lunes, 28 de septiembre de 2015

JUVENTUD



JUVENTUD

Hace “apenas” cincuenta años la juventud harta y enardecida de la putrefacta civilización que le había tocado padecer, civilización que fue capaz de generar la barbarie de dos guerras mundiales y de continuar todavía provocando guerra tras guerra de manera interminable, experta en destruir y fomentar el odio ente los hombres al ponerlos a competir, avezada en llevar miseria   a continentes enteros después de saquearlos y capaz de esclavizar al ser humano al mercado.
La juventud de hoy parece haber claudicado definitivamente de su esencia revolucionaria,  es presa absoluta del sistema que sutilmente la oprime, la embauca y la hipnotiza en su vorágine consumista.
Aquella juventud de los años sesenta que protestaba y manifestaba su desacuerdo con la forma de vida ofrecida por el capitalismo, donde la competencia y la productividad son diosas, ha muerto, se encuentra en asilos o en clínicas mentales excomulgada; otros miembros de aquella heroica generación, se incorporaron al régimen que los reprimía, tal vez con la ingenua convicción de cambiar las cosas desde dentro o tal vez porque sus convicciones no eran los suficientemente sólidas y profundas; flaquearon ante la tentación del perdón y  ante el premio del confort por la sumisión.  
Aquellos jóvenes, hoy ya viejos, eran guiados por filósofos socialistas de la vanguardia revolucionaria, tenían fe en transformar el mundo, creían que las utopías no estaban tan lejos, que era posible cristalizar los ideales, para librar al hombre de la voracidad insaciable de la economía capitalista industrial y permitirle escapar de la enajenación que le convierte en  una vil mercancía.
Aquella juventud activista estaba esperanzada en curar al individuo de una civilización enferma de violencia, que en vez de incursionar en el objeto profundo, le ofrece como carnada satisfacciones triviales, superficiales; que permiten a la industria ramificar y acumular beneficios al sistema de dominación, perpetuándose así hasta el día de hoy.
La propia clase obrera ha sido vinculada al sistema, en lugar de rechazarlo; un modelo totalmente irracional en sus despilfarros, que destruye  la naturaleza y que está ausente de finalidad humana.
Hoy la clase proletaria considera la pantalla y el automóvil el verdadero objeto de su aspiración profunda, cayendo así en la trampa que le tiende el capitalismo opulento, susceptible de adaptarse a todo intento de reclamo social, con su discurso nacionalista.
La juventud de hoy parece haber renunciado para siempre a la preocupación de transformar el mundo, quedó rendida ante los espejos y los cantos de las sirenas que orquesta el sistema; el nacionalismo es exacerbado en torneos, competencias y campeonatos deportivos, que hacen a los ganadores, ídolos de las masas fanáticas del triunfo.
La idea del hombre universal duerme sepultada entre el ajetreo publicitario de la vida frívola que la mayor parte de la juventud paladea sin consciencia. De aquella juventud revolucionaria internacional, existe un vínculo con una valiente generación de jóvenes que han aparecido en las normales de Guerrero, que tiene su rostro en los estudiantes de Ayotzinapa.                    

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