EL DESENCUENTRO
Bajaba de aquella cumbre como derrotado, cabizbajo descendía
meneando la cabeza decepcionado; había tenido la esperanza que dios existiera,
para encontrarle algún sentido a la vida, pero se había convencido – en aquella
búsqueda – que dios era tan solo un anhelo, una ilusión.
El mito lo habían divulgado los sacerdotes y los hechiceros
en la aldea, la tribu lo había aceptado sin dudarlo, la gente cotidianamente se
sometía a una serie de ritos que tenían por objeto, rendir pleitesía, sacrificios
y homenajes a la deidad silenciosa, que reinaba en los cielos. Sus emisarios e intérpretes
juraban comunicarse con dios a través de sus liturgias y sacramentos.
Le anunciaron que era el elegido por dios para recibir el
mensaje final, te quiere ver, hablar contigo, allá arriba te aguarda, ve a la
montaña te dará una importante encomienda y un mensaje para que lo transmitas a
todos los aldeanos.
Desde la madrugada había salido al encuentro con la deidad
creadora, había estado nervioso esos días, se había purificado en las aguas del
río, también abstenido de todo contacto carnal, había expiado sus culpas
atormentándose con espinas, se había sometido a un riguroso ayuno para quitar
todo tóxico de su cuerpo ya endeble de tanto sacrificio, había orado días y
noches enteras en lo profundo de la cueva del desierto, finalmente estaba
limpio y preparado para ver a dios en persona.
Esperó con paciencia infinita la llegada del espíritu santo,
del santísimo, del todo poderoso, del principio y del fin de todo cuanto
existe, así se prolongó indefinidamente aquella confianza, hasta que en medio de
su vigilia se quedó soñando.
Despertó pasmado, desconcertado, atribulado y contrariado,
dios nunca llegó.