martes, 16 de septiembre de 2014

REQUIEM



REQUIEM

En un país donde la gente no cuenta, donde las masas son arrasadas por las gigantescas olas de la inercia histórica  que las desprecia, donde el mercado y la competitividad son las deidades del progreso y la modernidad; ahí ¿Qué puede esperarse? Sino mayor disparidad entre los extremos de las clases sociales, mayor concentración de la ya de por sí acumulada riqueza en las corruptas manos de la élite económica, mayor explotación del proletariado, mayor depredación de los recursos energéticos, mineros y estratégicos nacionales.

Esta precipitada apertura,  justificada con la creación de empleos, producto del prometedor desarrollo que implica la galopante deshumanización del trabajo y el deterioro de las condiciones de vida para las generaciones futuras, además del quebranto de la economía doméstica; obedece a un proyecto internacional, fraguado desde el centro financiero y petrolero mundial.

La entrega de la riqueza nacional se enmarca así, en una estrategia diseñada hace mucho por el sistema capitalista imperial, los trazos generales fueron delineados desde las cúpulas de los corporativos petroleros trasnacionales en el siglo pasado y lo aplican sus operadores mexicanos, subordinados a sus dictados.

No sorprende ya la actitud de los lacayos, de los abyectos traidores que se sustentan como representantes de un pueblo inerme, que alienado por su fanatismo arcaico, peregrina para hincarse resignado a su esclavitud mental bajo el manto de un mito ancestral.

Insulso es siquiera pensar en una consulta popular para conocer la opinión de un pueblo, sojuzgado durante siglos y ahora subliminalmente enajenado por los medios de comunicación masiva, enfocados solo en lograr máximas ganancias.

México imbuido en una tradición dictatorial ¿No sabe acaso que quien emite el voto no decide nada y que los que lo cuentan deciden todo? Pero la difusión informativa apabullante,  nos receta todo el día,  que la grandeza de un país, se mide por la participación de su gente.

Durante la Revolución, mientras los mexicanos se mataban por cientos de miles en una guerra fratricida, los extranjeros por un lado, tranquilamente extraían el petróleo y por otro,  proporcionaban las armas asesinas a los caudillos de ambos bandos,  en turno.

Como si algunos no supiéramos que el objetivo de las empresas es obtener las más altas ganancias al menor costo posible, esa es su definición filosófica y moral, es lo suyo, corromper todo a su paso y hacer hasta lo imposible por rendir los mayores beneficios a los accionistas que invierten en ellas su capital.

Las siete grandes petroleras se frotan las manos, como hienas babeantes ya apuntan sus mandíbulas para el festín y sus siervos mexicanos dan saltos de júbilo por haber consumado la traición a un pueblo distraído entre porterías, telenovelas y sacramentos.

                  

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