EL CALLADO
Un buen
día, después de tantos desaciertos lingüísticos, se dio cuenta que nada tenía
que decir, por lo que decidió guardar silencio, desde entonces calla.
Después
se consagró solo a escuchar y habiendo oído tanta sarta de barbaridades, se sumergió
en su autismo.
Ahí se
refugiaba, a veces el canto de las sirenas tentaba la curiosidad de su
naturaleza a entablar el diálogo, sin embargo al cabo de unos instantes se
convencía que era mejor tener los oídos sordos y la boca cosida.
Era
mejor escuchar el musical tono de las aves, el chirrido de las chicharras, el
ladrido de su perro, el ronronear del gato, el gorjeo de los tordos, el
golpeteo del viento sobre las hojas y hasta el rechinido de las bisagras, que la voz de los hombres.
Cada vez
que había abierto el canal de sus tímpanos para averiguar lo que las frases de
los humanos contenían, se persuadía que tan solo eran eructos emergidos de la putrefacción de sus
intestinos.
Cuando
por casualidad alguien le preguntaba algo, respondía con el índice en vertical
sobre sus labios y emitía el sonido ¡sh…!
Al paso
de los años, de tanto no hablar, había olvidado el lenguaje de los hombres,
ahora se comunicaba únicamente con los animales, con las plantas, con el viento
y con las piedras; sin conflictos, sin discusiones absurdas, sin mentiras.
Así se
entendía con su nuevo mundo, al que había llegado huyendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario