MASOK
Toda su
vida había estado acostumbrado a malos tratos, siempre había sido
menospreciado, humillado, golpeado y humillado; lo habían sacado a empujones de
la Iglesia, a patadas lo expulsaron de la escuela donde era víctima de mofas y
gargajos; a cachetada limpia lo habían educado, a garrotazos lo habían enseñado
a callar, a bofetadas corregían la mínima de sus faltas, a fuetazos enmendaban sus
errores, los insultos y las ofensas eran su pan de cada día.
Por
divertirse las pandillas del barrio donde creció, lo arrastraban atado con
alambre de púas, lo aventaban a pozos y desde arriba le arrojaban piedras,
petróleo y cerillos encendidos.
Cuando niño,
su abuela le jalaba las orejas a tal grado que le arrancaba pedazos del pabellón,
sus tíos lo zarandeaban cada vez que se acercaba a saludarlos, el padre le
escupía el rostro cuando pedía su bendición, estaba chimuelo de tanto trancazo
que le propinaban “sus amigos”, era
sujeto de las bromas más pesadas imaginables, lo obligaban a comer basura,
hormigas, alacranes, vidrio, orines y excremento.
A
puñetazos le apagaban los ojos, tenía por todos lados cicatrices, producto de
los martirios y torturas, mil veces le apagaron cigarros encendidos en los
parpados.
Cuando
fue salvado de aquellas paupérrimas condiciones, escapó para volver a ofrecer su sufrido rostro a manos de sus
verdugos, ya no toleraba el buen trato.
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