EL MUNDO IMPREDECIBLE
Sabíamos lo
que iba a suceder cada instante, cada minuto, cada hora, cada día, cada semana,
cada estación, cada año, cada siglo, cada milenio.
Continuaría
saliendo el sol por el oriente y ocultándose al poniente, el norte siempre estaría
allá y el sur allí. Los árboles
seguirían moviendo sus ramas al ritmo del viento de la tarde, las hojas cayendo
en el otoño, la nieve desprendida en copos tapizaría el suelo, la lluvia
mojaría calles y campos en verano, las flores despertarían en primavera para
regalarnos su fragancia y sus colores.
Los hombres
seguirían con su frenético afán de enriquecerse, las mujeres pariendo y
amamantando sus crías, las ciudades con sus ruidos y su humo palpitarían con su
ajetreo cotidiano.
Creímos que
todo seguiría igual, nunca esperamos que algo fuera a interrumpir nuestro
letargo, pensábamos que nada cambiaría, que era la monotonía lenta universal la
que nos mecía favoreciéndonos, que el tiempo era parejo en su acontecer, todo
sucedía aplastante en una especie de rutina perenne, que era un constante tedio de la eterna
rueda.
La
repetición cíclica infalible, lo que subía bajaba, lo que iba regresaba, la
dualidad infinita devolvía lo ido, la fortuna girando para devorarse como ouroboro.
Finalmente
nos dimos cuenta que la realidad era cambiante, que va
modificándose de manera casi imperceptible para nuestros limitados sentidos y
la modificación es lo único constante, el mundo se transforma a la par del
universo, para sorprendernos, para sacudirnos, para despertar del letargo en que
nos estuvimos petrificados.
Una nueva
realidad nos apunta, nos amenaza, nos promete, nos convida a jugar con ella,
más difícil, más complicada, más incómoda, más desafiante, más cruda; pero nos
abre las puertas hacia el mundo nuevo, donde debemos desplegar toda la furia,
el talento y el genio tanto tiempo adormecido.
Ni hablar...
ResponderEliminarNi hablar...
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