lunes, 28 de septiembre de 2015

DESENCAJADO



DESENCAJADO

Sin cansancio buscaba respuestas a las preguntas imposibles de formular, escudriñó en los libros sagrados de la humanidad, investigó en la Biblia, recurrió al Mahabaratha, se adentró en los himnos Vedas, leyó las escrituras oscuras de Paracelso, analizó el Kibalión, el Pupul Vu, el Chilam Balam, escombró en cuanta tradición atravesaba por su camino.

Aprendió Sánscrito, Náhuatl, Mandarín, Árabe, Hebreo y Arameo, hablaba Griego, Latín, Maya, Ruso, Francés, Inglés y algo de Español; se introdujo en el Mar Muerto para desentrañar los ocultos misterios de los arcaicos rollos ahí encontrados.

Subió a Machu Pichu, entró en las Pirámide Keops,  Gisa, Kefrén y Miserino, estuvo en Menfis, Tebas, Alexandria y el Cairo, visitó Bagdad y Damasco, llegó a Vladivostok, bajó a Transilvania, inspeccionó Tasmania, anduvo en la isla de Pascua y en Stonehenge, arribó a Creta, recorrió el Mediterráneo entero, ascendió a Chichen Itzá, Tikal y Copán, recorrió Palenque, Uxmal, Bonampak  y Yashilán sin olvidar Tajín, Mitla y Monte Albán, se detuvo en Tula y vivió en Lhasa, en templos y monasterios del Tíbet.

Lo encontré en la India, frente al palacio Taj Mahal meditando, luego lo hallé rezando en la Basílica de San Pedro en el Vaticano, completamente desencajado, sus ojos brillaban encendidos con un extraño reflejo, sus labios sellados como una catacumba, había recorrido cementerios y panteones, escarbó en cuevas, criptas y sótanos, leyó papiros, tradujo jeroglíficos babilonios y sumerios, interpretó dialectos ancestrales, descifró arcaicos mensajes.

Ayer lo vi en un bar completamente desconsolado y le pregunté por la conclusión de sus andanzas y peripecias, me dijo que estaba peor que al inicio, que las contradicciones saltaban por todos lados y mientras más confrontación filológica, exégesis y hermenéutica aplicaba, más se había confundido.

A veces convencido de haber hallado verdades, encontraba luego corrientes que se oponían a esas teorías, había estudiado con ahínco las fuentes de conocimiento de su interés y al cabo de sesenta años de vigorosa indagación solo estaba convencido de su infinita ignorancia. Un Anciano le había reveló el secreto de la intuición, la que no requiere ni marcos ni referencias, el conocimiento directo.  Ahora ahí está emprendiendo su última aventura, despejando su memoria de enredos, silenciando su mente.       
                       

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