EL DEMENTE
Disimulaba,
no quería que nadie se diera cuenta ¿de qué? De que se había vuelto loco, sabía
aparentar cordura, pero se cansaba pronto.
Empezó
borrando su memoria, vaciándola de contenido, hasta que no quedó ningún
recuerdo, ni una sola letra.
Lo único que
guardó fueron algunas tonalidades de canciones y los colores que tanto había
admirado en las flores, eventualmente emergían pensamientos secretos reservados
en exclusiva para deleitarse con ellos en las noches de insomnio.
Sabía que
había enloquecido, se lo decían los muros del hospicio, con frecuencia se
sentía fuera de sí, allí viajaba por tierras ignotas donde ninguna imaginación
alcanza.
Había
expulsado hasta el último vestigio de razón de la caja, como lo habría hecho
Pandora, nada de silogismos, nada de logos, nada de orden.
Recuerdo que
todavía cogido con las uñas de la cordura, daba el último pataleo, antes de
caer en al abismo caótico que lo chupaba.
Que nadie se entere, qué vergüenza, pensaba, aunque nunca logró aclarar esos malditos pensamientos que brincaban sin permiso, perdió por completo el control de sus ideas, de sus impulsos, de sus palabras y de sus actos.
Desde muy
joven renunció a ser normal, algo que siempre le había parecido deleznable.