REQUIEM
En un
país donde la gente no cuenta, donde las masas son arrasadas por las
gigantescas olas de la inercia histórica
que las desprecia, donde el mercado y la competitividad son las deidades
del progreso y la modernidad; ahí ¿Qué puede esperarse? Sino mayor disparidad
entre los extremos de las clases sociales, mayor concentración de la ya de por
sí acumulada riqueza en las corruptas manos de la élite económica, mayor
explotación del proletariado, mayor depredación de los recursos energéticos,
mineros y estratégicos nacionales.
Esta
precipitada apertura, justificada con la
creación de empleos, producto del prometedor desarrollo que implica la
galopante deshumanización del trabajo y el deterioro de las condiciones de vida
para las generaciones futuras, además del quebranto de la economía doméstica;
obedece a un proyecto internacional, fraguado desde el centro financiero y
petrolero mundial.
La
entrega de la riqueza nacional se enmarca así, en una estrategia diseñada hace
mucho por el sistema capitalista imperial, los trazos generales fueron
delineados desde las cúpulas de los corporativos petroleros trasnacionales en
el siglo pasado y lo aplican sus operadores mexicanos, subordinados a sus
dictados.
No
sorprende ya la actitud de los lacayos, de los abyectos traidores que se
sustentan como representantes de un pueblo inerme, que alienado por su
fanatismo arcaico, peregrina para hincarse resignado a su esclavitud mental
bajo el manto de un mito ancestral.
Insulso
es siquiera pensar en una consulta popular
para conocer la opinión de un pueblo, sojuzgado durante siglos y ahora
subliminalmente enajenado por los medios de comunicación masiva, enfocados solo
en lograr máximas ganancias.
México
imbuido en una tradición dictatorial ¿No
sabe acaso que quien emite el voto no decide nada y que los que lo cuentan
deciden todo? Pero la difusión informativa apabullante, nos receta todo el día, que la grandeza de un país, se mide por la
participación de su gente.
Durante
la Revolución, mientras los mexicanos se mataban por cientos de miles en una
guerra fratricida, los extranjeros por un lado, tranquilamente extraían el
petróleo y por otro, proporcionaban las
armas asesinas a los caudillos de ambos bandos, en turno.
Como si
algunos no supiéramos que el objetivo de las empresas es obtener las más altas
ganancias al menor costo posible, esa es su definición filosófica y moral, es
lo suyo, corromper todo a su paso y hacer hasta lo imposible por rendir los
mayores beneficios a los accionistas que invierten en ellas su capital.
Las
siete grandes petroleras se frotan las manos, como hienas babeantes ya apuntan
sus mandíbulas para el festín y sus siervos mexicanos dan saltos de júbilo por
haber consumado la traición a un pueblo distraído entre porterías, telenovelas y
sacramentos.
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