miércoles, 10 de agosto de 2016

EL VIEJO

EL VIEJO

La vejez es la etapa final de una vida, la culminación heroica de una odisea ocurrida  entre altas y bajas, triunfos y derrotas, satisfacciones y frustraciones, ilusiones y decepciones, amores y desamores, miles de noches y días transcurridos en el pasar del tiempo.

Experiencias acumuladas que cobran sentido al observarlas con el espejo retrovisor de la remembranza, cierta nostalgia y los méritos que significa haber cruzado a través del sendero que nos tocó recorrer.

Llegar a viejo es un premio que no requiere ser reconocido más que por sí mismo, ser viejo significa dignidad de verse reflejado en nuestra cansada sombra, a veces encorvada y lenta, como quien después de cruzar  la meta, afloja el paso, para el trote pausado que sigue, después del galope infantil y la agitación de la juventud.

Fuimos niños, jóvenes y adultos, hemos llegado a viejos por azares del destino, por la suerte que hemos tenido; el tiempo acumulado se manifiesta en nuestras canas y calvicies, en la baja de nuestro furor, en el abatimiento de nuestras hormonas, en el apaciguamiento de nuestra energía.

Qué importa si la lucidez no es la misma ya, si las ideas pasan zumbando sin detenerse y cuando las queremos alcanzar, se han esfumado. Sabemos que poco a poco se han borrado datos, fórmulas, cifras, definiciones, nombres, ecuaciones y conceptos; allá quedan en el almacén del olvido muchos recuerdos de dudosa utilidad; pero lo hecho, hecho está; lo dado, dado fue; lo vivido no se quita con la muerte.

Hemos existido compartiendo el mundo con la vida de billones de seres contemporáneos, pertenecientes a nuestra misma generación, entrelazados con la que nos precedió y la postrera; árboles, plantas, hierbas, matas, bacterias, insectos, hongos y animales con quienes nos correspondieron los mismos tiempos; colegas, camaradas protagonistas de la misma aventura, cada uno desde su particular trinchera.

Como un río que corre sin estancarse, así hemos de aceptar nuestra edad con dulzura y dignidad, con humildad y paciente sabiduría, para experimentarla como un postrer disfrute, sin querer interponer los esfuerzos de etapas superadas.

El espíritu del viejo no es pena ni vergüenza, los pliegues de la piel son prueba de las proezas vividas, ser viejo es ser prudente y sabio, silencioso, armonioso, conciliador y mortal.

La belleza juvenil ha desaparecido de nuestros rostros, la elasticidad se ha ido esfumando, la fuerza disminuido, los reflejos cediendo, la fragilidad anuncia la despedida, no es para entristecer el que nuestros sentidos sufran un deterioro paulatino.

La proeza de llegar a la vejez tiene gran valor, nada importan los achaques ni los dolores, éstos desparecerán cuando traspasemos el último umbral, el definitivo que nos dará el eterno descanso.

Sin miedos, sin temblores ni aspavientos; con firmeza, determinación y confianza avancemos estos últimos años, abiertos, claros, prístinos, valientes, sin fingir entereza, sintiendo el viento, la lluvia, el sol, la música, el cielo; sin dejar ni odios ni pendientes, perdonando de todo corazón, amando a quienes aún permanecerán un rato más, en esta maravillosa vida que tuvimos el privilegio de gozar.  

                 

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