JUVENTUD
Hace
“apenas” cincuenta años la juventud harta y enardecida de la putrefacta civilización
que le había tocado padecer, civilización que fue capaz de generar la barbarie
de dos guerras mundiales y de continuar todavía provocando guerra tras guerra
de manera interminable, experta en destruir y fomentar el odio ente los hombres
al ponerlos a competir, avezada en llevar miseria a continentes enteros después de saquearlos y
capaz de esclavizar al ser humano al mercado.
La
juventud de hoy parece haber claudicado definitivamente de su esencia
revolucionaria, es presa absoluta del
sistema que sutilmente la oprime, la embauca y la hipnotiza en su vorágine
consumista.
Aquella
juventud de los años sesenta que protestaba y manifestaba su desacuerdo con la
forma de vida ofrecida por el capitalismo, donde la competencia y la
productividad son diosas, ha muerto, se encuentra en asilos o en clínicas
mentales excomulgada; otros miembros de aquella heroica generación, se
incorporaron al régimen que los reprimía, tal vez con la ingenua convicción de
cambiar las cosas desde dentro o tal vez porque sus convicciones no eran los
suficientemente sólidas y profundas; flaquearon ante la tentación del perdón
y ante el premio del confort por la
sumisión.
Aquellos
jóvenes, hoy ya viejos, eran guiados por filósofos socialistas de la vanguardia
revolucionaria, tenían fe en transformar el mundo, creían que las utopías no
estaban tan lejos, que era posible cristalizar los ideales, para librar al
hombre de la voracidad insaciable de la economía capitalista industrial y
permitirle escapar de la enajenación que le convierte en una vil mercancía.
Aquella
juventud activista estaba esperanzada en curar al individuo de una civilización
enferma de violencia, que en vez de incursionar en el objeto profundo, le
ofrece como carnada satisfacciones triviales, superficiales; que permiten a la
industria ramificar y acumular beneficios al sistema de dominación,
perpetuándose así hasta el día de hoy.
La
propia clase obrera ha sido vinculada al sistema, en lugar de rechazarlo; un
modelo totalmente irracional en sus despilfarros, que destruye la naturaleza y que está ausente de finalidad
humana.
Hoy
la clase proletaria considera la pantalla y el automóvil el verdadero objeto de
su aspiración profunda, cayendo así en la trampa que le tiende el capitalismo
opulento, susceptible de adaptarse a todo intento de reclamo social, con su
discurso nacionalista.
La
juventud de hoy parece haber renunciado para siempre a la preocupación de
transformar el mundo, quedó rendida ante los espejos y los cantos de las
sirenas que orquesta el sistema; el nacionalismo es exacerbado en torneos, competencias
y campeonatos deportivos, que hacen a los ganadores, ídolos de las masas
fanáticas del triunfo.
La
idea del hombre universal duerme sepultada entre el ajetreo publicitario de la
vida frívola que la mayor parte de la juventud paladea sin consciencia.
De aquella juventud revolucionaria internacional, existe un vínculo con una
valiente generación de jóvenes que han aparecido en las normales de Guerrero,
que tiene su rostro en los estudiantes de Ayotzinapa.
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