EL APEGO
Había
quienes preferían guardar silencio y sepultarlo en el olvido, los muertos en el
más allá, tratarían de robarlo como lo habían hecho siempre. .
Atrás
decían pestes de él, lo sabía, los había escuchado perfectamente, mientras
fingía dormir, entonces se descaraban, despotricar era un vicio muy socorrido entre sus amistades.
Estando
en su lecho de muerte, continuaba siendo igual que siempre, aún en el umbral,
seguía aferrado a sus peniques; agonizando se preocupaba por sus haberes, se
enfurecía por sus sospechas, se aferraba
a la materia más obscena, oscura y lúgubre; temblaba de rabia contando
los faltantes de basura.
Aún
teniendo un pie en el ataúd, contaba y recontaba sus centavos, cuando se fue
engarrotó su puño encerrando unas monedas, prendido a las cosas lloraba por
dejarlas en manos ajenas.
Su
última voluntad fue que metieran en su mismo féretro cartones, fierros, cachivaches,
garabatos, adornos, libros, tapetes, refacciones, ceniceros, suvenires,
carteras, portafolios, cámaras, cubiertos, trastes, cuadros, chivas, estatuas,
juguetes, pantallas, alambres, clavos, herramientas, trapos, cajas, triques,
mamotretos, frascos, cascos, tinas, cajones, bolsas, tarimas, tiliches, estantes
y hasta sus radiografías.
Idénticas
críticas que recibía cuando vivo las recibió de muerto; lo que fue, lo que era,
lo que había sido siempre se lo llevó hasta la tumba, quería un mausoleo para
ahí guardar sus arcaicas e inútiles pertenencias, temía que como aves de
carroña, lo desvalijaran sus amigos cuidanderos.
Así sus
cualidades quedaron opacadas por sus defectos, sus virtudes por sus vicios, su nobleza
por sus caprichos, su gentileza por su avaricia, su complacencia por sus
arrebatos iracundos, su simpleza por su soberbia, su arrojo por su temor, su
amabilidad por su torpeza.
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