jueves, 25 de septiembre de 2014

DESTINO FATAL



DESTINO  FATAL

Los habitantes de aquella nación habían sido prevenidos por ancestrales profetas, agoreros y adivinos; las premoniciones no eran en vano, serios augurios poblaban su atmósfera, así que ya estaban resignados a la fatalidad del destino, además ya estaban habituados al sometimiento secular, así que les fue fácil acoplarse a las nuevas condiciones impuestas por las autoridades.
Disciplinados en grupos los dispusieron, formándose en filas, pelotones y contingentes ordenados por la voz  de los mayordomos encargados del arreo.
Pronto llegarían las carretas, carretones, carruajes y diligencias para ser enganchadas sobre los hombros de los siervos, que ansiosos esperaban ser seleccionados, presurosos se presentaban levantando el brazo cuando, con los dedos cruzados, escuchan su nombre de la boca de los capataces.
Semejaban yuntas o mansos caballos, acostumbrados a ser herrados, colocarse frenos, bozales, anteojeras, fundas y correas para el arrastre de las cargas anunciadas, a punta de fuetazos eran conducidos al recibimiento de los extraños que llegaban de la frontera y de ultramar.
Tronaban los látigos en sus espaldas, bramaban los caporales apresurando como rebaño aquella turba de hombres abnegados, que reafirmaba la flaqueza de su espíritu.
Los primeros en llegar fueron los carromatos que venían del norte, se formaban en línea, los ciudadanos como reses eran acarreados y puestos a disposición de los cocheros que conducían aquellas unidades.
Los apilaban frente a las carretas, los amarraban a sus palancas y de un latigazo los ponían a jalar aquellas pesadas estructuras hasta los campos petroleros, gaseros y mineros.
También venían del este, del oeste y del sur; carruajes chinos, japoneses, daneses, noruegos, ingleses, suecos,  holandeses, alemanes, rusos,  franceses, italianos,  españoles,  australianos y brasileños.         
Los pobladores de aquella república nopalera eran atorados en filas de dos en dos o de tres en tres y en equipos hasta de seis, para arrastrar los carretones extranjeros entre espinas, cardos, piedras y arenas movedizas; subían cuestas, bajaban cerros al grito de los gañanes contratados para tal fin.
Venían a saquear sus riquezas usando su propia fuerza de tracción, la manada se contentaba con las migajas, con las ofensas, con los insultos, con el desprecio; una vez terminado el trabajo, les dejarían la tarea de recoger los desperdicios, la basura y la destrucción.
¡Ese era su fatal destino!    
  

No hay comentarios:

Publicar un comentario