EL OTRO ROSTRO DEL CAPITALISMO
Mientras el lado amable del
sistema podría ser representado por una ninfa extravagante que salta de júbilo
en medio de un edén, pleno de fuentes cristalinas, de cascadas y flores, de
paradisíacas aves, de abundantes manzanos, duraznos, naranjos, higueras y
almendros; por el otro lado, desde la cloaca, asoma el rostro una mujer famélica, enferma
desde la piel hasta el tuétano de sus huesos, con un niño entre sus brazos que
tiene el vientre hinchado de parásitos y los pómulos descarnados, la mirada
opaca de hambre, de anemia, de desnutrición.
Estos son algunos de los
contrastes del capitalismo que tanto aplauden nuestros gobiernos democráticos,
nuestros empresarios, nuestras iglesias; estos son los resultados
escenográficos de nuestras excelsas virtudes de libertad de las que tanto se
vanaglorian los líderes de todas las
naciones civilizadas y democráticas, salvo honrosas excepciones.
Cuando de promover y exaltar
las ventajas del sistema que sostiene tantas desigualdades e injusticias, se
trata; lo hacen con arrogancia insólita, presumen con fríos y tendenciosos
datos estadísticos, números de desarrollo envidiables, cifras rimbombantes
pletóricas de ceros y conceptos estereotipados que reflejan, según ellos,
excelsas benevolencias, progresos inalcanzables por ningún otro sistema,
beneficios indiscutibles, utilidades impresionantes, avances inobjetables.
Pero debajo de estas
apariencias, esconden otras realidades vergonzosas para cualquier observador
suspicaz. Bajo la tapa de la letrina donde se sienta la encantadora doncella de
claros ojos y seductores pechos, se encuentra el drenaje podrido, los deshechos
tóxicos que ha dejado semejante beldad extrema.
El capitalismo con sus
rascacielos majestuosos, sus esplendorosos campos de golf, sus impresionantes
aeropuertos, marinas y fraccionamientos residenciales; con sus clubes sociales,
con sus ferias y sus autos, con sus fantásticas urbes cruzadas con circuitos
que se entretejen, suspendidos con pilotes, en los distribuidores de circulación;
el capitalismo con sus naves espaciales, con sus trasatlánticos de carga, con
sus cruceros de recreo, con sus
monstruosas armas, con sus fenomenales fábricas y solemnes centros comerciales
llenos de fanfarronadas, no puede ocultar la otra cara: la de la mujer vejada,
golpeada, la del desempleado que sin aliento deambula por los suburbios en
busca de un salario, la del alma destrozada del pobre, hacinado en una
buhardilla de mala muerte, la del niño que escombra entre la basura el
desperdicio que lo sustente, la del adicto que inhala bajo el puente, la del
suicida que planea matar el mundo al que vino solo a padecer desprecios, por no
haber nacido en cuna de oro o con fortuna.
Si, el capitalismo tiene dos
máscaras, la una ríe, la otra llora; es la comedia frugal y la tragedia cruda.
Y ¿qué es la globalización,
sino la extensión de este aberrante panorama a todo lo circundante de este
redondo mundo? Éxito en algunos campos para unos cuantos y fracaso para las
mayorías, manejo diabólico de los dígitos para defender los privilegios de los
más rapaces y abusivos de sus miembros.
Carcajadas en unos, llanto en
otros; alegría para unos, congoja para
el resto. ¿Dónde está la ventaja del
capitalismo señor Smith?
Un sistema que debió estar
hace mucho en los anales de la historia, en los museos como muestra de escarnio
e ignominia, como una de las peores vergüenzas por las que tuvo que pasar la
evolución de la humanidad, peor que la esclavitud.
Igual que las mazmorras y los
demás instrumentos de tortura que la inquisición aplicaba a los Cátaros y a los
herejes; así debería estar el capitalismo, como una enfermedad superada y solo
recordarlo como ejemplo al que podemos caer los hombres, cuando dejamos que
nuestros instintos más bajos y despreciables emerjan, por descuido.
Pero no, ahí anda, paseándose
tan tranquilo, con el cinismo ancestral de siempre, escupiendo en la dignidad
de los humildes, pateando al inocente, violando a las mujeres, arrancándoles
sus sueños y esperanzas, ahí está el capitalismo petulante, arrojando sus
desperdicios al río de las generaciones que prometen, ahí va aplastando al
joven que crece, prendiéndolo del cuello para subirlo al tren de la explotación
o al carro del abuso. ¡Ahora es más
sagrado que nunca!
La vida es cruel como la
naturaleza, argumentan sus defensores, las cosas son así, el que tiene más
saliva traga más pinole y nada lo podrá cambiar, dicen a los detractores del sistema capitalista en plena
putrefacción.
Efectivamente, los dueños del
dinero tienen el sartén por el mango, parten y reparten el pastel, hacen y
deshacen a su antojo en este juego, cambian las reglas a su conveniencia, hacen
creer a los demás que no hay alternativa, que es la única forma de intercambio,
van modificando a su gusto los principios normativos, alteran la esencia de la
verdad en los medios, difunden el engaño a la atmósfera de los sentidos,
pervierten la voluntad de las personas, pregonan a los cuatro vientos la
libertad y la democracia con cadenas y yugos ocultos en sus trampas verbales.
¿Por cuánto tiempo más podrán
resistir las estructuras su artificio? ¿Por cuánto tiempo más podrá soportar la
doncella virginal la peste nauseabunda que emerge de los sótanos donde se
pudren sus deshechos?
Ya hieden las grietas de la
máscara, el maquillaje con que cubre su horripilancia. El capitalismo empieza a trastabillar y su auténtico rostro se revela.
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