LAS ORDENES DE DIOS
Dejar ir la
locura, morir en ella es mejor que agonizar lenta y dolorosamente en la cordura
tan altamente ponderada por todos.
¿Dónde hay
más felicidad? Ahí me anclo, con ella me voy como rémora, perdiendo la típica
razón, me ausento en lo cuántico, donde no hay ni espacio ni tiempo, donde no
existen los lugares ni las horas, donde todo está en todo.
Me pierdo en
la muerte, porque la amo, porque yo soy la muerte misma; a nadie le gusta
hablar de mí, les da miedo, tiemblan al imaginarme, se espantan tan solo al
mencionar mi nombre; saben, no obstante que aunque me pospongan con amnesias
tontas, caerán contagiados de mis mieles.
Tienen que
empezar a quererme aunque ni a la vida entienden, ¿cómo me van a entender a mí,
a la muerte? No hay más muerte que yo, siempre he estado aquí, junto a ustedes,
a su lado, muy junto, muy presente, no sé ausentarme.
Se aferran a
la vida, a sus pertenencias, a sus comodidades, a sus existencias acartonadas diseñadas en Hollywood.
Me enloquecen
las erupciones, los huracanes, los terremotos, las guerras, las revoluciones,
las hambrunas, las sequías prolongadas, las epidemias, las plagas, pero sobre
todo la vejez y las enfermedades.
Soy enemiga
de las medicinas, los hospitales y las enfermeras; no se diga ya de los
médicos; solo tolero aquellos que practican la eutanasia. Me gustan los
violentos, los broncos, los insolentes y los altaneros; también los
delincuentes, los policías y los ladrones.
A quienes
más admiro es a aquellos que se atreven a morir, a ser también muerte, sin
miedos; el horror a mí es absurdo y nefasto; si ustedes supieran lo que soy, me
anhelarían, sabrían lo que es dejar la carga del espacio y el tiempo, vagar en
el vacío cuántico.
Allí
desaparece el apego a esa realidad ficticia, que es la vida efímera, vida que
no es mi enemiga, sino mi hermana gemela, mi otro yo la vida, somos inseparables,
sin ella no existo; lo que ella da, yo lo quito.
Son las órdenes
de Dios
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