martes, 16 de septiembre de 2014

ATOLONDRADO



ATOLONDRADO

Quiero ahogarme en ese vaso de agua y si no, encontrar en cada guijarro un pretexto para desencadenar mi furia contenida, me erizo de rabia contra esos lejanos cerros, me hace enojar el polvo que cae durante las tolvaneras de Febrero, me dan ganas de estrangular las moscas que aletean erráticas en el verano, esas cucarachas que se ocultan en rincones y bajo muebles me hacen hacer mohínas clandestinas.

Furioso me pongo con los fríos decembrinos y peor me enervan las heladas del año nuevo, el sonido que emerge de esas estúpidas bocinas me altera los nervios. Cuando veo todos esos papeles desordenados, de contenidos insulsos, se me crispa la sangre, todo ese desorden producen en mí, un odio indescriptible.

Los malditos recuerdos me restriegan en las sienes derrotas y frustraciones y hacen que mi ira estalle, ganas me dan de acabar con cuanto obstáculo se interponga en mi camino, reclamo contar con un fusil para ametrallar al tiempo con fuego mortal. Asco y vómito me causa el clima de indiferencia que reina en las calles, el horizonte despreciable parece huir de mi mirada atónita, odio con todo mi ser el espacio que separa a las estrellas del cielo.

Encuentro esta materia de la que están hechas las cosas, repugnante; la gravedad me ofende, la vida me insulta, la existencia me caga; ganas me dan de torcerles el cuello a todos los santos y patearles la crisma a los querubines.

¡Qué molesto es soportar esta certeza! Cada vez que tropiezo con esa solera, me acuerdo de Cristo y cada vez que veo al papa me da hipo. El dolor apesta, el color revienta, el pudor aísla. Quiero cambiarme de especie, ser un cocodrilo, un alicante, un virus, un tejón o ya de perdida, un cacahuate.

Salir como humo por esa chimenea, ser una braza candente de la hoguera o las chispas que saltan del cráter de un volcán eructando, diluirme entre la atmósfera de un planeta deshabitado, tal vez sentarme en la luna a esperar la llegada de la noche.

Me gustaría ser la burbuja que se infla cuando el sapo bosteza o ser testigo de alguna escena del carbonífero, allá cuando ni el pro-cónsul había aparecido.  Estoy así, atolondrado, rejego, pusilánime y abstracto, como el párpado de ese camaleón que viene cojeando por el sendero.  

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