sábado, 7 de enero de 2017

QUIETO EN LA MUERTE

QUIETO EN LA MUERTE

Tenía tanto miedo de morir como de dejar de vivir, no quería respirar más que lo estrictamente indispensable, no moverse, no gastar su energía, no esforzarse, no fuera siendo que se lastimara, no exponerse a los aires ni al sol ni al polvo ni al calor ni al frío ni a los agentes patógenos, debía protegerse de las epidemias, por eso se quedaba quieto, quieto.
Renunció a todo riesgo, no volvería a ser feliz ni a gozar de alegrías, jamás regresaría a fumar, nunca tomar una copa, dormiría como un lirón, solo comería frutas y verduras frescas, crudas y desinfectadas, jamás volvería a probar carnitas, pozole, menudo, gorditas ni chicharrón; protegería su garganta, su pecho y sus articulaciones, al igual que su vista, dejaría entonces de leer y ver pantallas, mantendría los ojos casi cerrados para conservarlos nuevos, se sometería a la más rigurosa disciplina para no arriesgar su salud.
Le asustaban todas las enfermedades, el solo imaginar la pobreza le provocaba urticaria; ahora sobrevivía enredado en sus cobijas para que la intemperie no lo rozara, alejaba los malos pensamientos concupiscentes, rechazaba las tentaciones eróticas de las que había sido esclavo, de hoy en adelante el arrepentimiento sería su guía, nunca regresaría a esos placeres de los que había sido preso.
No volvería a pecar, ni a blasfemar ni insultar ni criticar, aceptaría con abnegación y en absoluto silencio todo lo que sucediera, no replicaría, obedecería sin parpadear y solo haría lo estrictamente correcto, sería impecable, no daría un solo motivo para ser reprendido, nadie le podría llamar la atención, actuaría con absoluto sigilo, pasaría inadvertido, no lo podrían señalar por mínima que fuese la falta, jamás cometería una.
No se arriesgaría a ningún peligro, ya no subiría a ningún vehículo, ni confiaría en nadie ni en nada, huiría de los problemas, no se enteraría más de tragedias y conflagraciones, tampoco de erupciones, temblores ni tormentas, el sol no volvería a quemar con sus rayos su piel ni el viento a llenarlo de tierra.


Le angustiaba ser atropellado, por eso se guardó herméticamente en su alcoba, le atormentaba ir al campo donde podía ser embestido por alguna res o devorado por la serpiente, el coyote o la zorra; sentía pavor con los perros, cuando los oía a lo lejos ladrar, se le desorbitaban de miedo los ojos, podía ser mordido y contagiado de rabia; le atemorizaban ratas, ratones y gatos, por eso no salía ni a la esquina.
Odiaba los insectos, moscas y cucarachas; le daban asco las lagartijas y los  tordos náuseas, hormigas y avispas pavor, por eso se enconchaba pálido tiritando en su catre.  Era alérgico al polen de rosas, claveles y tulipanes, todas las flores le provocaban dolor y tristeza, se deprimía con canarios, pericos, colibrís y mariposas, todo le hacía daño.
Quería vacunarse contra todo, en el fondo reconocía que se estaba yendo. Aferrado en su delirio, suplicaba un minuto más de agonía, pero no, el tiempo se extinguía, el miedo lo penetraba ¿Qué traía en su conciencia?
¿Qué no se habían ya olvidado sus robos, sus abusos, sus fraudes, sus delitos, sus crueldades, sus crímenes? ¿Qué no había ya pagado sus culpas? ¿Acaso sus donaciones a las mejores causas no contaban? Había pedido perdón en silencio a las viudas, a los huérfanos, a los heridos e inválidos que había mandado torturar, había regalado al obispo canastas pletóricas de buenos vinos y de dulces. ¿Por qué no se apiadaban con él ahora los dioses? Dejándolo vivir siquiera unos minutos más.
Abría los ojos, para repeler la muerte que lo chupaba, lo jalaba, se lo comía.               
Ya no hay prisa - le dijeron voces celestiales-, ya no hay apuro, nada que hacer; si nada debes y nada te deben, descansa en paz - y se quedó muerto, como dormido.           


No hay comentarios:

Publicar un comentario