miércoles, 24 de septiembre de 2014

SU MAJESTAD *



SU  MAJESTAD

El Rey llamó al Primer Ministro para que le rindiera el informe de la situación social que guardaba su Imperio.

Al interior de aquel Estado sobrevivían campesinos, artesanos, obreros, mineros, arrieros y cargadores con sus familias flageladas por la miseria; ya el Cardenal había advertido al Monarca sobre la inquietud de la chusma, los comentarios de inconformidad se oían en calles, en plazas y mercados; se rumoraban toda clase de críticas a la autoridad, pues el hambre cobraba enormes dimensiones, la gente no aguantaba más.

-Pueblo irredento, falto de esperanza, va perdiendo la fe en el premio que prometió el Señor a los abnegados- así decía el Rey – no se quieren dejar  aplastar como Dios manda ¡tan bonita que es una ciudadanía resignada, sufrida, sumisa y servil!-

-Hágalos usted entender su Señoría; explíqueles la enorme ventaja de ser callados, hábleles de la maravillosa y celestial cualidad de ser dóciles; pero no, prefieren arriesgarse y se llenan de envidia y rabia contra la nobleza y el clero que, lo único que hace, es orar para que Dios los perdone, los bendiga y los salve de la condena eterna.

-Pero allá ellos, su Majestad, cuando estén en medio de las llamas del infierno se acordarán de sus blasfemias, entonces el crujir de dientes será solo el preámbulo del sufrimiento que les espera, por no haber obedecido las leyes de nuestra Santa Madre Iglesia-

-Mire la prole su Señoría, observe como se retuercen de inanición, vea como se tambalean de hambre, andan como borrachos de tanto ayuno, que es lo que gusta al Padre celestial; pero no, son ambiciosos, quieren mejores salarios, comer aunque sea algo, como si lo merecieran-

-Que no les alcanza... ¡reclaman!. Tan hermoso que es el ayuno, tan benéfica que es la abstinencia, tan alegre que es el ascetismo y aleccionadora la pobreza-

-Deberían estar cantando alabanzas al Señor y agradeciendo eternamente, porque de ellos y solo de ellos, será el reino de Dios-.

-Son ellos los que están perdiendo la buena venturanza que el Señor les ha prometido ¡déjelos, allá ellos!

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