SUEÑO EQUINO
En medio
de la manada de caballos salvajes yo montaba un hermoso corcel, a todo galope ascendíamos y bajábamos
colinas. Veredas y senderos eran la pista sobre la que, al viento, arrancábamos
sus caricias.
Bosques
y estepas se sucedían, riachuelos y frondosidades quedaban atrás para entrar en
los llanos donde flores y mariposas
confundían colores, aromas y
sabores de la mente.
Casi
volábamos alegres y enteros entre las rocas de inmensos acantilados, las
bestias alargaban sus cuerpos para
alcanzar las curvas entrando a la pradera.
Llegamos
a la zona lacustre donde el fango salpica de pantano las ancas de mi poderoso
alazán, sus patas están cubiertas de lodo, manchada la crin de aquellas
verduzcas algas nos deslizamos dentro de la poza.
Intenté frenarlo,
alcé su cuello, jalé las riendas; pero mi equino seguía hundiéndose en las posas
inefables de aquel lodazal que como ventosa nos absorbía.
Desmonté
de un salto y alcancé la orilla, perplejos los demás potros observaban nuestra
lucha, mi noble animal me miraba suplicante, estiré la rienda lo más que pude
para evitar perderlo, pero se sumergió en la negrura del pantano.
Con toda
mi alma jalaba la reata, gasté mis últimas fuerzas en el empeño para salvar mi
noble caballo, lo saqué de aquellas profundidades inimaginables como un
pescador a su anzuelo, la cuerda quedó enredada entre mis brazos, lo había
rescatado de aquel naufragio inmundo, pero en la punta no estaba mi compañero,
sino algo como un cangrejo blanquecino que me veía con ojos agradecidos, una
especie de molusco transfigurado, pegajosa concha lo cubría.
Lo salvé
prendiéndole en mi hombro, acaricié con ternura su blanda piel, sus tenazas se
prendieron de mi casaca agradecido y aquí lo cargo tembloroso por el susto,
juntos palpitamos en silencio para resucitar entre la noche dormilona.
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