miércoles, 10 de agosto de 2016

MARTÍN

MARTÍN

La civilización de aquel extraño planeta perdido entre las estrellas, había llegado a tal avance tecnológico que su ciencia podía, mediante instrumentos de última generación, descifrar en pantalla el pensamiento de los hombres.
Bastaba enfocarlos con el espectrofotógrafo de neurotransmisiones para sintonizar las ideas en que pensaban los cerebros y el corazón de sus ciudadanos. Permanentemente eran monitoreadas todas las ocurrencias, sentimientos y alteraciones psíquicas, por más insignificantes que fueran, no era necesario gravar sus voces, bastaba hurgar en su memoria para desplegar toda su historia personal, de este modo nada escapaba al análisis y el minucioso escrutinio de sus más ocultos secretos e intimidades.
Dependiendo de la gravedad del pensamiento de referencia o de la peligrosidad de la idea, era el castigo al sujeto, ya fuera con amonestaciones de diferente grado, multas, cárcel e inclusive la muerte.
“Mucho cuidado con lo que piensas”, rezaban enormes anuncios erigidos y diseminados a todo lo largo y ancho del planeta, lo mismo hacían las estaciones de radio y televisión con sus advertencias, constantemente se prevenía a los ciudadanos del riesgo que corrían aquellos que se atrevieran a desafiar las leyes que prohibían salir del permitido pensar.
Así las cosas, desde la infancia se les adoctrinaba para no cometer dichas infracciones, el espíritu de estas leyes se fundamentaba en el principio que dice: “la acción se gesta en el pensamiento” por lo que toda mala acción se deriva de un pensamiento original, mismo que la sociedad debe suprimir y así  evitar la conducta nociva al estado;  además impedir distracciones en el cumplimiento del deber productivo.
A Martín se le dificultaba concentrarse en su monótona actividad, constantemente era tentado a divagar, pero de inmediato era detectado y el chip colocado en su cuerpo, empezaba a zumbar para centrarlo nuevamente en su tedioso deber.    
Lo habían enviado varias veces al anexo del hospital psiquiátrico Forzus, ahí le practicaron una fisurotomía, le insertaron un dispositivo aún más potente, para hacerlo sentir un dolor intenso en el encéfalo, cada vez que sus autónomos pensamientos irrumpían, desviándole de su tarea.
Por eso huyó a las montañas, escapó a través de veredas, puentes y senderos; se perdió entre esas barracas, dicen que se metió en aquella cueva para pensar lo que le viniera en gana.  No quisiera estar en sus zapatos, por eso yo, solo pienso lo que se me ordena.       

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