CALMA MORTIS *
¿Qué es
el hombre sino acumulación de recuerdos en la memoria? Capricho de aferrarse a
los sucesos muertos de su historia personal, tan efímera, como el soplo del
viento.
Han
pasado los años, los tiempos jóvenes quedaron anquilosados en el génesis; los
primeros días, sumergidos en las profundidades del mar inconsciente de la nada.
Revueltos
los acontecimientos en la vorágine del cotidiano existir, sobreviven
fortuitamente, guiados por el instinto.
La
cumbre de la edad llega, transcurre la vida entre lágrimas y risas, entre
gritos y sombrerazos, entre éxitos y fracasos, poco a poco los olvidos se van
juntando, van ensanchando sus líneas, los espacios antes radiantes de sucesos,
hoy se llenan de lagunas.
La mente
senil agotada, se refugia en los achaques, las palabras pierden su filo, las
ideas se diluyen, las frases se confunden, las anécdotas se tergiversan, los
recuerdos se desdibujan, las cosas se distorsionan, la torpeza se mete entre
las piernas, la memoria parpadea, las heridas callan, las aspiraciones se
evaporan.
En su
afán de sobrevivir, insiste insatisfecho, se prende con sus garras quebradas en
el pretil de la existencia, intentando recuperar el tiempo perdido, ahí se
detiene en los umbrales del abismo, se resiste a dejar de ser, a abandonar el
mundo que lo acogió casualmente; inútil su intento de llevar consigo: honores,
medallas, colguijes, premios y distinciones; pero sobretodo sus memorias ya
casi por completo diluidas, día con día, cada vez más extraviadas en el
laberinto en que se han convertido, sus neuronas.
Le
prometieron otra vida, la inmortalidad del alma, la trascendencia eterna, la
permanencia celestial, el premio del sumiso, el tesoro del abnegado, la purga
para el renegado o el infierno para el ateo.
Lo
amenazaron, lo amedrentaron, lo culparon del crimen de la razón pura, del
pecado de la desobediencia, del delito de la rebeldía, del error de su orgullo,
de lo imperdonable de su soberbia, de su deleznable vanidad y de mil faltas
más.
Por eso
tiembla de pánico ante la inminente pérdida de su imagen, de sus ya derrumbados
recuerdos; no, ya no quiere reencarnar, repetir, volver a existir; ahora
desecha toda atadura, al diablo las cadenas del tiempo, lo que fue ¡está
muerto!
Se van
apagando las luces; dendritas, axones y trasmisores se han ido fundiendo; las
conexiones oxidadas se resquebrajan, las imágenes simbólicas se desprenden, los
significados se colapsan.
Temeroso
el hombre, ha sido despojado de su
pasajera identidad, aún no se detiene su corazón, todavía laten sus arterias,
el oxígeno circula agónicamente por su sangre, está descerebrado, no genera más
pensamientos, no hay ya remembranzas, no hay imágenes que invocar, solo sigue
necio su aliento en señal de resistencia, por fin se rinde, se sumerge en la
infinita eternidad para hallar la calma mortis.
Desaparece,
se diluye, deja de ser entelequia, no
pretende siquiera flotar despreocupado en el éter, sino quedar tan inexistente
como antes de ser concebido.
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