CLEOFAS ( el
desempleado)
Hice
la parada al colectivo sin tener suerte, cuando la vi pasar no cabía un alfiler
adentro, el tiempo apremia –pensé – no obstante, rápido caminé unas cuadras, a
la cuarta esquina y después de cruzar densas capas de humo, soportando con
estoicismo indescriptible, ruidos y explosiones, me detuve bajo la sombra del
andén.
Ahí
esperé ansioso la llegada de algún transporte que me llevara a la próxima
estación del metro, finalmente hizo su arribo una pesera de la que salió un
ejercito de proletarios, aún en
movimiento se abrió la puerta corrediza, apenas había dado la primera zancada,
cuando un tumulto humano me sobrepasó, ocupando velozmente los pocos asientos que habían quedado libres.
Todavía
no había cerrado bien la puerta cuando el chofer enfiló hacia el semáforo,
todos nos sacudimos en el fuerte arrancón, una señora se vino encima de mí, con
todo y su canasta de muéganos, como este que traigo embarrado en el sobaco, yo
me fui de bruces contra un anciano de ralo bigote al que aplasté su guaripa con
el codo, me miró irritado y entre los labios blasfemó una maldición, yo supuse
sería para el chofer a fin de evitar estériles enfrentamientos.
La
frenada fue violenta, allá fuimos a dar, yo aterricé en cuclillas, un señor de
largas patillas tuvo que hincarse para no dar contra el parabrisas.
Así
iniciamos aquel interminable viaje contra el tiempo, unos metros adelante el
vehículo se amarró en forma por demás intempestiva a media calle, se había
interpuesto frente a nosotros una camioneta de la que bajaron unos pelafustanes
pistola en mano, nos amagaron con sendas navajas que también portaban y después
de insultarnos y ofendernos sin razón
alguna, nos despojaron de todas nuestras pertenencias.
A
un chamaco lo golpearon con la cacha de una escuadra por negarse a cooperar,
nos salpicamos todos de sangre que a borbotones le salía como manantial
michoacano.
Yo
traía en mi portafolios tres copias de mi curriculum, dos actas de nacimiento
originales y una copia fotostática de la
misma, cuatro formas vacías de solicitud de empleo semillenas, mi credencial
para votar con fotografía, la voleta del Curp que acababa de obtener en la delegación y algunas
cartas de recomendación que me habían extendido ciertas amistades, seis boletas
de empeño y cinco fotografías a color tamaño infantil; todo me lo arrebató el
más flaco de los asaltantes quién gruñendo como un mandril gritó en extraño
léxico:- ¡trae acá!- mientras me amedrentaba con tremendo revolver.
Cuando
voltee a ver la hora, me di cuenta que también el cronómetro me había sido
arrebatado por los maleantes, no sé por qué uno de ellos me pareció conocido,
su sonrisa nerviosa se me hizo familiar, cuando eché a trabajar mi memoria, en
los registros de mis recuerdos encontré su perfil, había sido mi compañero de
salón en la prepa 5, luego supe que se había ido con la hija de Don Aurelio y
que habían tenido no sé cuántos chamacos, a otro también lo reconocí, era
hermano de una chava que había sido mi novia en la secundaria, se llamaba
Carmelo.
En fin,
pensé que ese no era mi día, tenía supuestamente una cita en la Colonia “El
Reloj”, y otra en la “Pensil”, había visto en el aviso oportuno del Universal
el anuncio donde solicitaban personal de ambos sexos y sin límite de edad para
puestos ejecutivos, yo había apartado mi entrevista para las 15 p.m. y se me
hacía tarde.
Todo
el dinero que traía del último empeño me lo habían despojado los hampones, solo
me quedaban diez pesos que había ocultado en el calcetín después de haber cobrado
en el Monte Pío, hasta esa boleta se habían llevado los sin vergüenzas.
Con
el estómago vacío, entré a la tienda departamental para comer algo, me acerqué
a los quesos y al jamón, ahí me empujé unas probadas, la demostradora de
mayonesas me invitó unas embarraditas en totopos y rematé con frescas uvas en el departamento
de frutas y verduras.
Salí
ileso del supermercado, después de haberle contestado a la cajera que no había
encontrado todo lo que buscaba, pregunté la hora a un policía que me veía
desconfiado, me percaté que pasaban de las 17 hrs., en el piso me encontré una
tarjeta telefónica, la inserté en una cabina Telmex y pude cerciorarme que aún
le quedaba saldo de ¡4 pesos!, ¡ya era una ganancia!
Entonces
volví a llamar a mi cita, me dijo la Srita. Gutiérrez que me estaba esperando
el Licenciado, que todavía era tiempo de llegar.
Faltaban
como 12 cuadras, eché a correr como la Guevara, desafiando el intenso tráfico,
sorteando coches y camiones, bicicletas y peatones para no ser arrollado,
extenuado llegué al número 35 de la calle 72, toqué el timbre muchas veces, me
di cuenta que no estaba solo, cuando mi jadeo empezó a disminuir.
Había
gente muy arreglada, con vestimenta muy apropiada, todos se miraban entre si de
reojo y apuntaban su esperanza en esa puerta que de un momento a otro se
abriría para enseñarnos el promisorio futuro.
Yo
sentí una enorme alegría al ver aquella figura en el quicio y mi nerviosismo y
expectación llegaron a su clímax cuando empezó a pronunciar los nombres de casi
todos los que ahí nos aglomerábamos, después de decir algunos gentilicios finalmente
escuché el mío: -Cleofas García….- me
acerqué disimulando el júbilo que en ese momento me embargaba.
Todos
entramos en un salón lleno de sillas, ahí aguardamos impacientes y esperanzados
el arribo de noticias alentadoras. De pronto apareció el famoso Licenciado
quién inició su espectacular
presentación, supongo que era extranjero, el acento lo delataba. Nos dijo que
todos estabamos contratados, que teníamos ya empleo y nos felicitó, yo me sentí
transportado al mundo del éxito, dijo que en México no trabajaba el que no
quería, el holgazán, el zángano, el haragán; nos bajó el sol, la luna y las
estrellas; ya me veía yo con mis lentes oscuros caminando del brazo de una
escultural azafata en las blancas arenas de Can Cun, acercándome a una
sombrilla donde me esperaba una cubeta de hielos, un buen ron del Caribe y
refrescos de cola, casi no lo podía creer.
-Ya
ves- me dije- solo hay que tener fe y paciencia.
Después
de 50 minutos de perorata, todos estabamos radiantes, los paleros también nos
habían contagiado su entusiasmo pegajoso, nos sentíamos satisfechos y
triunfadores, la vida nos sonreía, nos hacía por fin justicia.
Fue
ahí cuando el Lic. Nos pidió 500 pesos a cada uno para hacernos un video, unas
fotografías profesionales, el maquillaje y el “Casting”, él pondría de su
propia bolsa, otros 500 pesos para completar el costo que implicaba el proceso
de inducción al mundo de la farándula.
Los
80 aspirantes nos miramos unos a los otros desconcertados, eso fue lo que a la
mayoría, no gustó.
-No
tengo los 500 pesos, comentaban con
discreción muchos, ¡pidan prestado, empeñen algún valor, consigan el dinero, es
su pasaporte a la fortuna! los espero aquí mañana a partir de las 9 de la
mañana, para prepararlos para la introducción al mundo de la fama y poderlos
incluir en el catálogo de modelos, edecanes y extras para cine de arte y
comercial.- nos dijo el Licenciado.
Saliendo
de la nueva chamba y con la cabeza dándome vueltas, no tanto de hambre sino de
desesperación por la impotencia de no tener alternativas, caminé desgarbado por
las calles de aquel barrio, sobando mis 10 pesos por encima del pantalón y
pensando en la cara que irían a poner mis hijos cuando regresara a la vecindad
con las manos otra vez vacías.
¿Qué
les iba a ofrecer de merendar? ¿Esperanzas? ¿Consuelo? ¿Caricias? ¿Besos?
¿Abrazos? Recordé que ya nos habían cortado el agua, también la luz y que hacía
más de un mes, no teníamos gas, por eso había empeñado la estufa y vendido el
boiler, del teléfono ¡ni hablar!
Fue
entonces que, cuando de regreso, en el segundo asalto, me puse de lado de los
mafiosos. -Enrique- le dije al más diablo, no te acuerdas de Bernabé mi primo,
de inmediato me reconoció y acabando el golpe me dijo:- ¡vente, vamos a
echarnos una chela anca Goyo!
Ahí
pidieron rondas y más rondas, sirvieron botana tras botana, caldo de camarón,
chicharrón en salsa verde, tortillas hechas a mano, guacamole y todavía nos
trajeron un plato de carnitas.
Lorenzo,
Filemón, el Muchilanga, el Boca aguada y el Capa ratas me invitaron a unirme a
la banda, a trabajar con ellos, me contaron que llevaban casi 5 años chambeando
organizados, juntos pero no revueltos, todos tenían ya su terrenito en las
afueras, allá por las barracas, que el Jondias, amigo y jefe de ellos ya hasta
estaba construyendo, tenían su buen coche, robado pero de buena marca y que en
sus familias nunca faltaba nada, los niños bien comidos, bien vestidos y en la
¡escuela!
Desde
entonces ando en la delincuencia, en realidad no quería entrar, nunca antes me
había pasado por aquí quebrantar la ley así, descaradamente, pero el destino me
obligó, este jale es riesgoso se corre mucho peligro en los robos, en los
asaltos, en los plagios; pero el Jondias está muy bien parado con la chota en
general, todos los cuicos lo respetan, pues es muy espléndido con ellos.
Lástima
que no supe de este movimiento antes, me hubiera evitado muchas penas, muchas
hambres, muchas humillaciones, privaciones y ofensas.
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