sábado, 7 de enero de 2017

ZOMA

ZOMA

Pretendo quedarme un buen rato tranquilo, pero no me deja, no tarda en obligarme a rascarlo, le pica en partes inaccesibles desde esta postura, así que tengo que acomodarlo, para satisfacer plenamente su exigencia.
Luego quiere orinar, así que debo conducirlo al recipiente donde habrá que depositar su agüita amarilla con olor amoniacal; no pasa mucho tiempo cuando me ordena llevarle a evacuar sólidos, desechos del metabolismo y pues, tengo que obedecer sin pretextos su urgencia, para luego limpiarle y hacer que se lave las manos.
De pronto se incomoda por estar constipado y he de sonarlo hasta que respire con fluidez, es una demanda constante de flatos, bostezos, parpadeos, tragos de saliva, eventuales estornudos e hipos.
Después le da calor y me veo en la necesidad de desabotonarlo, bajar cierres y quitarle ropa para refrescarle, darle un sorbo de agua para que no se deshidrate. Luego puede sentir baja la temperatura y hay que cubrirle para que no se resfríe.
Si hay sol, lo cubro con un sombrero y le pongo crema en la piel, siempre tiene hambre, así que debo saciar sus antojos varias veces al día, lavarle los dientes después de cada alimento, requiere atención y cuidado permanente.
Lo más misterioso e intenso es cuando ya no aguanta, quiere, pide a gritos y hasta con alaridos amor, se pone en brama, husmea ese perfume femenino que lo enloquece, esa región que lo atrae con llamados irresistibles, esa boca carnosa que muerde los labios, esa dermis de aspecto marmoleo que le invita a besar con embeleso; esa obsesión le trae de cabeza, casi nunca puedo ayudarle, entonces se pone nervioso, me reclama con ciertas molestias, le gana el deseo, se vuelve indomable, como si una chispa encendiera la caldera del placer, se ciega, pierde la cordura, no se sacia con mis consejos, pide quedar satisfecho con todos los riesgos y consecuencias que esto pueda acarrear, inútil intentar sosegarlo, quiere carne, piel, aromas y jugos prohibidos, con olor a pecado y concupiscencia.
Luego se cansa y hay que darle reposo, le da sueño y tengo que acostarle para que duerma en su lecho, que cierre los ojos y se relaje. Ah! Pero lo más complicado es cuando el dolor lo invade, puede ser en los dientes, los oídos, el cuello, la espalda, el hombro, la rodilla, la cabeza, la muñeca y así me la llevo todo el día tratando de complacerle, pendiente de sus necesidades.
Se ensucia, suda, apesta, hay que bañarlo perfectamente con agua limpia y jabón por todos sus recovecos y protuberancias, cortarle las uñas, el pelo, las barbas y acicalarle todas sus imperfecciones para no asustar al prójimo.
Sacarlo a pasear es otra de sus exigencias, le gusta el aire libre, el contacto con el bosque, la selva, el desierto, el mar, la calle, los caminos, el sol, la noche, la luna, el sol y las estrellas.
Me encanta, porque a través de sus ojos veo, con sus músculos me muevo, con sus manos escribo, con su boca hablo, con sus orejas oigo, con sus pulmones respiro, con su cerebro pienso, con su corazón vivo.
Contemporizo con mi cuerpo, es mi asiento, mi lugar, ocupo con él un sitio en el universo,  es el vehículo en el que me desplazo, no me pesa cuidarlo con esmero.
Me gusta porque me hace sentir, amar, alegrarme a través de sus mágicos órganos acústicos, olfatorios, visuales, táctiles y saborizantes.
En el me animo, en realidad no sé si él soy yo, yo soy él, o somos el mismo.   


    

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