MARTÍN
La
civilización de aquel extraño planeta perdido entre las estrellas, había
llegado a tal avance tecnológico que su ciencia podía, mediante instrumentos de
última generación, descifrar en pantalla el pensamiento de los hombres.
Bastaba
enfocarlos con el espectrofotógrafo de neurotransmisiones para sintonizar las
ideas en que pensaban los cerebros y el corazón de sus ciudadanos.
Permanentemente eran monitoreadas todas las ocurrencias, sentimientos y
alteraciones psíquicas, por más insignificantes que fueran, no era necesario
gravar sus voces, bastaba hurgar en su memoria para desplegar toda su historia
personal, de este modo nada escapaba al análisis y el minucioso escrutinio de
sus más ocultos secretos e intimidades.
Dependiendo
de la gravedad del pensamiento de referencia o de la peligrosidad de la idea,
era el castigo al sujeto, ya fuera con amonestaciones de diferente grado,
multas, cárcel e inclusive la muerte.
“Mucho
cuidado con lo que piensas”, rezaban enormes anuncios erigidos y diseminados a todo
lo largo y ancho del planeta, lo mismo hacían las estaciones de radio y
televisión con sus advertencias, constantemente se prevenía a los ciudadanos
del riesgo que corrían aquellos que se atrevieran a desafiar las leyes que
prohibían salir del permitido pensar.
Así las
cosas, desde la infancia se les adoctrinaba para no cometer dichas
infracciones, el espíritu de estas leyes se fundamentaba en el principio que
dice: “la acción se gesta en el pensamiento” por lo que toda mala acción se
deriva de un pensamiento original, mismo que la sociedad debe suprimir y así evitar la conducta nociva al estado; además impedir distracciones en el
cumplimiento del deber productivo.
A Martín se
le dificultaba concentrarse en su monótona actividad, constantemente era tentado
a divagar, pero de inmediato era detectado y el chip colocado en su cuerpo,
empezaba a zumbar para centrarlo nuevamente en su tedioso deber.
Lo habían
enviado varias veces al anexo del hospital psiquiátrico Forzus, ahí le
practicaron una fisurotomía, le insertaron un dispositivo aún más potente, para
hacerlo sentir un dolor intenso en el encéfalo, cada vez que sus autónomos
pensamientos irrumpían, desviándole de su tarea.
Por eso huyó a las montañas, escapó a través de
veredas, puentes y senderos; se perdió entre esas barracas, dicen que se metió
en aquella cueva para pensar lo que le viniera en gana. No quisiera estar en sus zapatos, por eso yo,
solo pienso lo que se me ordena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario