lunes, 28 de septiembre de 2015

CLEOFAS (el desempleado)



CLEOFAS  ( el desempleado)

Hice la parada al colectivo sin tener suerte, cuando la vi pasar no cabía un alfiler adentro, el tiempo apremia –pensé – no obstante, rápido caminé unas cuadras, a la cuarta esquina y después de cruzar densas capas de humo, soportando con estoicismo indescriptible, ruidos y explosiones, me detuve bajo la sombra del andén.

Ahí esperé ansioso la llegada de algún transporte que me llevara a la próxima estación del metro, finalmente hizo su arribo una pesera de la que salió un ejercito de proletarios,  aún en movimiento se abrió la puerta corrediza, apenas había dado la primera zancada, cuando un tumulto humano me sobrepasó, ocupando velozmente  los pocos asientos que habían quedado libres.

Todavía no había cerrado bien la puerta cuando el chofer enfiló hacia el semáforo, todos nos sacudimos en el fuerte arrancón, una señora se vino encima de mí, con todo y su canasta de muéganos, como este que traigo embarrado en el sobaco, yo me fui de bruces contra un anciano de ralo bigote al que aplasté su guaripa con el codo, me miró irritado y entre los labios blasfemó una maldición, yo supuse sería para el chofer a fin de evitar estériles enfrentamientos.

La frenada fue violenta, allá fuimos a dar, yo aterricé en cuclillas, un señor de largas patillas tuvo que hincarse para no dar contra el parabrisas.

Así iniciamos aquel interminable viaje contra el tiempo, unos metros adelante el vehículo se amarró en forma por demás intempestiva a media calle, se había interpuesto frente a nosotros una camioneta de la que bajaron unos pelafustanes pistola en mano, nos amagaron con sendas navajas que también portaban y después de insultarnos y ofendernos  sin razón alguna, nos despojaron de todas nuestras pertenencias.

A un chamaco lo golpearon con la cacha de una escuadra por negarse a cooperar, nos salpicamos todos de sangre que a borbotones le salía como manantial michoacano.

Yo traía en mi portafolios tres copias de mi curriculum, dos actas de nacimiento originales y una copia fotostática de  la misma, cuatro formas vacías de solicitud de empleo semillenas, mi credencial para votar con fotografía, la voleta del Curp que  acababa de obtener en la delegación y algunas cartas de recomendación que me habían extendido ciertas amistades, seis boletas de empeño y cinco fotografías a color tamaño infantil; todo me lo arrebató el más flaco de los asaltantes quién gruñendo como un mandril gritó en extraño léxico:- ¡trae acá!- mientras me amedrentaba con tremendo revolver.

Cuando voltee a ver la hora, me di cuenta que también el cronómetro me había sido arrebatado por los maleantes, no sé por qué uno de ellos me pareció conocido, su sonrisa nerviosa se me hizo familiar, cuando eché a trabajar mi memoria, en los registros de mis recuerdos encontré su perfil, había sido mi compañero de salón en la prepa 5, luego supe que se había ido con la hija de Don Aurelio y que habían tenido no sé cuántos chamacos, a otro también lo reconocí, era hermano de una chava que había sido mi novia en la secundaria, se llamaba Carmelo.

En fin, pensé que ese no era mi día, tenía supuestamente una cita en la Colonia “El Reloj”, y otra en la “Pensil”, había visto en el aviso oportuno del Universal el anuncio donde solicitaban personal de ambos sexos y sin límite de edad para puestos ejecutivos, yo había apartado mi entrevista para las 15 p.m. y se me hacía tarde.

Todo el dinero que traía del último empeño me lo habían despojado los hampones, solo me quedaban diez pesos que había ocultado en el calcetín después de haber cobrado en el Monte Pío, hasta esa boleta se habían llevado los sin vergüenzas.

Con el estómago vacío, entré a la tienda departamental para comer algo, me acerqué a los quesos y al jamón, ahí me empujé unas probadas, la demostradora de mayonesas me invitó unas embarraditas en totopos  y rematé con frescas uvas en el departamento de frutas y verduras.

Salí ileso del supermercado, después de haberle contestado a la cajera que no había encontrado todo lo que buscaba, pregunté la hora a un policía que me veía desconfiado, me percaté que pasaban de las 17 hrs., en el piso me encontré una tarjeta telefónica, la inserté en una cabina Telmex y pude cerciorarme que aún le quedaba saldo de ¡4 pesos!, ¡ya era una ganancia!

Entonces volví a llamar a mi cita, me dijo la Srita. Gutiérrez que me estaba esperando el Licenciado, que todavía era tiempo de llegar.

Faltaban como 12 cuadras, eché a correr como la Guevara, desafiando el intenso tráfico, sorteando coches y camiones, bicicletas y peatones para no ser arrollado, extenuado llegué al número 35 de la calle 72, toqué el timbre muchas veces, me di cuenta que no estaba solo, cuando mi jadeo empezó a disminuir.

Había gente muy arreglada, con vestimenta muy apropiada, todos se miraban entre si de reojo y apuntaban su esperanza en esa puerta que de un momento a otro se abriría para enseñarnos el promisorio futuro.

Yo sentí una enorme alegría al ver aquella figura en el quicio y mi nerviosismo y expectación llegaron a su clímax cuando empezó a pronunciar los nombres de casi todos los que ahí nos aglomerábamos, después de decir algunos gentilicios finalmente escuché el mío: -Cleofas García….-  me acerqué disimulando el júbilo que en ese momento me embargaba.

Todos entramos en un salón lleno de sillas, ahí aguardamos impacientes y esperanzados el arribo de noticias alentadoras. De pronto apareció el famoso Licenciado quién inició su  espectacular presentación, supongo que era extranjero, el acento lo delataba. Nos dijo que todos estabamos contratados, que teníamos ya empleo y nos felicitó, yo me sentí transportado al mundo del éxito, dijo que en México no trabajaba el que no quería, el holgazán, el zángano, el haragán; nos bajó el sol, la luna y las estrellas; ya me veía yo con mis lentes oscuros caminando del brazo de una escultural azafata en las blancas arenas de Can Cun, acercándome a una sombrilla donde me esperaba una cubeta de hielos, un buen ron del Caribe y refrescos de cola, casi no lo podía creer.

-Ya ves- me dije- solo hay que tener fe y paciencia.

Después de 50 minutos de perorata, todos estabamos radiantes, los paleros también nos habían contagiado su entusiasmo pegajoso, nos sentíamos satisfechos y triunfadores, la vida nos sonreía, nos hacía por fin justicia.

Fue ahí cuando el Lic. Nos pidió 500 pesos a cada uno para hacernos un video, unas fotografías profesionales, el maquillaje y el “Casting”, él pondría de su propia bolsa, otros 500 pesos para completar el costo que implicaba el proceso de inducción al mundo de la farándula.

Los 80 aspirantes nos miramos unos a los otros desconcertados, eso fue lo que a la mayoría, no gustó.

-No tengo los 500 pesos,  comentaban con discreción muchos, ¡pidan prestado, empeñen algún valor, consigan el dinero, es su pasaporte a la fortuna! los espero aquí mañana a partir de las 9 de la mañana, para prepararlos para la introducción al mundo de la fama y poderlos incluir en el catálogo de modelos, edecanes y extras para cine de arte y comercial.- nos dijo el Licenciado.

Saliendo de la nueva chamba y con la cabeza dándome vueltas, no tanto de hambre sino de desesperación por la impotencia de no tener alternativas, caminé desgarbado por las calles de aquel barrio, sobando mis 10 pesos por encima del pantalón y pensando en la cara que irían a poner mis hijos cuando regresara a la vecindad con las manos otra vez vacías.

¿Qué les iba a ofrecer de merendar? ¿Esperanzas? ¿Consuelo? ¿Caricias? ¿Besos? ¿Abrazos? Recordé que ya nos habían cortado el agua, también la luz y que hacía más de un mes, no teníamos gas, por eso había empeñado la estufa y vendido el boiler, del teléfono ¡ni hablar!

Fue entonces que, cuando de regreso, en el segundo asalto, me puse de lado de los mafiosos. -Enrique- le dije al más diablo, no te acuerdas de Bernabé mi primo, de inmediato me reconoció y acabando el golpe me dijo:- ¡vente, vamos a echarnos una chela anca Goyo!

Ahí pidieron rondas y más rondas, sirvieron botana tras botana, caldo de camarón, chicharrón en salsa verde, tortillas hechas a mano, guacamole y todavía nos trajeron un plato de carnitas.

Lorenzo, Filemón, el Muchilanga, el Boca aguada y el Capa ratas me invitaron a unirme a la banda, a trabajar con ellos, me contaron que llevaban casi 5 años chambeando organizados, juntos pero no revueltos, todos tenían ya su terrenito en las afueras, allá por las barracas, que el Jondias, amigo y jefe de ellos ya hasta estaba construyendo, tenían su buen coche, robado pero de buena marca y que en sus familias nunca faltaba nada, los niños bien comidos, bien vestidos y en la ¡escuela!

Desde entonces ando en la delincuencia, en realidad no quería entrar, nunca antes me había pasado por aquí quebrantar la ley así, descaradamente, pero el destino me obligó, este jale es riesgoso se corre mucho peligro en los robos, en los asaltos, en los plagios; pero el Jondias está muy bien parado con la chota en general, todos los cuicos lo respetan, pues es muy espléndido con ellos.
Lástima que no supe de este movimiento antes, me hubiera evitado muchas penas, muchas hambres, muchas humillaciones, privaciones y ofensas. 

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