PONCIO
Qué
placer dejar de ser uno mismo, la inmensa felicidad de transformar la esencia que
nos encadena al pasado lleno de traumas, de engramas que atoran, que anclan e
impiden el vuelo.
Escapar
del laberinto de la soledad, huir del calabozo donde sobrevivimos recluidos,
salir del cadalso en el que nos refugiamos, ver la luz que resplandece allá en
lontananza, en la orilla donde palpitan los amores.
Vístete
de arlequín, de franciscano, de coyote, de vampiro, de príncipe, de brujo, de
torero, de romano, de cadete o de astronauta; intenta salir de ese estuche
cansado y caduco.
Disfruta
ser otro, envuélvete en una túnica griega, colócate un casco espartano,
escóndete tras un antifaz carnavalesco, cúbrete con un escudo egipcio, ve a
través del cristal.
Actúa
como Ulises, seduce como Romeo, cabalga como Don Quijote, pelea como Aquiles,
navega como Colón, dibuja como Leonardo, compón como Beethoven, escribe como
Dante, imagina como Disney, piensa como Sócrates, conquista como Alejandro, juega
como Pelé, canta como Caruso, protesta como Lutero, aconseja como Maquiavelo, predica
como Jesús, dramatiza como Shakespeare, estudia como Kepler, maneja como
Fitipaldi, encesta como Jourdan, pinta como Van Gog, gobierna como Pericles y
lávate las manos como Pilatos.
Sacude
esa tu imagen que nadie percibe, esa que cargas y muestras a nadie avergonzado en la obscuridad de la noche,
desgarra tus trapos, tíralos por la borda, desnúdate en el desierto, encuentra
tu sombra bajo la almohada de tus sueños, descubre al verdugo, mira al
guerrero, siente al mago, toma la espada del gladiador y aventúrate en selvas y
bosques.
Juega al
espía, lanza un strike, da jaque mate al rey, no te retraigas, dispárate al
tiempo; revuélcate con María, con Julieta, con Sandra o con Eulalia, hazlas
sentir el hechizo de tus brazos y luego lávate las manos como Poncio.
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