lunes, 15 de septiembre de 2014

EL OTRO ROSTRO DEL CAPITAL



EL OTRO ROSTRO DEL CAPITALISMO

Mientras el lado amable del sistema podría ser representado por una ninfa extravagante que salta de júbilo en medio de un edén, pleno de fuentes cristalinas, de cascadas y flores, de paradisíacas aves, de abundantes manzanos, duraznos, naranjos, higueras y almendros; por el otro lado, desde la cloaca,  asoma el rostro una mujer famélica, enferma desde la piel hasta el tuétano de sus huesos, con un niño entre sus brazos que tiene el vientre hinchado de parásitos y los pómulos descarnados, la mirada opaca de hambre, de anemia, de desnutrición.

Estos son algunos de los contrastes del capitalismo que tanto aplauden nuestros gobiernos democráticos, nuestros empresarios, nuestras iglesias; estos son los resultados escenográficos de nuestras excelsas virtudes de libertad de las que tanto se vanaglorian  los líderes de todas las naciones civilizadas y democráticas, salvo honrosas excepciones.

Cuando de promover y exaltar las ventajas del sistema que sostiene tantas desigualdades e injusticias, se trata; lo hacen con arrogancia insólita, presumen con fríos y tendenciosos datos estadísticos, números de desarrollo envidiables, cifras rimbombantes pletóricas de ceros y conceptos estereotipados que reflejan, según ellos, excelsas benevolencias, progresos inalcanzables por ningún otro sistema, beneficios indiscutibles, utilidades impresionantes, avances inobjetables.

Pero debajo de estas apariencias, esconden otras realidades vergonzosas para cualquier observador suspicaz. Bajo la tapa de la letrina donde se sienta la encantadora doncella de claros ojos y seductores pechos, se encuentra el drenaje podrido, los deshechos tóxicos que ha dejado semejante beldad extrema.

El capitalismo con sus rascacielos majestuosos, sus esplendorosos campos de golf, sus impresionantes aeropuertos, marinas y fraccionamientos residenciales; con sus clubes sociales, con sus ferias y sus autos, con sus fantásticas urbes cruzadas con circuitos que se entretejen, suspendidos con pilotes, en los distribuidores de circulación; el capitalismo con sus naves espaciales, con sus trasatlánticos de carga, con sus cruceros de recreo, con  sus monstruosas armas, con sus fenomenales fábricas y solemnes centros comerciales llenos de fanfarronadas, no puede ocultar la otra cara: la de la mujer vejada, golpeada, la del desempleado que sin aliento deambula por los suburbios en busca de un salario, la del alma destrozada del pobre, hacinado en una buhardilla de mala muerte, la del niño que escombra entre la basura el desperdicio que lo sustente, la del adicto que inhala bajo el puente, la del suicida que planea matar el mundo al que vino solo a padecer desprecios, por no haber nacido en cuna de oro o con fortuna.

Si, el capitalismo tiene dos máscaras, la una ríe, la otra llora; es la comedia frugal y la tragedia cruda.

Y ¿qué es la globalización, sino la extensión de este aberrante panorama a todo lo circundante de este redondo mundo? Éxito en algunos campos para unos cuantos y fracaso para las mayorías, manejo diabólico de los dígitos para defender los privilegios de los más rapaces y abusivos de sus miembros.

Carcajadas en unos, llanto en otros; alegría para unos, congoja  para el resto.  ¿Dónde está la ventaja del capitalismo señor Smith?

Un sistema que debió estar hace mucho en los anales de la historia, en los museos como muestra de escarnio e ignominia, como una de las peores vergüenzas por las que tuvo que pasar la evolución de la humanidad, peor que la esclavitud.

Igual que las mazmorras y los demás instrumentos de tortura que la inquisición aplicaba a los Cátaros y a los herejes; así debería estar el capitalismo, como una enfermedad superada y solo recordarlo como ejemplo al que podemos caer los hombres, cuando dejamos que nuestros instintos más bajos y despreciables emerjan, por descuido.

Pero no, ahí anda, paseándose tan tranquilo, con el cinismo ancestral de siempre, escupiendo en la dignidad de los humildes, pateando al inocente, violando a las mujeres, arrancándoles sus sueños y esperanzas, ahí está el capitalismo petulante, arrojando sus desperdicios al río de las generaciones que prometen, ahí va aplastando al joven que crece, prendiéndolo del cuello para subirlo al tren de la explotación o al carro del abuso. ¡Ahora  es más sagrado que nunca!

La vida es cruel como la naturaleza, argumentan sus defensores, las cosas son así, el que tiene más saliva traga más pinole y nada lo podrá cambiar, dicen a los detractores del  sistema capitalista en plena putrefacción. 

Efectivamente, los dueños del dinero tienen el sartén por el mango, parten y reparten el pastel, hacen y deshacen a su antojo en este juego, cambian las reglas a su conveniencia, hacen creer a los demás que no hay alternativa, que es la única forma de intercambio, van modificando a su gusto los principios normativos, alteran la esencia de la verdad en los medios, difunden el engaño a la atmósfera de los sentidos, pervierten la voluntad de las personas, pregonan a los cuatro vientos la libertad y la democracia con cadenas y yugos ocultos en sus trampas verbales.

¿Por cuánto tiempo más podrán resistir las estructuras su artificio? ¿Por cuánto tiempo más podrá soportar la doncella virginal la peste nauseabunda que emerge de los sótanos donde se pudren sus deshechos?

Ya hieden las grietas de la máscara, el maquillaje con que cubre su horripilancia.  El capitalismo empieza a trastabillar  y su auténtico rostro se revela.



     
       

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