sábado, 7 de enero de 2017

CONTRASTE

CONTRASTE

Le daba miedo el diablo, también los dioses, todos amenazan a cual más; era temeroso, se cimbraba de pánico ante cualquier sombra, sufría tremendos escalofríos al acercarse algún insecto, se la pasaba siempre escamado; cuando su hermano reía de gusto al ver a los caimanes retozando en el pantano o se interesaba al ver el festín de los buitres devorando con desenfado la carroña; ellos eran diferentes, casi opuestos.
Siempre asustado en los atardeceres, cuando la penumbra anunciaba la noche y los lobos empezarían sus escalofriantes aullidos, se cubría los ojos con sus temblorosas manos, para luego, empapadas de lágrimas, secarlas en sus ropas; su hermano lleno de vigor le placía acariciar a las bestias y revolcarse con los animales imitando sus rugidos y gemidos.
-¿Por qué siento siempre tanto temor?- se preguntaba gimoteando con exagerada timidez y suspiraba a punto de llanto con la mirada puesta en el cielo, estoy como espantado  y tú- le decía al hermano – ¡como si nada!,  ¿No sientes el peligro que nos acecha constantemente?  Impávido su hermano,  el sereno, se divertía observando el azul del firmamento manchado de blancas nubes, por dentro una balanza equilibraba a su agradecido y dichoso espíritu que, sin condiciones,  había aceptado la realidad que ya  se  despedía.
Su hermano, el triste, se llenaba de melancolía por las mañanas, una tremenda depresión le invadía el pecho al medio día, su corazón palpitaba dolosamente, veía todo espeluznante, un nudo en la garganta le impedía tragar saliva, sus ojos brillaban de angustia, todo porque la puerta se abrió por el viento que en ráfagas corría en medio de la tempestad.
El otro, encantado asomaba la vista al fenómeno meteorológico que azotaba con furia, él se divertía con el ciclópeo espectáculo que provocaba el aire al reventar en las ramas, lo que le brindaba un éxtasis fascinante.
Ambos bajaban por las mismas barrancas, a uno le invadía el pavor, sudaba horror al verse expuesto a ese cúmulo de riesgos que lo ponían catatónico y entonces se desplomaba paralizado, cuando cada uno de sus poros drenaba un miedo indescriptible; el otro bailaba cantando sobre los riscos de aquel hermoso acantilado.
Sombras y luces, lágrimas y risas, uno sangre venosa, el otro arterial. Uno tenía fobia a la oscuridad, miedo al silencio, se asustaba con los cuervos, lo ponían nervioso los fantasmas que decía rondaban por el barrio y la infinidad de seres que amenazaban adentrarse en la finca que habitaban, monstruos de siete cabezas y largas lenguas de fuego acechaban en cada sombra, quedaba aturdido de tanto demonio  que se aparecía a su rededor, en las noches escuchaba lamentos detrás de las paredes, aullidos bajo el piso, ronquidos dentro de los armarios, era inseguro y friolento.
¿Por qué temblaba? ¿Por qué él vivía con esa congoja que le recorría el pecho? Sentía que lo vigilaban, mil ojos espías lo observaban obstinadamente, escuchaban sus pensamientos, le arrebataban su intimidad, se introducían en sus sueños para someterlo, para ponerlo contra las cuerdas, se entregaba, se rendía, ya no le quedaba dar alaridos del alma, sabía que nadie lo oía.
Culpaba a los dioses, al mundo, al sol, al polvo y al tiempo; sí, se habían confabulado para hacerle pedazos la vida; en secreto los acusaba de hostigarlo durante todo su peregrinar por aquel  valle de lágrimas, hasta volverlo loco.
Quizá su hermano le había quitado la energía, el coraje, la valentía, la fuerza, la osadía.  Con el desparpajo que le caracterizaba, su hermano había emigrado en busca de aventura en otras tierras, en otros mundos, con otra gente donde los colores brillaban, le había dejado solo en esa su pálida existencia, a ver si así se componía.           

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