CONTRASTE
Le daba miedo el
diablo, también los dioses, todos amenazan a cual más; era temeroso, se cimbraba
de pánico ante cualquier sombra, sufría tremendos escalofríos al acercarse
algún insecto, se la pasaba siempre escamado; cuando su hermano reía de gusto
al ver a los caimanes retozando en el pantano o se interesaba al ver el festín
de los buitres devorando con desenfado la carroña; ellos eran diferentes, casi
opuestos.
Siempre asustado
en los atardeceres, cuando la penumbra anunciaba la noche y los lobos
empezarían sus escalofriantes aullidos, se cubría los ojos con sus temblorosas
manos, para luego, empapadas de lágrimas, secarlas en sus ropas; su hermano
lleno de vigor le placía acariciar a las bestias y revolcarse con los animales
imitando sus rugidos y gemidos.
-¿Por qué siento
siempre tanto temor?- se preguntaba gimoteando con exagerada timidez y
suspiraba a punto de llanto con la mirada puesta en el cielo, estoy como
espantado y tú- le decía al hermano – ¡como
si nada!, ¿No sientes el peligro que nos
acecha constantemente? Impávido su
hermano, el sereno, se divertía
observando el azul del firmamento manchado de blancas nubes, por dentro una
balanza equilibraba a su agradecido y dichoso espíritu que, sin condiciones, había aceptado la realidad que ya se
despedía.
Su hermano, el
triste, se llenaba de melancolía por las mañanas, una tremenda depresión le
invadía el pecho al medio día, su corazón palpitaba dolosamente, veía todo
espeluznante, un nudo en la garganta le impedía tragar saliva, sus ojos
brillaban de angustia, todo porque la puerta se abrió por el viento que en
ráfagas corría en medio de la tempestad.
El otro,
encantado asomaba la vista al fenómeno meteorológico que azotaba con furia, él
se divertía con el ciclópeo espectáculo que provocaba el aire al reventar en
las ramas, lo que le brindaba un éxtasis fascinante.
Ambos bajaban por
las mismas barrancas, a uno le invadía el pavor, sudaba horror al verse
expuesto a ese cúmulo de riesgos que lo ponían catatónico y entonces se
desplomaba paralizado, cuando cada uno de sus poros drenaba un miedo
indescriptible; el otro bailaba cantando sobre los riscos de aquel hermoso
acantilado.
Sombras y luces,
lágrimas y risas, uno sangre venosa, el otro arterial. Uno tenía fobia a la
oscuridad, miedo al silencio, se asustaba con los cuervos, lo ponían nervioso
los fantasmas que decía rondaban por el barrio y la infinidad de seres que
amenazaban adentrarse en la finca que habitaban, monstruos de siete cabezas y
largas lenguas de fuego acechaban en cada sombra, quedaba aturdido de tanto
demonio que se aparecía a su rededor, en
las noches escuchaba lamentos detrás de las paredes, aullidos bajo el piso,
ronquidos dentro de los armarios, era inseguro y friolento.
¿Por qué temblaba?
¿Por qué él vivía con esa congoja que le recorría el pecho? Sentía que lo
vigilaban, mil ojos espías lo observaban obstinadamente, escuchaban sus
pensamientos, le arrebataban su intimidad, se introducían en sus sueños para
someterlo, para ponerlo contra las cuerdas, se entregaba, se rendía, ya no le
quedaba dar alaridos del alma, sabía que nadie lo oía.
Culpaba a los
dioses, al mundo, al sol, al polvo y al tiempo; sí, se habían confabulado para
hacerle pedazos la vida; en secreto los acusaba de hostigarlo durante todo su
peregrinar por aquel valle de lágrimas,
hasta volverlo loco.
Quizá su hermano le había quitado la energía, el
coraje, la valentía, la fuerza, la osadía.
Con el desparpajo que le caracterizaba, su hermano había emigrado en
busca de aventura en otras tierras, en otros mundos, con otra gente donde los
colores brillaban, le había dejado solo en esa su pálida existencia, a ver si
así se componía.
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