lunes, 10 de septiembre de 2018

AMOR PROPIO



AMOR PROPIO

¿Amor propio,  auto estima, qué es, dónde está?... Así pasaban los días, sintiéndose como un renacuajo salido de las alcantarillas, como un gusano emergiendo de las cloacas, aplastado como una cucaracha cualquiera.
Se escurría entre los rincones, se ocultaba detrás de los barandales, se agachaba entre los pilares para que ninguna vista lo enfocara, buscaba con vehemencia la realidad, pero ésta escapaba, se resbalaba mientras él más se confundía; a veces creía asirla con su pensamiento y ahí sujetarla para desmenuzarla y comprenderla, pero se desvanecía como humo.
Descubrió que la realidad no existe el día que se miró en el espejo de su alma, había querido complacer a los demás, satisfacer sus expectativas, obedecer sus críticas, y se preguntaba: ¿Cómo conquistar su aprobación? ¿Qué pensarían los otros de su presencia? ¿Cómo hacer para que lo aceptaran? Haría todos los esfuerzos necesarios para su beneplácito, porque ellos eran sus jueces, su felicidad dependía de su veredicto, siempre había estado pendiente de sus gestos de reprobación, de su descalificación y así había actuado, tratando de cosechar sonrisas y lo que había conseguido era su desprecio.
¿Les gustará mi estilo? ¿La manera como hablo, como me desenvuelvo, la forma como me desempeño en la vida, qué opinarán de mi cara y de mi cuerpo, de mis humores y defectos? ¿Cómo quieren que me vista, cómo deberé caminar, moverme, dormir, despertar? ¿Qué dirán de mi forma de ser?
Descubrió una noche que nadie había, que aquel jurado era solo un puñado de fantasma que habitaban bailando dentro de su cabeza, que eran solo el reflejo de sus miserias.
Caminaba taciturno y cabizbajo entre aquellos viejos callejones llenos de basura y soledad, su derrotada figura se transparentaba en aquellos aparadores raspados por el tiempo, la suciedad era su escudo, la mugre lo opacaba, algunas moscas revoloteaban entre sus barbas, caían de su cabeza greñas repletas de tristeza.
Así apachurrado deambulaba, siempre mirando al suelo, de vez en cuando algún roedor cruzaba entre sus guaraches, pero él con su típica indiferencia los ignoraba, en otras ocasiones algún perro callejero lo orinaba sin recato, pero él ni se inmutaba, seguía arrastrando su sombra por esos arrabales donde acostumbraba echarse a ver pasar el tiempo.
Ya no rezaba ni imploraba ayuda, sabía que era en vano, tampoco pedía limosnas, era inútil, además no se merecía caridad alguna, ni lástima de nadie, su dignidad había quedado sepultada entre los desperdicios de un hotel de mala muerte, no quería ni perdón ni bendiciones, era un perdedor perenne, el último de la lista, no valía nada!
-No soy nadie- se repetía mil veces durante el día, no soy nadie,  se lo decía constantemente, así iba destruyendo lo que de él quedaba, soy un miserable, hijo de la pobreza, amante de la mala suerte, socio de la pereza y  discípulo de la desvergüenza. Se solazaba en la depresión más profunda, se azotaba con lánguida melancolía y ahí se estacionaba para solo permitirse emitir unos lamentos de aburrida nostalgia.
No, no merecía vivir, hubiese querido morir desnudo o envuelto en una sábana sanguinolenta húmeda de pena, pero le trajeron y le abandonaron a merced de su desdicha, a los cuatro vientos huracanados le aventaron, sin propósito, sin destino, sin explicación alguna.
Se seguía diciendo: Heme aquí desvalido como cuyo de laboratorio sin saber cómo ni cuándo llegará mi turno, me destazarán poco a poco (?) o me mantendrán enjaulado en este valle de inmisericordia por una eternidad (?).
Por qué le trajeron (?) de quién fue la absurda idea (?) Se lo ha preguntado al sol, a la luna y a las estrellas y se han quedado calladas de vergüenza, porque tampoco lo saben en su sabia ignorancia.
Permanece así aplastado como una mala replica de humano, como un ser caduco, extemporáneo, hueco como un viejo árbol caído. Cada vez su ignorancia se agranda, de él nada quedará, sus restos no son algo, eran simplemente una insólita vibración apagándose.
 No quiere recuperar la cordura, prefiere mantenerse loco, desquiciado, es más cómodo ser irresponsable y no reaccionar ante los embates de la muerte que le asalta a cada momento.
No, ya no quiere pensar con lógica aristotélica, quiere despedazar la razón, destrozarla a patadas, desintegrarla con atropellos de locura. Avanza en reversa, viendo cómo se estrello con un racimo de planetas que pertenecen a otra galaxia, la Vía Láctea es aburrida, tediosa, cansado está de sobrevivir en ella, la ha recorrido de esquina a esquina, siempre entra por el mismo rincón, humeando, apestando, rumiando ponzoña y mentiras que no llegan a nada.
Los espantos dan la mano, invitan al pardo olor de sus humores, rosan como fantasmas los esqueletos lívidos de abandono y soledad, nada resta por seguir, paró las cuerdas, estrujó la vida, maldijo el pudor de las vírgenes que adoloridas se arrastraban en los umbrales del perdón.
Allí quedaron las huellas de sus garras, a lo desconocido aferradas, ladrando eufóricas, solas, pudriéndose en su fértil esplendor, porque no hay quien las escupa de frente, todo lo que necesitan es para siempre morir.
Cansado de vivir camina al final de su exultante aventura que ya agota su repertorio de gracias y desgracias ¿Quién interpretará la sinfonía perecedera?
Los músicos han abandonado la orquesta, los instrumentos yacen vacíos, ahí quedaron las trompetas de los ángeles que han elevado su vuelo para alcanzar otras estrellas donde escuchen sus agrios cantos, allá quedaron los tambores tirados sin alguien que los repercuta al ritmo del nuevo nacimiento, guitarras que semejan tumbas silenciosas, porque no hay quien tense y toque sus acordes, los violines esconden su llanto entre las maderas, el piano ya no se queja con sus teclas  como dientes anglicanos, el órgano está apagado, no sopla su estruendo melancólico por falta de aliento, la tristeza cubre los altares, bancas y púlpitos; los confesionarios vacíos de secretos, los pecados se han apolillado, la fe quedó enterrada en los sepulcros del pasado.
Fue un prófugo del demonio, se escapó escondido en esos harapos, pasó desapercibido ante su fulminante mirada. Dios con su sequito de guardianes no le dio la espalda, lo encontró allí desvanecido, le pidió perdón en nombre de sus hijos, hoy cantamos todos a capela la gloria del cielo, Dios ríe a carcajada batiente y él atónito se da dos o  tres golpes en el pecho.
  
 

martes, 4 de septiembre de 2018

LAS ORDENES DE DIOS


LAS ORDENES DE DIOS

Dejar ir la locura, morir en ella es mejor que agonizar lenta y dolorosamente en la cordura tan altamente ponderada por todos.
¿Dónde hay más felicidad? Ahí me anclo, con ella me voy como rémora, perdiendo la típica razón, me ausento en lo cuántico, donde no hay ni espacio ni tiempo, donde no existen los lugares ni las horas, donde todo está en todo.
Me pierdo en la muerte, porque la amo, porque yo soy la muerte misma; a nadie le gusta hablar de mí, les da miedo, tiemblan al imaginarme, se espantan tan solo al mencionar mi nombre; saben, no obstante que aunque me pospongan con amnesias tontas, caerán contagiados de mis mieles.
Tienen que empezar a quererme aunque ni a la vida entienden, ¿cómo me van a entender a mí, a la muerte? No hay más muerte que yo, siempre he estado aquí, junto a ustedes, a su lado, muy junto, muy presente, no sé ausentarme.
Se aferran a la vida, a sus pertenencias, a sus comodidades, a sus existencias   acartonadas diseñadas en Hollywood.   
Me enloquecen las erupciones, los huracanes, los terremotos, las guerras, las revoluciones, las hambrunas, las sequías prolongadas, las epidemias, las plagas, pero sobre todo la vejez y las enfermedades.
Soy enemiga de las medicinas, los hospitales y las enfermeras; no se diga ya de los médicos; solo tolero aquellos que practican la eutanasia. Me gustan los violentos, los broncos, los insolentes y los altaneros; también los delincuentes, los policías y los ladrones.
A quienes más admiro es a aquellos que se atreven a morir, a ser también muerte, sin miedos; el horror a mí es absurdo y nefasto; si ustedes supieran lo que soy, me anhelarían, sabrían lo que es dejar la carga del espacio y el tiempo, vagar en el vacío cuántico.
Allí desaparece el apego a esa realidad ficticia, que es la vida efímera, vida que no es mi enemiga, sino mi hermana gemela, mi otro yo la vida, somos inseparables, sin ella no existo; lo que ella da, yo lo quito.
Son las órdenes de Dios  


SÍNTOMAS



SÍNTOMAS

Buscaba el síntoma, - ¿dónde lo encuentro?..- Se preguntaba- cómo lo logro – se decía –
No, no me importa qué sea lo que lo provoque ni qué cosa sea lo que lo  cause. ¡Quiero el síntoma!
¿Cuál? - le pregunté – a lo que me respondió de inmediato: - ¡la felicidad! Es todo lo que busco, no puedo tenerla ni disfrutarla, se me niega, me rehúye, me evade, se me escabulle.
El síntoma es el resultado, es lo real, lo valioso; - no quiero un efímero síntoma que sea solo un relámpago, quiero la felicidad definitiva, la permanente-.
Sentir tranquilidad en la mente, serenidad en el alma, armonía en el espíritu, para mí que soy el señor dueño de ellas y de este cuerpo; quiero reposar aquí dentro de esta piel, entre estas carnes, por estas venas, en estos órganos, bajo estos sistemas envuelto, con la sensación de sentirme satisfecho de existir en concordia con el universo y en armonía con el flujo de la vida.
-         ¿Cómo puedo lograrlo Doctor? – me preguntaba- no quiero esperar hasta que llegue la muerte para sentir la paz que exijo.  He probado con toda clase de drogas: estupefacientes, analgésicos, narcóticos, vinos y pócimas mágicas, pero sus efectos no me han convencido, siempre me dejan sediento de felicidad, en cambio he sufrido sus nefastas consecuencias colaterales.
-         Tengo hambre de felicidad, de placer, de sanar para siempre mi alma enferma.  Doctor, dígame ¿cómo le hago? Por favor…