martes, 16 de septiembre de 2014

CALMA MORTIS *



CALMA  MORTIS *

¿Qué es el hombre sino acumulación de recuerdos en la memoria? Capricho de aferrarse a los sucesos muertos de su historia personal, tan efímera, como el soplo del viento.

Han pasado los años, los tiempos jóvenes quedaron anquilosados en el génesis; los primeros días, sumergidos en las profundidades del mar inconsciente de la nada.

Revueltos los acontecimientos en la vorágine del cotidiano existir, sobreviven fortuitamente, guiados por el instinto.

La cumbre de la edad llega, transcurre la vida entre lágrimas y risas, entre gritos y sombrerazos, entre éxitos y fracasos, poco a poco los olvidos se van juntando, van ensanchando sus líneas, los espacios antes radiantes de sucesos, hoy se llenan de lagunas.

La mente senil agotada, se refugia en los achaques, las palabras pierden su filo, las ideas se diluyen, las frases se confunden, las anécdotas se tergiversan, los recuerdos se desdibujan, las cosas se distorsionan, la torpeza se mete entre las piernas, la memoria parpadea, las heridas callan, las aspiraciones se evaporan.

En su afán de sobrevivir, insiste insatisfecho, se prende con sus garras quebradas en el pretil de la existencia, intentando recuperar el tiempo perdido, ahí se detiene en los umbrales del abismo, se resiste a dejar de ser, a abandonar el mundo que lo acogió casualmente; inútil su intento de llevar consigo: honores, medallas, colguijes, premios y distinciones; pero sobretodo sus memorias ya casi por completo diluidas, día con día, cada vez más extraviadas en el laberinto en que se han convertido, sus neuronas.

Le prometieron otra vida, la inmortalidad del alma, la trascendencia eterna, la permanencia celestial, el premio del sumiso, el tesoro del abnegado, la purga para el renegado o el infierno para el ateo.

Lo amenazaron, lo amedrentaron, lo culparon del crimen de la razón pura, del pecado de la desobediencia, del delito de la rebeldía, del error de su orgullo, de lo imperdonable de su soberbia, de su deleznable vanidad y de mil faltas más.

Por eso tiembla de pánico ante la inminente pérdida de su imagen, de sus ya derrumbados recuerdos; no, ya no quiere reencarnar, repetir, volver a existir; ahora desecha toda atadura, al diablo las cadenas del tiempo, lo que fue ¡está muerto!

Se van apagando las luces; dendritas, axones y trasmisores se han ido fundiendo; las conexiones oxidadas se resquebrajan, las imágenes simbólicas se desprenden, los significados se colapsan.

Temeroso el hombre,  ha sido despojado de su pasajera identidad, aún no se detiene su corazón, todavía laten sus arterias, el oxígeno circula agónicamente por su sangre, está descerebrado, no genera más pensamientos, no hay ya remembranzas, no hay imágenes que invocar, solo sigue necio su aliento en señal de resistencia, por fin se rinde, se sumerge en la infinita eternidad para hallar la calma mortis.

Desaparece, se diluye, deja de ser  entelequia, no pretende siquiera flotar despreocupado en el éter, sino quedar tan inexistente como antes de ser concebido.              

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