EL CRÓTALO
Aquel réptil
de ponzoñoso veneno, se disfrazaba de múltiples maneras, podía aparecer como
guía espiritual para los aldeanos, quizá
como alguacil de los labriegos, cacique de los lugareños, verdugo de la
alcaldía, líder de hortelanos, brujo de creyentes o príncipe de súbditos.
Impartía
la injusticia a su antojo, a diestra y siniestra dispensaba bendiciones o
sentenciaba a calabozo y muerte a sus opositores; todopoderoso se encumbraba en
cualquier pedestal, para ser venerado por todos los pueblos de la gran comarca.
Era
piadoso, respetaba las formas y las
leyes con máscara de dulce cortesía, podía aparentar modales cadenciosos y
hasta sublimes, su tersa voz se dejaba caer de tribunas, altares y púlpitos
sobre la resignada feligresía.
Algunas
noches salía cubierto con un manto negro donde ocultaba el puñal ensangrentado
de alguna víctima de su lujuria y depravación.
Luego regresaba con regalos y pasteles a rezar con las familias
adoloridas, venía a consolar huérfanos y viudas con su eterna bondad.
Sus
aposentos lucían oficiales reconocimientos, certificados, diplomas, títulos,
nombramientos, trofeos, preseas y agradecimientos por su excelente desempeño en
la comunidad.
Reía con
diabólica sorna cuando salía a cometer los más desmesurados crímenes, los
atropellos más insolentes; ah! Cómo disfrutaba del sufrimiento ajeno, se
burlaba en silencio del llanto desesperado de las madres que habían perdido a
sus hijos.
Luego se
mecía tiernamente en sus laureles para recibir súplicas y quejas de las
víctimas a quienes prometía justicia, -nadie podrá librarse de mi castigo-, les
decía y con una palmada los despachaba agradecidos de por vida.
No habrá
impunidad, caiga quien caiga les repetía con el puño en alto, los cortesanos
aplaudían, el pueblo se le encomendaba y una sonrisa hipócrita brotaba de sus
labios.
Toda la
población agraviada le creía, le habían elegido, al menos eso les había dicho
en un arranque de cinismo: “Seré su guardián, su servidor, día tras día estaré
a su lado, protegiéndoles, engrandeciendo su vida, procurando su seguridad,
haciéndoles felices; no descansaré hasta encontrar a los culpables de tanto
latrocinio; - caerán cabezas, no habrá fuero que valga- así les respondía a los sobrevivientes de aquellas
masacres perpetradas por las hordas de criminales, que el mismo encabezaba.
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