jueves, 25 de septiembre de 2014

EL AGUJERO



EL  AGUJERO

El hoyo se ensanchaba cada vez más, un torrente de agua gigantesco penetraba dentro del fondo de la nave, algo había impactado la eslora del buque ¿un torpedo, un arrecife? No lo sabía, pero velozmente se inundaba el interior.
Al notarlo el Contramaestre parpadeó unos instantes, como para cerciorarse de estar despierto, las calderas pronto quedaron sumergidas dentro de las turbulentas aguas; turbinas, válvulas, tableros, cables y fusibles se perdieron de vista.
Arrancó desesperado a subir el switch de alarma general, pero fue inútil, la corriente penetraba furiosa ¿Podría él solo cerrar la enorme compuerta que hubiera sellado el compartimento de motores? Lo intentó denodadamente, pero estaba trabada, la aseguraba secreta combinación, necesitaría ayuda con urgencia; subió las escaleras como de rayo, pasó por los diferentes niveles hasta llegar a la plataforma superficial del navío.
Allá arriba todo era jolgorio, pasajeros y tripulación departían festejando y glorificando aquel recreativo paseo marino, bailando, cantando y brindando a carcajada batiente; gritó con fuerza inusitada sobre el peligro inminente, nadie le prestó atención, ni siquiera lo tomaron en cuenta.
Corrió por pasillos y terrazas, se metió entre la gente, apartando codos, hombros y rodillas, dando alaridos de alerta;  parecían sordos, idos o borrachos, nadie atendía sus berridos de advertencia.
Desde el puente de proa vio al Almirante que pronunciaba un discurso, para él ininteligible, escabulléndose entre la multitud se acercó agitando los brazos, pero lo silenciaron con amenazas, puños y sogas; los labios del Capitán enfatizaban los logros de la travesía y la fortaleza del trasatlántico.
Larga perorata que exaltaba las cualidades del viaje, aglomerados marineros y turistas, escuchaban con cuidado las palabras del Almirante que se desplazaba entre peldaños y descansos de aquella fabulosa estructura de acero que, hasta entonces,  flotaba sobre un mar sereno e inconmensurable.
-¡Capitán! ¡Por favor!  ¡Escúcheme! ¡Óigame! ¡Hágame caso! – gritaba desaforado hasta desgañitarse; pero nadie se dignaba siquiera  verlo, todos ahí, enfocaban su atención en las dulces palabras de la voz del Almirante, Capitán del buque.
Trepaba en mástiles, abría ventanas y puertas, se asomaba en salones y recintos, zarandeaba pasajeros, sacudía oficiales, se arrodillaba frente a mecánicos, suplicaba a marineros; pero todos estaban absortos en las hipnóticas voces del Capitán, mismas que también se dejaban oír por las bocinas; lo hacían a un lado a empujones.
-¡Cállate, no interrumpas, deja oír lo que dice el Capitán!                   

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