martes, 16 de septiembre de 2014

RENCORES (Perder la importancia personal)



RENCORES
(Perder la importancia personal)

El rencor no lo dejaba tranquilo, los frustrados deseos de venganza lo estrangulaban día y noche. Permanentemente llegaban en oleadas malos recuerdos de las ofensas recibidas, siempre lo acechaban esas memorias donde había sido herido con desprecios, con insultos, con abusos, con traiciones.

Por las madrugadas se revolcaba en su lecho, lleno de angustia, por no haber estrangulado ¡a esos cerdos que lo habían desafiado! El odio era destilado toda la mañana, cómo le hubiera deleitado cortarle el cuello a ese altanero que se había atrevido a gritarle, se arrepentía mil veces de no haberle sacado los ojos con un pica hielo, o por no haberle abierto el vientre a puñaladas, o por no haberlo pateado hasta matarlo.

Se retorcía de rabia solo de traer a la memoria aquellas escenas en las que se había aguantado en silencio, en las que había claudicado su dignidad frente a la alevosía del enemigo. Cómo se lamentaba en su soledad, por no haberle reventado el cráneo de un batazo o no haberle metido el cañón de su revolver en la boca a ese insolente. Lo atormentaba la impotencia, hubiera querido regresar el tiempo y plantarle una bofetada.

Ahí guardaba aquellas reflexiones nefastas para revivirlas a cada instante, se doblaba de repugnancia por haber permitido que ese mequetrefe lo hubiera ultrajado, no soportaba aquella humillación pasada, cuando subía,  bajaba, iba, o venía, ahí estaba el deseo de exterminar ese sujeto que le había ninguneado y despreciado.

El tiempo pasaba, las horas, los días, las semanas, los meses, los años y aquellas escenas continuaban vivas, vigentes, prendidas ¿Cómo olvidarlas?
Él las alimentaba, las sacaba de los escombros del pasado para enmarcarlas y colgarlas a su vista, las hacía recurrentes.

Reciclaba las imágenes tortuosas con cierta intermitencia, regresaban a golpearlo, a estremecerlo de ira, se revolvía de furia al recordar aquellos atropellos de los que había sido víctima y que tuvo que tolerar, para no dejar salir la bestia que palpita en su interior.

Encolerizado seguía batiendo la bilis en sus entrañas, subía la adrenalina a niveles insoportables, casi explotaba, hubiera querido regresar el tiempo y estallar contra aquellos que osaron  provocarlo.


En él no cabe el perdón, ni la tolerancia, es un asesino en potencia, su memoria no cesa de recordarle la deuda pendiente que su sangre exige cobrar.  Quisiera  no sentir ese odio, apagar esas ganas de venganza, está harto, su mecha es corta, la violencia la respira en cada una de sus células.

Haberse quedado con las ganas reprimidas, le hacia daño, su naturaleza violenta le aconsejaba vomitar fuego sobre los infractores, esos bellacos irreverentes; quería escupir lava sobre aquellos que le habían perdido el respeto, para escarmentarlos con una fulminante respuesta.

Esto le enfermaba gravemente: el rencor, el odio, la venganza, el resentimiento le dañaban más que cualquier virus, bacteria o microbio; le restaban energía, le quitaban alegría, le obnubilaban el pensamiento libre y creativo, lo cargaban de sórdida inutilidad; el secreto que le fue revelado para solucionar su caso: perder la importancia personal.  
  

     

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