente conciencia,
cómo quedar expuesto a ese gran vacío que implica lo absoluto, a esa inmensa
nada que se abre en su mente cuando no encuentra respuestas válidas a su
interrogante existencial (?).
Debe haber algo que explique
esta vacuidad y ahí están esos relámpagos venidos de ultramar, ese temblor de
tierra, ese obscurecerse el día para dar paso a la luna, ese enorme disco que
calienta al día.
Ellos hacen llover, del cielo
cae el agua que bebemos, la que hace madurar las frutas dulces de la arboleda,
ellos hacen que la montaña truene y vomite lodo de fuego, que escupa rocas de
aquel tamaño.
Los dioses se enojan y se
vengan en nosotros, por ello debemos tenerlos contentos, los brujos dicen que
hagamos holocausto, que celebremos sacrificio en su honor para obtener el
perdón.
Cuántos dioses ha habido
desde lo que la humanidad habita este
planeta (?), antes de que arribara el hombre no había ni fantasmas ni espantos.
Los dinosaurios no fueron religiosos, tampoco sabemos nada acerca de los
reptiles con respecto a ceremonias o cosas por el estilo. Somos así los únicos
de esta creación con este tipo de inquietudes teológicas, porque tenemos la
legítima curiosidad de respuestas.
Cada grupo étnico de nuestra
especie desarrolló por su parte esta ansiedad, esta premura que indaga sobre lo
absurdo de la vida y nos preguntamos: ¿Qué caso tendrán las estrellas del
firmamento si no hubiese testigos que las vieran? ¿Qué razón de los santos, de
los arcángeles, de los demonios y de toda esa clase seres virtuales, si no
hubiera habido seres pensantes que les imaginaran?
Estamos aquí hace millones de
años, rompiéndonos el cráneo para adivinar nuestro origen y destino, picando
piedra, rascando aquí y allá para desentrañar pedacitos de verdad.