martes, 16 de septiembre de 2014

EL RECLUTA * (Un cuento)



EL  RECLUTA  *    (Un cuento)

Cuando no solo se nos cierran las puertas a toda salida digna, sino también las ventanas desde donde un poco de luz pueda iluminar la densa oscuridad  de la miseria en que sobrevivimos; cualquier alternativa es buena, cualquier opción es viable.

Semanas completas pasamos haciendo cola desde la alborada para ser tomados en cuenta en la reja de la planta, temblando de frío nos miramos como contrincantes, casi como enemigos, estos contingentes de desempleados arremolinados a las afueras de la fábrica.

Nos vemos con cierto recelo, en el fondo, cada uno pensamos: ojalá este ya no regrese mañana, entre menos seamos, más chance hay; pero de nuevo sonó la sirena anunciando el cambio de turno, lo que se traduce en que se cerraron las contrataciones por hoy, solo quince habían sido admitidos, éramos como cuatrocientos.

Todos nos encogimos de hombros, era la costumbre, un día más de esperanza perdida, el frío no mermaba, se nos había instalado entre los huesos, algunos compañeros apenas vestían delgadas chamarras de popelina, con viejos remiendos o con agujeros por donde asomaban hebras interiores o la carne viva.

Alrededor de la fila se apostaban carretillas y puestos ofreciendo café caliente, atole, gorditas, tamales, elotes y hasta menudo para los que todavía alzaban una feria en sus morrales o quien traía para empeñar sus últimos tesoros como: navajas, radios, esclavas, anillos o relojes.

La mayoría regresamos a pata, un camión cobra casi la tercera parte del salario mínimo, que con suerte hubiéramos cobrado.  Al lado de la carretera avanzamos como sombras silenciosas, otros se metieron entre los mezquites y  los matorrales para ganar para los cerros a llorar de hambre, no queda de otra.

Al llegar derrotado al cantón, el reclamo de los críos no se deja esperar, el reproche de la mujer se mete al fondo del alma, la alacena está vacía, ya ni las cucarachas encuentran sustento bajo el comal, la luz está cortada, del glifo no sale una sola gota de agua, solo está la leña que trajo Benito el sábado, el dueño de la vecindad amenaza con echarnos a la calle con todo y chivas, dijo, si no pagamos la renta.

Compartimos la vivienda con mis suegros, mis cuñadas también lavan ajeno, la pobre de Ramira está enferma del pulmón de tanto inclinarse para tallar lo percudido, Eusebia se queja de los riñones, pero la medicina es cara, nada más la veo como contorsiona la boca de dolor y me hago pato.

El tío Leandro se la juega merodeando en los basureros, husmeando los desperdicios de la central de abastos, para saciar al menos a los nietos más pequeños. Los jóvenes han salido a las calles a botear por sus hazañas circenses, aprendieron malabares, se pintan el cuerpo encuerado con barniz plateado, la cara de payaso; aquí en este callejón ensayan maromas y piruetas, para luego recorrer las esquinas con sus números de lástima.

La tía Ambrosia se atrevió a convertirse en traga fuegos, trae su botella llena de diesel, dos antorchas, una caja de cerillos y un trapo nauseabundo  para apagar su aliento de dragón.

El oficio lo aprendió de Epaminondas, su marido, del que enviudó el año ante-pasado, cuando éste murió de cáncer en los bronquios.

Nos acostamos con el estómago vacío ante el reclamo de las tripas que piden pan retorciéndose, los chamacos tienen hartas lombrices, a ratos me dan ganas de extraerlas de entre la diarrea y freírlas, aunque sea en aceite quemado, para hacerme unos tacos de angulas, es sólo una fantasía absurda que la necesidad me provoca.

La noche se vino encima desde temprano, las pilas del radio están muy bajas, la música se oye muy débil, tiene uno que andar adivinando qué hora dijeron, mañana es al rato y quiero llegar primero, antes que toda la raza, a ver si así se fija en mí el capataz, ya le mandé decir que le daré mi primera paga si me elige.

Así pasan los días, peor no puede haber, el frío arrecia en la madrugada, hay que caminar kilómetros antes de llegar a la zona industrial, repleta de chimeneas, tráileres,  silbatos, sirenas y humo.

Don Jacinto el de la tiendita nos ha fiado el café, el azúcar, las tortillas y el frijol; también le debo un kilo de blanquillo de la semana pasada, pero ya nos previno que no puede fiarnos más, le dijo a mi chata que si no le pago lo que le debo, me acusará con los gendarmes.

Para salir del paso, a veces me voy a la presa, que una mojarrita, que una carpita, mi señora la sabe guisar con epazote, en veces con verdolagas o con quelites del campo, también consigo pencas de nopal con las que matamos el ayuno forzoso.

Cuando de plano el hambre nos corroe, nos vamos a la caza de conguitas y palomas, esas están bien alimentadas en plazas y jardines, hemos comido hasta gallaretas y gansos de los estanques del parque, mi tía Lorenza los prepara en chipotle.

Después de no sé cuántos meses, por fin me aceptan en otra fábrica, estoy feliz, el trabajo es arduo, estoy de cargador, nos pasamos toda la noche y parte del día subiendo y bajando cajas, las acomodamos en esos contenedores, nos vigilan con cámaras y perros, como si fuéramos presidiarios, no hay descanso.

El día de pago, el policía me mira de reojo como para que no me escape sin darle lo prometido; pero soy hombre de palabra, le entrego completita mi raya, otros hacen lo mismo; ingenuo de mí que creí que me iría dar una propina, de perdido las gracias, pero ¡nada!

El Domingo día de descanso, me voy con Abundio a un jale, se trata de un colado y ahí andamos, acarreando botes de cemento para el techo de su primo, al final nos convidan un pulque, allá en la comunidad de Delicias y allá vamos todos los albañiles montados en las redilas de un camión.

Echando el trago nos reímos, a ratos cantamos al son que toca la rokola del ranchito, de pronto llegan cuatro camionetas de lujo que se estacionan merito enfrente de donde saboreábamos la pulcata.

Vienen en grupo, parecen militares pero sin uniforme, unos con guaripas, otros con cachuchas y botas cazadoras, son jóvenes casi todos, el más mayor toma asiento en el centro de una palapa y hace señales para que los muchachos se distribuyan entre la concurrencia de la que Abundio y yo formamos parte.

En ese momento me doy cuenta que todos portan armas al cinto, unos además, metralletas al hombro, uno de ellos se dirige hacia nosotros, nos enfoca con una mirada amistosa, nos interroga: - que -  ¿de dónde somos, qué en qué chambeamos, qué si somos de aquí?- ; luego de responder  a sus preguntas, nos invita la mesa del jefe que permanece sentado bajo la sombra de la palapa, entre los encinos.

Allá nos arrimamos, no sea que se vayan a sentir desairados y se les escape un tiro de gracia, así que nos acercamos frente al señor que con las manos nos indica que nos sentemos a su rededor, luego nos pregunta - ¿qué quieren tomar? – yo otro curado, Abundio lo mismo, otros convidados piden cerveza, a todos sirven carnitas, tortillas y salsa.

El señor ríe, hace bromas con sus hombres y al cabo de media hora, estando relajados y en confianza, nos suelta el negocio:

-Miren muchachos se trata de una propuesta de trabajo que los sacará de pobres, nunca más habrán de penar por no traer lana en la bolsa, el tiempo de hambre habrá quedado atrás, de aquí en adelante sus hijos andarán bien comidos, no andrajosos, sus viejas elegantes y satisfechas, ya no dormirán entre petates terregosos ni expuestos a piojos y chinches, tendrán agua caliente, luz y gas todo el santo día, podrán pagar la renta por adelantado y si se empeñan en la chamba podrán hacerse hasta de su ¡propia casa!    
  
-¿De qué se trata señor? – le pregunté ¡dígame!, yo si le entro, creo en usted, explique ¿qué hay que hacer?

-Solo integrarse a nuestro grupo, cumplir mis órdenes al pie de la letra, participar en los operativos que les indique, no tentarse el corazón, manejar las armas que les demos y estar siempre alertas a mi voz.

-No olvidar jamás y por ningún motivo que la traición se paga con la vida, no solo la de ustedes, también la de su familia; deben ser leales sin  condición y por ningún motivo delatar a este equipo, así que bajo advertencia no hay perdón.

-El trabajo es peligroso, hay mucho riesgo, diario se estarán jugando el pellejo, aquí no hay piedad ni misericordia para con nuestros enemigos, ni clemencia para las víctimas, habrá que obrar con sigilo, en la clandestinidad, obrar con suma discreción, no hablar de más, ni con amigos ni parientes, ni vecinos; nadie debe saber: ni dónde, ni en qué, ni con quién trabajan, ni menos qué hacen; una vez entrando, solo con la muerte podrán salir.

Así que aquí están sobre la mesa las cartas, decidan si aceptan o no en este momento; mañana a las 7 a.m, vendrá un convoy para llevarlos a su instrucción y en una semana estarán preparados para su primer misión, donde demostrarán su valor y osadía ¡por hoy ha sido todo!

El señor dijo algo a uno de sus ayudantes y éste nos dio a cada uno de los que aceptamos, un fajo de billetes ¡yo nunca había sido tan feliz!
Salieron las camionetas del ranchito dejando atrás la polvareda.
Mañana empezaré una nueva vida, no soy ingenuo, ya me imagino en lo que me estoy metiendo, pero también de la pinche vida de la que estoy saliendo.             
  
              

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