ATOLONDRADO
Quiero
ahogarme en ese vaso de agua y si no, encontrar en cada guijarro un pretexto
para desencadenar mi furia contenida, me erizo de rabia contra esos lejanos
cerros, me hace enojar el polvo que cae durante las tolvaneras de Febrero, me
dan ganas de estrangular las moscas que aletean erráticas en el verano, esas
cucarachas que se ocultan en rincones y bajo muebles me hacen hacer mohínas clandestinas.
Furioso
me pongo con los fríos decembrinos y peor me enervan las heladas del año nuevo,
el sonido que emerge de esas estúpidas bocinas me altera los nervios. Cuando
veo todos esos papeles desordenados, de contenidos insulsos, se me crispa la
sangre, todo ese desorden producen en mí, un odio indescriptible.
Los
malditos recuerdos me restriegan en las sienes derrotas y frustraciones y hacen
que mi ira estalle, ganas me dan de acabar con cuanto obstáculo se interponga
en mi camino, reclamo contar con un fusil para ametrallar al tiempo con fuego
mortal. Asco y vómito me causa el clima de indiferencia que reina en las
calles, el horizonte despreciable parece huir de mi mirada atónita, odio con
todo mi ser el espacio que separa a las estrellas del cielo.
Encuentro
esta materia de la que están hechas las cosas, repugnante; la gravedad me
ofende, la vida me insulta, la existencia me caga; ganas me dan de torcerles el
cuello a todos los santos y patearles la crisma a los querubines.
¡Qué
molesto es soportar esta certeza! Cada vez que tropiezo con esa solera, me
acuerdo de Cristo y cada vez que veo al papa me da hipo. El dolor apesta, el
color revienta, el pudor aísla. Quiero cambiarme de especie, ser un cocodrilo,
un alicante, un virus, un tejón o ya de perdida, un cacahuate.
Salir
como humo por esa chimenea, ser una braza candente de la hoguera o las chispas
que saltan del cráter de un volcán eructando, diluirme entre la atmósfera de un
planeta deshabitado, tal vez sentarme en la luna a esperar la llegada de la
noche.
Me
gustaría ser la burbuja que se infla cuando el sapo bosteza o ser testigo de
alguna escena del carbonífero, allá cuando ni el pro-cónsul había
aparecido. Estoy así, atolondrado,
rejego, pusilánime y abstracto, como el párpado de ese camaleón que viene
cojeando por el sendero.
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