EL VIEJO
La vejez es la etapa final de una vida, la culminación heroica de una
odisea ocurrida entre altas y bajas,
triunfos y derrotas, satisfacciones y frustraciones, ilusiones y decepciones,
amores y desamores, miles de noches y días transcurridos en el pasar del
tiempo.
Experiencias acumuladas que cobran sentido al observarlas con el espejo
retrovisor de la remembranza, cierta nostalgia y los méritos que significa
haber cruzado a través del sendero que nos tocó recorrer.
Llegar a viejo es un premio que no requiere ser reconocido más que por sí
mismo, ser viejo significa dignidad de verse reflejado en nuestra cansada
sombra, a veces encorvada y lenta, como quien después de cruzar la meta, afloja el paso, para el trote
pausado que sigue, después del galope infantil y la agitación de la juventud.
Fuimos niños, jóvenes y adultos, hemos llegado a viejos por azares del
destino, por la suerte que hemos tenido; el tiempo acumulado se manifiesta en
nuestras canas y calvicies, en la baja de nuestro furor, en el abatimiento de
nuestras hormonas, en el apaciguamiento de nuestra energía.
Qué importa si la lucidez no es la misma ya, si las ideas pasan zumbando
sin detenerse y cuando las queremos alcanzar, se han esfumado. Sabemos que poco
a poco se han borrado datos, fórmulas, cifras, definiciones, nombres,
ecuaciones y conceptos; allá quedan en el almacén del olvido muchos recuerdos
de dudosa utilidad; pero lo hecho, hecho está; lo dado, dado fue; lo vivido no
se quita con la muerte.
Hemos existido compartiendo el mundo con la vida de billones de seres
contemporáneos, pertenecientes a nuestra misma generación, entrelazados con la
que nos precedió y la postrera; árboles, plantas, hierbas, matas, bacterias,
insectos, hongos y animales con quienes nos correspondieron los mismos tiempos;
colegas, camaradas protagonistas de la misma aventura, cada uno desde su
particular trinchera.
Como un río que corre sin estancarse, así hemos de aceptar nuestra edad con
dulzura y dignidad, con humildad y paciente sabiduría, para experimentarla como
un postrer disfrute, sin querer interponer los esfuerzos de etapas superadas.
El espíritu del viejo no es pena ni vergüenza, los pliegues de la piel son
prueba de las proezas vividas, ser viejo es ser prudente y sabio, silencioso,
armonioso, conciliador y mortal.
La belleza juvenil ha desaparecido de nuestros rostros, la elasticidad se
ha ido esfumando, la fuerza disminuido, los reflejos cediendo, la fragilidad
anuncia la despedida, no es para entristecer el que nuestros sentidos sufran un
deterioro paulatino.
La proeza de llegar a la vejez tiene gran valor, nada importan los achaques
ni los dolores, éstos desparecerán cuando traspasemos el último umbral, el
definitivo que nos dará el eterno descanso.
Sin miedos, sin temblores ni aspavientos; con firmeza, determinación y
confianza avancemos estos últimos años, abiertos, claros, prístinos, valientes,
sin fingir entereza, sintiendo el viento, la lluvia, el sol, la música, el
cielo; sin dejar ni odios ni pendientes, perdonando de todo corazón, amando a
quienes aún permanecerán un rato más, en esta maravillosa vida que tuvimos el
privilegio de gozar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario